La dignidad vacua de los dignatarios sacros.

Los altos dignatarios del "Estado Vaticano" y quienes rigen los "Institutos religiosos", tras acceder al cargo, al punto caen en la cuenta de que

deben estar a la altura de las circunstancias, han de tratar con los ricos y poderosos de este mundo, necesitan rodearse de un bienestar cultural en consonancia con su puesto, han de disponer de dinero suficiente para corresponder, sienten la necesidad de viajar continuamente para atender las necesidades de sus hijos dispersos por el mundo, ven que es menester para estos casos vestir con dignidad...


Ahí están los otros, muchos de ellos desengañados de la vida muelle en que viven o vivían, los que incluso prestan su vida a la misma causa. ¿Cómo ven todo eso, cuando podrían haber construido cien escuelas, arregaldo diez puentes y excavado veinte pozos con el coste de un solo viaje de Susantidad?

O no saben nada o tienen obnubilada la inteligencia para juzgar. Los unos terminan su vida pletóricos de sentido humano --algunos arruinados existencialmente también-- por aquello de lo que otros sacan provecho para su bienestar personal. Eso sí, saben cómo adoptar la apariencia de los pobres de Yahvé.

Entre esos altos dignatarios de que hablábamos al principio están por derecho propio los "cardenales"

Muchos saltos dan en la vida estos personajes para acceder a tan gran responsabilidad, "el peso de la púrpura".

El juicio sobre el acceso a cargos burocráticos en la Iglesia, impregnados eso sí de la gracia de estado y de la asistencia del Espíritu Santos, depende del criterio de quien juzga,según las varias y variables capas de comprensión. Maneras de ver la vida, cuando la santidad juega el juego del poder para gloria de Dios.

Los recién salidos de la fábrica, los neo-ordenados, deben hacer méritos; su verbo ha de ser encendido; su piedad, acendrada; su dedicación, al límite; su oración ferviente aún en el porte exterior. Podría decirse otro tanto de los mandos intermedios, los obispos.

En cambio los príncipes de la Iglesia, los del “soli Deo”, los cardenales, los llamados a dirigir la barca de Pedro, pertenecen a otro rango: se da por descontado de ellos que las capas inferiores están subsumidas y forman parte de su propia constitución (son santos, castos, puros, piadosos, libres de pecado...).

Por eso pueden reinterpretar las luchas fratricidas de la sociedad civil sin que las mismas manchen sus inmaculadas conciencias: se muerden como perros rabiosos pero sin rabia; se lanzan a la yugular de los demás por controlar sus predios pero siempre para gloria de Dios; viven el fasto de la gloria divina recibiendo la humana...
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