Sobre creencias (IV). El ateísmo de Compte-Sponville (I)

Compté Sponville expone sus SEIS ARGUMENTOS para no creer en Dios. Los tres primeros serían de índole negativa, esto es, que llevan a no ser creyente; los otros tres serían de índole positiva, esto es, lo llevan a ser ateo.

El primer argumento se relaciona con las pruebas aducidas en favor de la existencia de Dios, supuestas pruebas racionales que, a su juicio, resultan muy débiles. Un análisis de las llamadas pruebas ontológica, cosmológica y físico-teológica, las pone en evidencia. Aunque, en rigor, alguien podría aducir que su invalidez no prueba inexistencia, el peso de la prueba recae en quien afirma, lo que convierte en más lógica la increencia que la creencia sin base.

1. La llamada prueba ontológica asume que podemos imaginar un ser perfecto, pero advierte que éste no sería perfecto si no existiera. Un supuesto Dios imaginado conllevaría esencia y existencia… Como se ve, no prueba nada. Dejar a “Dios” como posibilidad es volver al punto de partida, a intentar demostrar su existencia. Y nótese que se trata de un ser personal, no basta con proponer la idea de que exista un ser infinito, éste podría ser la Naturaleza de Spinoza, la cual no remite al concepto “Dios”, ya que carece de inteligencia, conciencia, voluntad, finalidad, providencia, amor...

2. La prueba cosmológica parte de que todo lo que existe es contingente. Podría no existir y debió haber un tiempo en que no existía; pero cuanto existe debe su existencia a algo existente a lo que debe su existencia. Dado que esta serie no puede ser infinita, debe existir un primer ser que exista por sí mismo y no deba su existencia a ningún otro. A este ser no contingente lo llamamos “Dios”.

Comte-Sponville considera que este argumento es el más serio a favor de la existencia de Dios, pero dista de probarla. Lo único que prueba es que a nuestra razón no le gusta el vértigo de lo inexplicable, ni la ausencia de un orden, hasta el punto de que prefiere hacerse la trampa de ponerle un nombre a lo inexplicable, sin hacerlo por ello más explicable; ni tampoco más dotado de un “orden”.

Admitir que algo es inexplicable es honesto; tratar de explicarlo también. Pero la explicación debe incluir alternativas, del mismo modo que hoy no se ve tanto orden en el universo como creían hallar los hombres de otro tiempo, incluidos los físicos mecanicistas.

Por otro lado, la contingencia podría tener la última palabra, o el último silencio. Y un supuesto Dios no contingente no se libra de requerir explicación. De hecho, aun dando por sentada la contingencia, a lo más que llega la serie de entes contingentes es a proponer un primer ser necesario.

Pero éste no tiene por qué ser el Pantocrátor cristiano ni Dios todopoderoso. Bien podría ser el apeiron (el infinito, lo inanimado) de Anaximandro, o el fuego (el devenir) de Heráclito, que da origen a todo lo demás, el ser impersonal de Parménides, el Tao, también impersonal, de Lao Tsé...

Incluso la Sustancia de Spinoza que, aun siendo necesaria, causa de sí misma y de todo lo demás, eterna e infinita, está desprovista de cualquier rasgo antropológico: no tiene conciencia, voluntad ni amor. Y, aunque Spinoza la llame “Dios”, no es más que la Naturaleza (“Dios, o sea, la Naturaleza”…), que no es un sujeto, ni sigue alguna finalidad, ni oiría nuestras oraciones, ni se ocupa en modo alguno de nosotros: ni sabe que existimos.

En realidad, cuando hablamos del ser que existe, de por qué hay algo en lugar de nada, de qué generó el Big Bang, no estamos hablando de Dios. Tampoco los que dicen creer en la energía como fuente del ser. Creer en Dios no es creer en algo, sino en Alguien. Es creer en una voluntad y un amor personificados y conscientes en un ser que crea o/y rige el Cosmos y sabe de nuestra existencia. No es en la energía, sino en este Dios en lo que no cree Comte-Sponville (ni los ateos, en general).

Hoy tenemos bastante más idea del comienzo del Universo, y no se postula la necesidad de un Dios creador. Ni, tampoco, de un ser que exista por sí mismo.

3. La prueba físico-teológica se basa en principios de orden y finalidad y ha sido retomada por la moderna hipótesis del diseño inteligente. Apela a la necesidad de una inteligencia creadora que haya diseñado el mundo y su funcionamiento, al que concibe mecánicamente perfecto.

Pero hace tiempo que el universo se concibe como algo entrópico, dinámico e indeterminado, con anomalías que lo distinguen de aquella idea de perfección que requería este supuesto.

Hay desorden y azar. Hay disfunciones, enfermedades, terremotos, choque de galaxias, implosiones… Pero, además, la vida y su evolución hace tiempo que se explican bastante bien, esto es, en un grado suficiente, sin recurrir a Dios. La selección natural es mejor explicación que el diseño inteligente, y cuenta con pruebas en la historia natural. Por lo demás, no hay la menor necesidad de proponer hoy a un primer diseñador, por lo que en este caso no llegamos a plantear el problema previo del diseñador del diseñador (¿quién habría creado al creador?).

En realidad, a diferencia de un reloj u otra máquina llena de engranajes diseñados, la vida no remite a un creador inteligente. “Si se encontrara un reloj en un planeta inexplorado nadie dudaría de su condición de que éste es el resultado de una acción voluntaria e inteligente, pero si encontráramos allí una bacteria, una flor o un animal, nadie dudaría, ningún científico, ni siquiera creyente, pondría en duda que ese ser vivo, por complejo que fuera, sería únicamente un producto de las leyes de la naturaleza” (p. 102).

La conclusión de Comte-Sponville –después de repasar las demás pruebas resumidas por Tomás de Aquino, Descartes y otros filósofos, siempre a partir de sus correspondientes precursores- es que todas ellas se reducen a estas tres modalidades, y que no hay prueba alguna de que exista Dios, ni puede haberla. Se requiere fe en su existencia. Algo que no se basa en pruebas racionales ni físicas.

Los creyentes podrán alegar que de momento tampoco hay pruebas de inexistencia, pero en este caso su situación es más desesperada, ya que “la carga de la prueba incumbe al que afirma”, y además “sólo se puede probar lo que es, y no, a escala del infinito, lo que no es. Una nada, por definición, no tiene efectos.”

Intentad probar una inexistencia, sea la de Papá Noel, los vampiros, los fantasmas o las hadas. “No lo conseguiréis. Pero ésta no es una razón para creer en ellos. En cambio, el hecho de que nunca se haya logrado probar su existencia, es una fuerte razón para negarse a prestarles fe.”
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