La falacia del creer en eternidades.
Esas "grandes ideas" que la credulidad mantiene --cielo, eternidad, resurrección, juicio final, alma inmortal, salvación...-- están ahí, parecen el subsuelo de la creencia, pero son otras las que rigen la práctica habitual del día a día.
Una mirada a la Virgen de los Dolores provoca la empatía súbita; una limosa a San Antonio es contribución impagable a la justicia distributiva; una jaculatoria al Cristo del sagrario regenera la confianza tambaleante; un rato de reflexión piadosa suple cualquier consulta psicológica; un momento de lectura espiritual redime de toda la porquería mundana, lectura por otra parte que incide en pensamientos una y otra vez saboreados.
Todo esto sirve para el momento, ayuda en la navegación de cabotaje, estimula la imaginación, llega al corazón.
Buscan lo inmediato. Y en esta "inmediatez" es donde naufraga el pensamiento, otra de esas "grandes ideas" --ésta humana-- de las que han dimitido cuando de profundizar en tal mirada sensiblera el Corazón de Jesús se trata.
No tienen la paciencia del pensar y del razonar; se dejan llevar por lo que dice el confesor o el director espiritual y no quieren asumir el riesgo del pensar propio; no quieren el contraste sino la confirmación; no sienten la necesidad de dudar porque ya gozan con el encuentro de la verdad; se sirven de los progresos de la ciencia (también de la propia experiencia), a la que en principio denigran, para dar gracias a Dios por los adelantos que su bondad propicia; no admiten lecturas críticas porque sería ponerse en peligro de pecado...
¿Y todo esto es malo? ¿Por qué? ¿Es malo usar eso que dicen "don de Dios" al hombre, la razón? ¿No caen en la cuenta de que si Dios concedió al hombre la razón es para usarla? ¿Y quien la usa dudando es un "pecador"?
Pero resulta que Dios ni concedió nada al hombre ni es necesario usar de comodines divinos para andar por las riberas del mar de la vida: el hombre es, ha sido y será del mismo modo que el resto de los seres que pueblan la Tierra, último producto de una evolución de la que los crédulos dicen que el hombre es rey y señor.
Y así nos va, entre otras así le va al mundo y al ecosistema "planeta", esquilmada por el mandato de "creced y multiplicados y dominad la Tierra".