Los doctos no se escandalizan ni retroceden en su fe pero es vivir del cuento.

En su inmensa mayoría la religión es patrimonio de indoctos e incultos, que apenas si saben nada del trasfondo de su fe. Y lo que saben es la literalidad de lo que oyen o escuchan. También lo que de memoria repitieron desde la infancia. En concreto, la inmensa mayoría de los que fervorosamente ponen “belén” en su casa, de la Navidad únicamente saben lo que el evangelista Lucas les ha venido repitiendo desde que escribió su evangelio.
Sí, cierto, hay otros que saben algo más y su fe no flaquea cuando conocen el cuento escondido que se encierra en los misterios que adoran o reproducen. Están los que a diario bucean en foros y blogs que les ponen al tanto de ciertos contenidos colaterales de su fe; los que se encuadran en grupos de estudios bíblicos; los hay que, llegado el caso, leen; los que preguntan... O incluso el papa Francisco besando el muñeco divino.
De lo dicho en el primer párrafo se desprende la necesidad de que vengamos moscones como nosotros a recordarles que lo que dicen que sucedió en Navidad es pura fábula, cuento, mito, leyenda o pura fantasía sin fundamento real alguno. Con ello, lógicamente no es nuestra intención amargar el turrón a los crédulos, pero sí poner ciertas cosas en su sitio.
Una de ellas, repetida cuantas veces hemos podido, es la apropiación que ha hecho el credo cristiano de creencias y prácticas precedentes: ¿cómo pueden protestar de que el mundo actual les arrebate “su” Navidad, cuando ellos hicieron lo mismo en los inicios del cristianismo oficial? Eso sí es poner las cosas en su sitio.
Con toda seguridad no flaqueará la fe en eso de la salvación que trae el nuevo redentor, pero sí alguno caerá del guindo. Con el añadido de que las costumbres son difíciles de erradicar o indiferentes al hecho de que desaparezcan. Al crédulo le dará lo mismo: él seguirá cantando a pleno pulmón que los peces beben y beben en el río, que la Virgen lava pañales o algo de tanto trasfondo antropológico como que “la Nochebuena se viene, la Nochebuena se va y nosotros nos iremos y no volveremos más”.
De la multitud de aspectos que chirrían en los relatos navideños, nos referimos a dos, es verdad que para un entendido sin importancia, pero no para el fiel creyente adicto a los 25 de diciembre:
1. Sin confirmación alguna, a JC le hicieron nacer un 25 de diciembre.. O sea, que no nació ese día. Lógicamente, aparte la cuestión de calendarios mal hechos, la duda consecuente y pregunta del creyente confiado: ¿Ah, no? ¿Entonces por qué esa fecha?
2. Las fiestas navideñas ya existían antes de que el Cristianismo arramblase con ellas y las administrase per saecula saeculorum, es decir, dijese que eran, son y serán propiedad suya.
Respecto al 25 de diciembre: Tal fecha quedó asignada al nacimiento de Jesús (¿de Cristo, del Salvador?) por el papa Liberio en el año 354. [Lógica pregunta del fiel confiado: ¿Y por qué tan tarde?]. No es probable que los que conocieron a Jesús supieran el día de su nacimiento. O no importaba, porque en ningún lugar se dice. Si no se sabía en los primeros siglos, ¿cómo se llegó a saber 350 años más tarde? [Pregunta del que niega siquiera su existencia: ¿No será que Cristo no nació nunca, porque ya estaba vivo antes de nacer, vivo en los mitos precedentes?]
Dado que en tal día “también” nacía Mitra, el rival de Cristo entre otros mesías de su tiempo, a propósito escogieron tal fecha, 25 de diciembre, para desbancar otros nacimientos. Si bien se mira, fue un verdadero tour de force por ver quién podía más, con el resultado de todos conocido. Mitra huyó de nuevo hacia Oriente.
Cuando de asignar fecha se trató, se barajaron tres, quizá cuatro: 25 de diciembre, 6 de enero (hoy es la fecha de los ortodoxos) y 18 de abril; incluso el 13 de diciembre, que dejaron para Santa Lucía la ciega. Recordemos que similar estratagema intentaron en nuestros días con “San José Obrero” para el 1 de Mayo, la fiesta del trabajo. Éste, aun siendo padre de quien fue, no tuvo tanto éxito y languidece en plena primavera.
La Iglesia actual clama contra el “paganismo” que embadurna las solemnidades navideñas de nuestros días. No es justa ni consecuente consigo misma. Esas fiestas siempre fueron especialmente "paganas", es decir propias del “pagus”, el campo, porque toda la vida del campo y su economía dependía del renacimiento del sol (hoy ya no es así, porque tal sector productivo es minoritario). Los "paganos" celebraban el fin de la decadencia y el resurgir del sol.
¿Por qué se lamenta la Iglesia de hoy de que la sociedad vuelva a vivir tales fechas como lo hacían en la antigüedad? Al menos se celebra un hecho real aunque todavía no tenga la fuerza simbólica y la incrustación en los hábitos sociales como lo tiene la Navidad cristiana. Ya llegará, porque la celebración ritual cristiana está en franco retroceso.
La Iglesia vino a insertar en la imaginación popular un cuento ante el hecho real del renacimiento del sol. Para la Iglesia lo real era el nacimiento del Salvador del que el resurgir del Sol era el símbolo. El mundo al revés. Introdujo un cuento sobre el hecho real: un niño-símbolo que nace para salvar el mundo, un niño cuyo nacimiento se vive como real todos los años y hasta hoy. Es lo que se dice vivir del cuento.