La falsa certificación de lo santo.


Podrían declarar "santo", porque sí, sin más adendas, a cualquiera: por sus virtudes, por su caridad, por su testimonio martirial... Nada habría que objetar. Santo, hoy día, es sinónimo de modelo, persona a imitar. Antes no era así, hacían santo al que más actos estrafalarios había "cometido" o decían que...

Pero, señores, hacerlo necesitando para ello un milagro... ¡no es serio! ¿Por qué trascienden lo que es natural --ser virtuoso en algo-- necesitando lo sobrenatural? Lo segundo no puede ser verificado: ¿dicen que así se manifiesta el origen divino del asunto? Al ser así, ya no sirven para los humanos, sólo para los que creen en eso.

Pero, curiosamente, para certificar algo que no es natural, el milagro, acuden a procesos similares en la metodología a los que la ciencia tiene como propios. Nueva contradicción. Para certificar que un hecho es milagroso, recurren a los científicos bien que el asunto debe ser matizado: a determinados científicos.

Pregunta previa: ¿Por qué siempre los milagros son curaciones? Hoy los milagros son todos "sanitarios", ya no se mueven montes ni se transforma el agua en vino ni se multiplican los panes ni giran los soles. Nada de eso sirve.

Pregunta subsecuente: ¿Y por qué son los médicos quienes han de someterse al trance de certificarlo? Da la casualidad de que uno de los estamentos profesionales donde más abundan los creyentes convencidos es el de la medicina. ¿Será por algo? Un médico no creyente dirá, siempre, que no se explica determinada curación, lo cual no quiere decir que deba tener origen divino o se deba al poder taumatúrgico del padre Tarín.

Para determinadas cosas acuden a la ciencia y para otras no. Los científicos tendrían mucho más que decir si aplicaran la metodología prescrita.

Dice uno de éstos, aunque no referido a la credulidad santificadora:
La bandera roja de la patología debería ondear rápidamente cada vez que un investigador ofrezca resistencia al desafío de la reproductibilidad.


En otras palabras: por rezar a tal santo con convicción y por dormir con la estampita debajo de la almohada, este enfermo se ha curado. Y esto pretenden que sea "científico". Llámenlo como quieran, pero de científico, nada de nada.

Según el supuesto método científico al que apelan en las "causas de los santos", tal "milagro" como hecho real, para ser milagro científicamente demostrado, se ha de repetir bajo los mismos supuestos. Además deberá tener una constancia estadística con suficiente fiabilidad.

La repetibilidadad es condición esencial en la certificación de algo como científico. Habrá milagro científicamente probado cuando otros, no uno solo, obtengan los mismos beneficios si cumplen las mismas condiciones.

En caso contrario los médicos deberían calificar el hecho como "inexplicado", que no quiere decir "inexplicable". No olvidemos que la mayor parte de los hechos "inexplicados", o son alucinaciones individuales o colectivas o tuvieron su explicación en tiempos futuros. Es lo que está ocurriendo con los "hechos de la mente", todavía en mantillas en muchos apartados.

¡Si no, que no acudan a la certificación científica con apertura solemne de lacres, lectura de pliegos, testimonios y más testimonios (nunca pruebas)!

Siento ahora vergüenza ajena al recordar "aquel" acto solemne al que asistí en el Seminario Mayor de Madrid y luego en la Basílica de San Francisco el Grande donde se daba por concluida la fase diocesana de una presunta santa. Después de una procesión con hábitos recargados, después de las oraciones oportunas, después de la lectura de no sé qué, el oficiante o burócrata de los milagros, se acercó al cofre, lo selló, lo lacró y lo dejó listo para enviar a tribunales superiores.

La rechifla vino después: supe que tal milagro se lo "endilgaron" --un robo en otras palabras-- al que luego sería Sanjosémaría: de carcajada. El milagro del terapeuta radiólogo curado por intercesión de una futura santa, en realidad lo había realizado José María, "el del Opus". Para más datos, Teresita González Quevedo se quedó para vestir a otro santo, José María Escrivá de Balaguer. De no haberlo visto, no lo hubiese creído. En 1983, en la Basílica de San Francisco el Grande, fue declarada "venerable". Y ahí quedó todo. Menos mal que la postuladora y biógrafa, la Hna. Uralde, no llegó a vivir lo suficiente para asistir a tal latrocinio.

Por otra parte, con los años he constatado algo que le decía yo a la hna. Uralde: "A los veinte años --edad a la que murió Teresita-- todos son tontos y santos. Lo difícil es serlo a los 83, como lo era la hermana Rosa". La diferencia es que Teresita era guapa, charlatana, extrovertida y decía cuanto sentía de la Virgen, la comunión y demás elementos de la parafernalia pía.
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