Los monoteísmos esquizofrénicos.
Será insistir en lo mismo una y otra vez, pero es preciso dejar claro que la religión odia la inteligencia –San Pablo “dixit”-- . Las tres religiones monoteístas ensalzan hasta la náusea la ignorancia, la inocencia, el candor, la obediencia, la sumisión...
Lo otro es terrenal, materialista, pecaminoso hasta en sus orígenes, con la primera contradicción original: ¿no había creado Dios el mundo, al hombre también, a su imagen y semejanza?
Como este mundo está viciado, los creyentes crean otro, que si uno mira hacia el Oeste, el otro, el de las religiones, mira hacia el Este, el del “sol naciente”, el del Salvador.
Su mundo irreal, sin embargo, se tiene que realizar a través del mundo real. Tarea imposible, porque lo real, la materia, los sentidos, las realizaciones humanas... ni tienen cabida ni presuponen lo otro, lo espiritual, lo que tiene su origen en la ficción, un cuerpo sin carne y una ciudad sin edificios ni vehículos.
Al entramado conceptual cristiano le vino muy bien la construcción previa de autores como Pitágoras o Platón. Desde las almenas de sus castillos y palacios del saber lanzaban exabruptos y anatemas contra los pobres habitantes de la ciudad “sin dios”, afanados y alegres con las cosas de cada día a los que hicieron creer que todo su mundo de pequeñas satisfacciones era un valle de lágrimas. Y éstos se lo creyeron mal su grado. Por su parte, ese mundo de ideas apartado de la vida se nutría de sí mismo, como se han venido nutriendo durante siglos unos autores fagocitando a otros.
Y desde esos mundos ideales emiten juicios sobre el aquí y ahora según jurisprudencia creada para mundos que están en otro lugar, mundos por supuesto inventados. Y sigue la esquizofrenia pensando en una ciudad que debe ser reflejo de la ciudad celestial. La vara de medir a los hombres es la que mide a los ángeles. No hay inmanencia si ésta no tiene relación con la trascendencia. Como necesariamente tienen que vivir y convivir con lo sensible, lo desprecian, lo interpretan y lo relacionan con lo inteligible. La Tierra sólo tiene sentido, el sentido de la vida, si es un camino hacia el Cielo.
Los filósofos modernos suelen hablar de la herida del ser, de la hendidura ontológica: ¿puede haber alguna mayor que aquella en la que se mueve la metafísica, y la vida, de los creyentes? El verdadero ser sometido al Ser. Por apuntar al Cielo, la Tierra, su tierra, muere. El aquí y ahora es un mundo descoyuntado, sin sentido, desesperado... que sólo queda satisfecho en el más allá.
La esperanza del más allá y la aspiración a un mundo subyacente generan, de modo indefectible, la desesperación aquí y ahora. O la imbécil beatitud del embeleso ante el Nacimiento... (M.Onfray)
Eppur, si muove (Galileo), “sólo tenemos esta vida” (dicho popular), “hoy comamos y bebamos y cantemos y holguemos que mañana ayunaremos” (Juan de la Enzina) es la respuesta de quienes se dejan llevar por su propio sentido común. Es la respuesta de las sandalias: del 99% de cristianos cumplidores al 5% en algunas regiones.