Ser consecuentes o no.


En los artículos anteriores hemos citado a un personaje, Enmanuel Kant, que podría titularse navegante de la razón en el mar de la teología, sin querer surcar aguas más abiertas por miedo al temporal que él mismo provocaría.

Esa fue la crítica fundamental a sus dos “Críticas”: la incongruencia personal.

Aquí dejo la palabra a Michel Onfray respecto al opúsculo “Qué es la Ilustración”.

Sí. Podemos [releer hoy ese texto] y vale la pena retomar el proyecto, vigente hasta hoy: liberar a los hombres de la minoría de edad; por lo tanto, desear los medios para alcanzar la adultez; remitir a cada uno a su responsabilidad con respecto al estado de minoría de edad: tener el coraje de valerse del entendimiento; otorgarse a sí mismo y a los otros los medios para acceder al dominio de sí; hacer uso público y comunitario de la razón en todos los campos sin excepciones; no aceptar como verdad revelada lo que proviene del poder público. Un magnífico proyecto...


¿Por qué es necesario que Kant sea tan poco kantiano? ¿Cómo permitir, pues, el acceso a la edad adulta prohibiendo el uso de la razón en la esfera religiosa, que se complace tnato en relacionarse con disminuidos mentales?

Es dable pensar, por cierto, que hay que tener la osadía de cuestionar, incluso al perceptor o al sacerdote, escribe Kant. Por lo tanto, ¿por qué detenerse en tan buen camino? Sigamos por allí: postulemos, más bien, la inexistencia de Dios, la mortalidad del alma y la inexistencia del libre albedrío.

Un esfuerzo más, pues, para aumentar la claridad de las Luces. Un poco más de Luz, más y mejores Luces. Contra Kant, seamos kantianos, aceptemos el desafío de la audacia al que nos reta sin atreverse a hacerlo él mismo. Madame Kant, la madre, devota, austera y rigurosa, probablemente guió un poco la mano del hijo cuando éste concluyó su Crítica de la razón pura y desactivó el potencial de ese extraordinario explosivo.

Sabemos cuáles son las Luces que siguieron a Kant: Feuerbach, Nietzsche, Marx y Freud, entre otros. “La era de la sospecha” permite al siglo XX una separación real de la razón y la fe, luego un retorno de las armas racionales contra las ficciones de la creencia. Por último, el desprendimiento del terreno y la liberación de un campo nuevo.
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