Sobre creencias (VI). El ateísmo de Comte-Sponville (III)
¿Y cuáles son los tres argumentos positivos hacia el ateísmo de Comte-Sponville?
El primero, la existencia del mal. Un argumento pro ateísmo bien serio que ya abordaran Lucrecio, Epicuro y Hume.
La conclusión de muchos pensadores es que, o Dios no existe, o no se ocupa de nosotros. Es imposible que un mundo lleno de imperfecciones haya sido creado por Dios. “El mal es una realidad irrefutable”.
La naturaleza se basta para explicar el mal existente en el mundo. Pero ninguna idea de Dios explica que exista el mal, y en ningún caso que haya tanto.
Un contra argumento manido es que la parte de mal que depende de los hombres, creados por Dios como seres imperfectos, se debe a que Dios nos habría creado libres. De nuevo, dado que Dios sólo puede hacer el bien, ¿es menos libre que los hombres? Dios muy bien podía habernos creado igual de libres y habernos hecho un poco menos mediocres, avariciosos, granujas, violentos, pretenciosos, etc., y un poco más generosos y dotados para el amor que para el odio, el egoísmo, etc.
Pero es que además están todos los restantes males: las enfermedades atroces que matan niños que sufren atrozmente, por no hablar de sus madres, de los millones de mujeres que mueren en los partos, de la peste, el autismo, el paludismo, el Alzheimer…
Y están los terremotos, los maremotos, los huracanes, las sequías, las inundaciones, las erupciones volcánicas… Pascal reconoce que debemos nacer en pecado porque de lo contrario Dios sería injusto. Comte-Sponville considera que hay otra posibilidad más simple: que Dios no exista.
El segundo argumento positivo de Comte-Sponville apela a la mediocridad del hombre. Nuestra especie está demasiado poblada de individuos mediocres y banales; la humanidad se caracteriza por detentar una bajeza que difícilmente podría atribuirse a Dios.
Podría argüirse que también hay creaciones dignas, pero ¿qué opinaríamos de un artista bien dotado que, junto a obras de arte de primer orden, hiciera una enorme cantidad de chapuzas? Si este ejemplo aún bastara para un ser humano, ¿sería extensivo a un Dios omnipotente e infinitamente bueno? No parece una idea plausible.
Parece más creíble que procedamos de antepasados simiescos, por razones de evolución, que haber sido creados a imagen y semejanza del propio Dios. En el primer caso, podemos enorgullecernos de haber llegado a la Luna o contar con representantes como Mozart.
No hay misantropía es esta visión. El hombre es simplemente mediocre y no es culpable de ello… En tanto que animales, somos comprensibles. No hay razón para odiar ni despreciar a los hombres. “Sin embargo, como copias de Dios seríamos ridículos e inquietantes” (p.125).
No obstante, somos el más extraordinario de todos los animales, nuestro cerebro es único. Hemos sido los artífices de “las ciencias y las artes, la moral y el derecho, la religión y la irreligión, la filosofía y el humor, la gastronomía y el erotismo…”
Y, a pesar de ello, ningún animal podría aproximarse a lo peor de que somos capaces. Nuestra singularidad es incuestionable. Pero imaginarnos creados por un Dios, con todo esta mezquindad, este narcisismo, este egoísmo, estas rivalidades y odios miserables, estas pequeñas o grandes ignominias… “¡La miseria del hombre, como dice Pascal, me parece mucho más incompatible con su origen divino que su grandeza con su origen animal! (p.126-127). En este sentido, creer en Dios es un pecado de orgullo, y el ateísmo una forma de humildad (p.128).
El primero, la existencia del mal. Un argumento pro ateísmo bien serio que ya abordaran Lucrecio, Epicuro y Hume.
“O bien Dios quiere eliminar el mal y no puede, o puede eliminarlo y no quiere, o ni lo quiere ni puede, o lo quiere y lo puede. Si quiere y no puede, entonces es impotente, lo que no es adecuado a Dios. Si puede y no quiere, es malvado, idea extraña a Dios. Si no puede ni quiere, es a la vez impotente y malvado, y por tanto no es Dios. Si quiere y puede, ¿de dónde procede entonces el mal, o por qué Dios no lo suprime?” (Comte-Sponville: El alma del ateísmo, p. 117).
La conclusión de muchos pensadores es que, o Dios no existe, o no se ocupa de nosotros. Es imposible que un mundo lleno de imperfecciones haya sido creado por Dios. “El mal es una realidad irrefutable”.
“Existen demasiados horrores en este mundo, demasiados sufrimientos, demasiadas injusticias –y demasiada poca felicidad- para que la idea de que haya sido creado por un Dios todopoderoso e infinitamente bueno me parezca aceptable”. Para los ateos, el problema del mal es un obstáculo que forma parte de la realidad, pero ¿cómo explican los creyentes la omnipresencia del mal en un mundo creado por un Dios todopoderoso e infinitamente bueno? (p. 118.)
La naturaleza se basta para explicar el mal existente en el mundo. Pero ninguna idea de Dios explica que exista el mal, y en ningún caso que haya tanto.
“Existen demasiados horrores en este mundo, demasiados sufrimientos, demasiadas injusticias –y demasiada poca felicidad- para que la idea de que haya sido creado por un Dios todopoderoso e infinitamente bueno me parezca aceptable” (p.120).
Un contra argumento manido es que la parte de mal que depende de los hombres, creados por Dios como seres imperfectos, se debe a que Dios nos habría creado libres. De nuevo, dado que Dios sólo puede hacer el bien, ¿es menos libre que los hombres? Dios muy bien podía habernos creado igual de libres y habernos hecho un poco menos mediocres, avariciosos, granujas, violentos, pretenciosos, etc., y un poco más generosos y dotados para el amor que para el odio, el egoísmo, etc.
Pero es que además están todos los restantes males: las enfermedades atroces que matan niños que sufren atrozmente, por no hablar de sus madres, de los millones de mujeres que mueren en los partos, de la peste, el autismo, el paludismo, el Alzheimer…
Y están los terremotos, los maremotos, los huracanes, las sequías, las inundaciones, las erupciones volcánicas… Pascal reconoce que debemos nacer en pecado porque de lo contrario Dios sería injusto. Comte-Sponville considera que hay otra posibilidad más simple: que Dios no exista.
El segundo argumento positivo de Comte-Sponville apela a la mediocridad del hombre. Nuestra especie está demasiado poblada de individuos mediocres y banales; la humanidad se caracteriza por detentar una bajeza que difícilmente podría atribuirse a Dios.
Podría argüirse que también hay creaciones dignas, pero ¿qué opinaríamos de un artista bien dotado que, junto a obras de arte de primer orden, hiciera una enorme cantidad de chapuzas? Si este ejemplo aún bastara para un ser humano, ¿sería extensivo a un Dios omnipotente e infinitamente bueno? No parece una idea plausible.
Parece más creíble que procedamos de antepasados simiescos, por razones de evolución, que haber sido creados a imagen y semejanza del propio Dios. En el primer caso, podemos enorgullecernos de haber llegado a la Luna o contar con representantes como Mozart.
No hay misantropía es esta visión. El hombre es simplemente mediocre y no es culpable de ello… En tanto que animales, somos comprensibles. No hay razón para odiar ni despreciar a los hombres. “Sin embargo, como copias de Dios seríamos ridículos e inquietantes” (p.125).
No obstante, somos el más extraordinario de todos los animales, nuestro cerebro es único. Hemos sido los artífices de “las ciencias y las artes, la moral y el derecho, la religión y la irreligión, la filosofía y el humor, la gastronomía y el erotismo…”
Y, a pesar de ello, ningún animal podría aproximarse a lo peor de que somos capaces. Nuestra singularidad es incuestionable. Pero imaginarnos creados por un Dios, con todo esta mezquindad, este narcisismo, este egoísmo, estas rivalidades y odios miserables, estas pequeñas o grandes ignominias… “¡La miseria del hombre, como dice Pascal, me parece mucho más incompatible con su origen divino que su grandeza con su origen animal! (p.126-127). En este sentido, creer en Dios es un pecado de orgullo, y el ateísmo una forma de humildad (p.128).