El fraude como negocio agradable a Dios (Romanos, 3,5-7)
Para ahorrar consultas: Romanos III 5-7.
5 "Y si nuestra iniquidad encarece la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (hablo como hombre). 6. De ninguna manera: de otra suerte ¿cómo juzgaría Dios el mundo? 7. Empero si la verdad de Dios por mi mentira creció para gloria suya, ¿por qué aun así yo soy juzgado como pecador?"
El año 313 –Constantino, Edicto de Milán— fue un año glorioso para la Iglesia católica oficial. Supuso el reconocimiento legal de la religión cristiana y el inicio de la suplantación de la religión oficial romana, para ellos “pagana”, por la cristiana.
Sin bien Constantino, convertido oficialmente al cristianismo, no dio muestra alguna de vivir una vida acorde con lo que éste propugnaba, su madre sí se convirtió en una fanática defensora y enaltecedora de la nueva religión. Suelen ser así los neoconversos, más si tienen poder. Dice Eusebio (Vita Constantini, III):
"Ella se convirtió bajo su influencia en una sierva de Dios tan devota, que uno podía creer que había sido discípula del Redentor de la humanidad, desde su más tierna niñez".
De la Enciclopedia Católica rescatamos referencias a Santa Helena:
Fue pródiga en generosidad y buenas obras en Palestina, "la exploró con un notable discernimiento", y "la visitó con la atención y solicitud del emperador mismo". Entonces, "luego de haber mostrado la veneración debida a las huellas del Salvador", mandó erigir dos iglesias para la adoración a Dios: una se levantó en Belén, cerca de la Gruta de la Natividad, y la otra sobre el Monte de la Ascensión, en las cercanías de Jerusalén. También embelleció la gruta sagrada con ricos ornamentos. Esta estancia en Jerusalén dio origen a la leyenda del descubrimiento de la Cruz de Cristo, mencionada primeramente por Rufino.
El asunto de las reliquias o restos materiales tuvo desde los inicios del cristianismo suma importancia para fundamentar en hechos históricos y reales la doctrina de salvación. De ahí que abiertos los caminos imperiales a la nueva fe, los nuevos rectores y los nuevos prosélitos se lanzaran a buscar pruebas físicas para poder convencer a las masas paganas.
Bien por propia iniciativa o bien por mandato del Emperador, Elena va a Jerusalén en busca de lugares, recuerdos y reliquias, quizá con el mismo espíritu con que todos los años la agencia de viajes franciscana organiza “peregrinaciones sagradas”.
No diremos que las crónicas cristianas sean falsas y allá cada cual en creerlas o no. Pero sí pasamos a consignar “la otra versión” de su estancia por Tierra Santa. (Por cierto, ya es recochineo masoquista llamar “santa” a una tierra donde más desolación y muerte ha habido a lo largo de la historia). La versión “oficial” se puede encontrar en numerosos enlaces o en cualquier diccionario o historia sagrada.
Decimos la “otra versión” que puede ser históricamente tan válida, por verdadera o por falsa, como la que pueden ofrecer las fuentes cristianas. Es más, ni siquiera damos crédito ni a la una ni a la otra, fantasiosas como son ambas.
Cuenta la “otra” tradición que al llegar a Jerusalén, Helena convocó a los rabinos judíos de la ciudad, los cuales acudieron llenos de intriga ante ella. Les comunicó la Augusta Emperatriz que era su deseo tener noticias fidedignas del lugar, circustancias y medios empleados para crucificar a Jesús. Y caso de negarse tendrían que atenerse a las consecuencias y podrían ser quemados vivos.
Perplejos y aterrorizados los rabinos buscan y encuentran a un judío, por nombre Judas –evidentemente no el suicidado traidor-- que decían que tenía noticias o sabía algo de los objetos que la emperatriz buscaba. Cuando Judas fue llevado ante ella sufrió idéntica amenaza: o le decía dónde se encontraba la cruz o moriría de hambre.
Tanto Judas como los rabinos buscaron durante seis días madera vieja en el monte Gólgota. Y aquí es donde dejamos que la imaginación cristiana eche a volar:
“Judas indicó un lugar. Acudieron allí y se produjeron temblores de tierra y un olor a perfume llenó el aire. Judas, convertido por el prodigio milagroso al cristianismo, señaló un lugar donde antes había habido un templo a Venus, comenzó a buscar y allí encontraron tres cruces que entregaron a Helena. Ésta probó que dichas cruces correspondían a las empleadas en la muerte de Cristo acercando la más grande a un muerto, el cual volvió milagrosamente a la vida”.
Más historias se cuentan con relación a dichas cruces, pero no es momento para relatarlas.
Lógicamente Helena borró del mapa cualquier rastro del templo de Venus, iniciando la construcción de otra basílica en su lugar. Respecto a la persona de Judas, que guió a Helena en la búsqueda de la cruz otras fuentes legendarias cristianas dicen:
“Después de imprecar al demonio que estaba dentro de Judas, éste fue bautizado. Con el tiempo llegó a ser obispo, por nombre Ciriaco”.
Tras este exitoso hallazgo, Helena buscó afanosamente los clavos, encargo que también encomendó a Judas. Judas logró encontrar los clavos de Cristo, lustrados y resplandecientes como el oro y se los entregó a Helena.
Con ellos y con un trozo de la “vera cruz”, Helena partió hacia Roma. Hizo entrega a Constantino de las reliquias. Dicen las “crónicas” que Constantino puso uno de los clavos en la brida de su caballo, el otro en su casco y el tercero lo arrojó al mar Adriático, aunque según otras versiones este tercer clavo nunca fue encontrado porque Cristo lo llevó consigo en su ascensión a los cielos.
Como bien se sabe, este trozo de la “vera cruz” sufrió tal transformación que durante la Edad Media parece como si hubiera retoñado formando un verdadero bosque. Calvino dijo que con la madera reconocida de la “vera cruz” “se podría haber llegado a construir una buena flota de barcos”.
Hoy sólo quedan como “verdaderos” unos pocos fragmentos de la cruz, que sepamos dos de ellos en España.
Ese afán por poseer reliquias dio pie a numerosos excesos cuando no fraudes piadosos manifiestos. Para el siglo IX las iglesias de Europa y Asia poseían buena cantidad de huesos, dientes, pelo, tela, ropas... no sólo de santos sino también de personajes, lugares y objetos relaciones con Jesús.
“En el siglo XI Constantinopla estaba tan atestada de reliquias que se podían decir que era una industria. Blinzler, estudioso católico, pone como ejemplo de reliquias letras manuscritas por Jesús, el oro regalado por los Reyes Magos al niño Jesús, los 12 canastos de pan que milagrosamente alimentaron a los 5000, el trono de David, las trompetas de Jericó, el hacha que Noé uso para construir el Arca y cosas por el estilo”. Wells, G. S., The Jesus Legend, Open Court, Chicago 1996.
No sabemos si es cierta o no la frase, pero se atribuye al Papa León X en carta al cardenal Bembo: “Bien sabemos lo tremendamente provechosa que ha sido para la Iglesia la fábula de Cristo”.
A este respecto surge la inocente pregunta que cualquiera se haría: ¿Por qué ha necesitado la Iglesia usar, a lo largo de toda su historia, de la fuerza, de la falsificación y del fraude para predicar y expandir la “buena nueva”, la salvación, el amor universal predicados por todo un hijo de Dios?