El mundo ideal propiciado por creyentes.
Seguro que alguien replicará aludiendo a Stalin, Pol Pot, Mao... por citar a algunos genocidas asociados a la increencia.
Que estos personajes estén asociados al ateísmo, no quiere decir que su ateísmo fuera la causa de sus desvaríos. En primer lugar tenían una creencia, o un sucedáneo de creencia: el marxismo y su derivación comunista; en segundo lugar, su ateísmo no era positivo ni constructivo, era un ateísmo “contra” las religiones al uso, la cristiana, la ortodoxa, la judía; además su deriva genocida más era debida a su personalidad paranoide y desquiciada, a su psiquismo, que a su increencia.
Pero dejando aparte tales monstruos, nos deberíamos fijar en los postulados creyentes y su doctrina de paz y amor y sacar las conclusiones. Cuando tal religión ha provocado consecuencias contrarias a sus creencias, es que algo falla: o los creyentes no creen lo que dicen creer; o las exigencias de sus libros fallan y más son un subterfugio y un pretexto para dar cauce a las pasiones humanas que un trampolín que impulsa a la virtud; o la doctrina que predican es falsa de principio a fin.
Si creer en un Dios condujera a la virtud, con seguridad los perversos e impíos ateos se sentirían arrastrados a aceptar sus postulados. En el listado de virtudes que se presuponen en los que siguen, creen y reconocen a Dios como su guía y su tutor, encontraríamos personas que no se dejan llevar por el odio; personas que pregonan y defienden la verdad y se oponen a la mentira; creyentes que jamás cometerían una violación, un asesinato, un infanticidio; personas que jamás han cometido perjurio ni falso testimonio o mentira...
En fin, en su mundo no se encontraría maldad alguna, ni crímenes, ni corrupción; tampoco se encontrarían casos de pedofilia sistemática; ni jamás acudirían a la violencia para pregonar su credo;
Ciertamente entre los creyentes hay personas así, virtuosas y rectas. ¡Pero no más que entre las personas normales! Además, no es ésa la cuestión: lo que decimos es que en su mundo no se encontraría nada de lo dicho. La historia y el presente lo desmienten.
¿Pueden afirmar que sus rabinos, sacerdotes, papas, obispos, pastores, imanes... han sido SIEMPRE así, un dechado de virtu? ¿Pueden afirmar con honradez que la moralidad ha estado siempre de su lado?
Lo repetimos y repetiremos: la creencia en la existencia de Dios ha generado en la tierra mayor cantidad de batallas, masacres, conflictos y guerras que paz, tranquilidad, amor al prójimo, perdón y tolerancia.
No hay más que leer la vida de papas, príncipes cristianos, reyes cristianísimos incluso católicos, califas y emires... para darse cuenta de que la existencia de Dios les importaba un carajo. Más aún, los propios fundadores de “credos in unum Deum” –Moisés, Pablo y Mahoma—fueron todo un dechado de asesinatos, palizas y razias.
Así que, con tales precedentes, los hombres que se rigen por sus criterios, los hombres que piensan, los hombres que conocen este pasado y aquellos que utilizan su juicio crítico para sacar conclusiones, prefieren tornar sus ojos hacia posturas distintas ante la vida, dejando que continúen con sus creencias las mentes cautivas (mente-capti).
Porque si un credo no es capaz de producir “eso”, mejor es darlo de lado y guiarse por criterios propios. Y así está sucediendo.