La cultura cristiana incapaz de generar HOY una filosofía del hombre.


La filosofía no es otra cosa que una explicación más profunda –digamos de tercer o cuarto grado-- de las cosas, la existencia, el ser y los seres, los acontecimientos de la vida, la historia y la cultura… Decía K. Jaspers al inicio de su obra "Filosofía":

Cuando me planteo preguntas como éstas: ¿qué es el ser? ¿por qué hay algo?, ¿por qué no hay nada?, ¿quién soy yo? ¿qué quiero propiamente? no estoy nunca en el comienzo con tales preguntas, sino que las planteo desde una situación en que me encuentro procedente de un pasado.

La Filosofía suele descender de su olimpo metafísico para emitir juicios sobre el acontecer diario, algo que parece faltar hoy día. Así ha sido, es y debe ser.

En palabras de Heidegger: "Lo que sí deseo es que el auténtico concepto del filósofo no se pierda del todo". La cuestión, hoy y siempre, es dilucidar cuál es ese "auténtico concepto"


Cada época parece haber tenido la filosofía que le era asequible, podríamos decir “propia”, acomodada a sus circunstancias (limitación del saber, sociología, política y poder dominante, incluso creencias religiosas del momento…). Es curioso comprobar las filosofías imperantes antes y después de las dos mayores catástrofes humanas de la Historia, la I y II Guerras Mundiales. Y, asimismo, curioso es ver cómo han pasado y cómo ya apenas si tienen vigencia alguna: existencialismo, la nada, la evasión hacia la "lógica simbólica", los palos de ciego del "estructuralismo".

Hoy los filósofos que no tengan conocimientos profundos de biología navegarán por el éter sin llegar a concreción alguna. No lo digo yo, lo dice algún autor de cuyo nombre no puedo acordarme, quizá Gustavo Caponi, pero cuya idea suscribo totalmente. Desde el momento que la Neurología y la Psicología han demostrado experimental y científicamente la conexión del cerebro con el pensamiento, la voluntad, los sentimientos, el habla… no es posible hacer diferenciación entre espíritu y materia, entre alma y cuerpo, entre mente y neuronas. Como mucho, se admiten dichas formas de hablar, en relación a los “productos” de la mente, pero la realidad no es ésa.

Consecuente con el devenir vital de la organización religiosa concretada en “Iglesia cristiana”, ésta ha generado su propia filosofía. No serías exacto hablar de “propia”, dado que es más una “apropiación” de filosofías pretéritas, aquellas donde nació y se incardinó el credo cristiano. Platón, Aristóteles, filósofos helenistas… alimentaron el pretendido entramado filosófico que llegó a su cénit a finales de la Edad Media.

Por eso mismo y por más que lo pretenda, los siglos cristianos no generaron esa filosofía nueva, paralela, que pudiese dar cuenta explicativa de lo que es el “conocimiento de lo sagrado”. En cada tiempo, una explicación… que por otra parte poco explicaba. Religión, creencia y filosofía se dan de palos. No admiten solapamiento ni mixtura.

Cuando la filosofía escolástica habla de conocimiento, en líneas generales y por resumir hasta el mismo resumen, se refiere al raciocinio y a la intuición. Cada cual con su ámbito de competencias y con su modus operandi propio.

Sí es cierto, por admitir algo, que se da o se percibe como un vago temblor de la mente --¿intuición?— que pone al hombre entero en contacto con “algo” que parece estar ahí, que atrae, que perturba y que a la vez puede generar confianza. ¿Es una intuición especial? ¿Es una percepción nueva cuando ya se tienen determinados conceptos adquiridos?

O, como pretenden los que mezclan en el mismo pote filosofía y teología, ¿es la inmersión voluntarista en esa nebulosa que impregna el ambiente “cognoscitivo” sacro y que podríamos llamar Espíritu Santo? ¿Es el conocimiento preciso de un sentimiento determinado?

El conocimiento de “lo sacro” a que puede llegar la persona individual sólo puede proceder del “saber que tiene un presentimiento”, no de la razón. La teología supera la razón y por eso es tan irracional: no hay conocimiento sensible, no hay conocimiento experimental, no hay deducción, no hay inferencia... y, por supuesto, no hay “falsación”

De ahí que debiera entenderse como una sensación “ideogénica”, si se permite el neologismo, para decir que una percepción sensitiva genera ideas que “son en sí mismas” conocimiento.

Descendiendo de las nubes de la elucubración, ¿cómo es posible que en dos, tres mil años, no se haya podido establecer con precisión qué sea ese conocimiento “humano” de lo sacro? Porque cuando se define, se delimita, se establecen atributos... cada uno de esos elementos “conocidos” hace aguas por todas partes.
Volver arriba