La miseria mental como sacrificio.


El sacrificio en términos religiosos tiene múltiples acepciones: es holocausto (sacrificio de Isaac, sacrificio de Jesús), es ofrenda (la hostia), es liturgia (la misa). Como expresión humana, es también actitud, renuncia, privación de goces, aceptación del sufrimiento…

Hay otro espécimen, por no decir especie, de sacrificio curioso y particular: el sacrificio auto impuesto. No creo que hoy día se mantenga, pero si es así, la mejor concreción de sacrifico es lo que en otros tiempos se llamaba “tomar disciplina”.

También interpretan como sacrificio el hecho de apartarse del mundo y privarse ¿voluntariamente? de los goces que ofrece.
La convicción creada, inducida y nefasta de que el sacrificio es el mejor medio de acceder a Dios, se percibe en toda su intensidad en la miseria mental en que viven muchos miembros de las congregaciones religiosas.

En estos tiempos la mayor parte de ellos acepta tal sacrificio como “status” de grupo, no como asunción personal. La vida diaria de la mayor parte de ellos en nada difiere de cualquier miembro de la clase media.

Para el común de los mortales que no participa de tales componendas mentales ni el sacrificio es ya una virtud ni el dolor se asume como un medio de incremento moral.

El progreso científico, especialmente el relacionado con la sanidad, el bienestar material y la generalización de la cultura están haciendo estragos entre sus miembros. Cincuenta años de desbandada lo confirman.

Si esto es así en las congregaciones religiosas de la Santa Iglesia Católica, que tienen todas las características de las sectas, dedicadas por profesión al cultivo de la virtud, ¿qué espera el creyente para dar su NO rotundo a credos que no alimentan ni a quienes dicen poner en ellos la base de su existencia?
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