Convivencia de monstruos. No se puede concebir una Iglesia espiritual cohabitando con una Iglesia temporal: un “cuerpo místico” con un “cuerpo jurídico”, una creencia encarnada en un rito, una fe cosificada en dogmas...
Cierto que es necesario concretar las ideas, hacerlas palabra para ser entendidas por otros, pero cuando la idea se hace cosa en palabras, pierde brillo, resplandor y virtualidad. Es la misma dialéctica entre realidad y utopía.
Cuando el Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros, entró el cáncer en la carne.
La carne se convirtió en “enemigo del alma”. Y la carne se ha comido al alma: la necesidad de mantener el monstruo de los cien mil vaticanos y palacios arzobispales y almudenas y santuarios y engranajes y oficinas y dicasterios... ha devorado el mensaje, ya de por sí deletéreo.