Un mensaje de mansedumbre y de ira.


En Lógica se dice que un paralogismo es un argumento o razonamiento inválido que da por supuesta alguna de las dos primeras premisas del silogismo para extraer una conclusión acomodada al pensamiento que uno pretende imponer. Cuando se suprime la primera o segunda premisa para sacar la conclusión se habla de “entimema”.

Eso es lo que sucede con los Evangelios al decir que son libros unívocos donde se resaltan y relucen la bondad, la paz, el amor, los consejos elevados, la misericordia, la preocupación por los pobres, la clemencia con los vencidos, etc. La consecuencia de tal primera premisa es que así hay que leer los Evangelios o que todo lo contenido en ellos es sublime y universal. Puro paralogismo. No es cierto.

Ese mensaje acaramelado y moralista es el que se transmite, hoy, comenzando en las ventanas del Vaticano y terminando en la más humilde de las parroquias, sea en las lecturas dominicales o, sobre todo, en la enseñanza que se imparte a los niños en la catequesis o en los textos escolares de religión.

Rara vez aparecen, en dichas lecturas dominicales, aquellos textos del Nuevo Testamento que presentan la otra faz de la pretendida nueva religión que supuestamente le adjudican al fundador, al profeta y mesías Jesús.

Decimos supuestamente porque en modo alguno Jesús pretendió fundar una religión distinta a aquella que había mamado desde pequeño. Esa labor se la adjudicó a sí mismo Pablo de Tarso. Y decimos supuestamente porque también aparecen perícopas donde, como en el Antiguo Testamento, encontramos odio al contrario o al extranjero, violencia y fanatismo de quien está en posesión de la única verdad.

Es cierto que los Evangelios están llenos de mensajes de bondad, paz y amor; mensajes de perdón de los pecadores, palabras de consuelo hacia los oprimidos de la Tierra. Es el caso de la parábola de “la otra mejilla” (Mat. 5.39 o Luc. 6.29). En este sentido Jesús pretende superar la famosa ley del Talión de “ojo por ojo y diente por diente”.

Por cierto, tampoco aquí se pueden hacer interpretaciones ni reajustes, como las han hecho a lo largo de la historia con el “no matarás”. Jesús no dice que después de la segunda bofetada el agredido esté libre para responder con mayor contundencia. Eso lo dan por supuesto intérpretes interesados. Es la mansedumbre que desarma al ofensor.

No es el caso de comentar ahora si esta actitud ha servido de algo en la implantación y difusión del cristianismo: los romanos actuaron sin oposición alguna cuando de mandar cristianos a las fieras se trató; los mártires de todos los tiempos sólo han servido para ornar altares; los mártires de Japón apenas si son un ejemplo de tozudez... Convertirse en mártir ofreciendo la otra mejilla ha sido un ejemplo vano todo lo más de fundamentalismo, como en otras religiones y en el Islam los mártires-bomba.

Todos los casos de mártires, aprovechando la cita evangélica, han servido para que otras ideologías o religiones masacraran a los cristianos. El viento del Islam barrió el cristianismo de regiones de la Tierra donde en otro tiempo florecieran los Cirilos o Crisóstomos de turno. Los pacifistas de siempre se quedan sin mejillas cuando se enfrentan plácidamente a un escuadrón nazi. En cambio cuando enarbolan la santa cruz de la espada, los cristianos conquistan continentes enteros como es el caso de América del Sur.

De otras citas más efectivas se han servido los cristianos de todos los tiempos para esparcir su mensaje de paz y amor, por ejemplo el relato de “los mercaderes del Templo”. Primero clavan el puñal y luego consuelan con paz y amor a los afectados deudos. Las cuerdas que se convierten en látigos son tan efectivas como los panes y los peces, aunque éstos también atraen a las masas para que acudan a la misa dominical y entreguen diezmos y primicias.

Estaba próxima la Pascua de los judíos y subió Jesús a Jerusalén. Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, de ovejas y de palomas y a los cambistas sentados; y haciendo de cuerdas un azote, los arrojó a todos del templo, con las ovejas y los bueyes; derramó el dinero de los cambistas y derribó las mesas; y a los vendedores que vendían palomas les dijo: Quitad de aquí todo eso y no hagáis de la casa de mi Padre casa de contratación.


¡Qué gran pauta de actuación para la Iglesia! Si pusiéramos, en vez de Jerusalén, el Vaticano o Santiago de Compostela, en poco diferiría el relato. Todos cuantos han visitado estos centros de espiritualidad bien conocen los negocios allí montados, sin un Jesús restallando látigos. El negocio de la fe es un gran negocio. En el Renacimiento español se hablaba del “negocio de la salvación” sin prever el otro sentido de tal término.

Pero además de ese pasaje de Juan, hay otros que nos presentan a Jesús con un rostro no tan flemático o edulcorado como estamos acostumbrados a recordar.

Lucas 11, 37-54. Invectivas, maldiciones y condena contra fariseos, escribas y doctores de la Ley. Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la menta y de la ruda y de todas las legumbres y descuidáis la justicia y el amor de Dios! Etc.


Lucas 9, 60. Él le contestó: Deja a los muertos sepultar a sus muertos y tú vete y anuncia el reino de Dios.


Lucas 12, 10 A quien dijere una palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonado; pero al que blasfemare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado.


Mateo 11, 20-22 y Lucas 10, 15 Y tú, Cafarnaúm, ¿te levantarás hasta el cielo? Hasta el infierno serás precipitada. Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros obrados en ti, hasta hoy subsistiría. Así pues, os digo que el país de Sodoma será tratado con menos rigor que tú en el día del juicio.


Marcos, 13. Habla a sus discípulos en tono apocalíptico. Les dice que el Templo será destruido, que vendrán tiempos de angustia y ruina, que serán perseguidos...


Marcos 3, 35. Reniega de su familia. ¿Quién es mi madre y mis hermanos? ...Quien hiciere la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.


Lucas 11, 23. El que no está conmigo está contra mí y el que conmigo no recoge, desparrama.


Mateo 10,34 No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada. Porque he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, etc. El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí, etc.


Consecuentemente, la Iglesia se hizo eco de tales pasajes y los reprodujo en su proceder a lo largo de muchos, de demasiados siglos. Y, cuidado, esto también es Evangelio, “palabra de Dios – te alabamos Señor”.
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