La ocupación de la mente, también la crédula.

De una mente que revuelve continuamente asuntos de su incumbencia o competencia, surgen ideas, teorías o descubrimientos casi por necesidad o como consecuencia lógica de dicha actividad.

Quien ha dedicado toda su actividad intelectual a dar vueltas y vueltas al credo, a solucionar el problema espinoso de tal cuestión teológica, a profundizar en el legado evangélico, a encontrar los retos que el presente ofrece a la fe... no ha tenido tiempo de dedicarlo a conocer lo que han dicho sobre los mismos asuntos los avances científicos, el pensamiento, la filosofía, el razonar de "los otros", ni, por otra parte, se le ha ocurrido poner en parangón su credo con el de los demás...

La actividad mental también es una actividad temporal, no sólo ni tanto porque se realice "en el tiempo", sino también porque exige "tiempo". Y los crédulos que se instruyen no pueden perder el tiempo en contrastar lo que leen, lo que "alimenta" --dicen-- su vida.

Estamos presuponiendo, primero, personas que lean, que a veces es mucho suponer; segundo, personas que, sobre asuntos que les conciernen vitalmente, lean distintos aspectos de la verdad, tanto pro como contra.

Pero con harta frencuencia encontramos lo contrario: ¿qué se puede esperar de quien no lee nada, ni siquiera sobre el contenido de su fe?. Son éstos los que mantienen el credo a fuerza de escuchar sermones no instructivos sino moralizantes y repetir consignas jamás puestas en entredicho. El credo estudiado en su momento, generalmente en la niñez, es la base indiscutible de todo su argumentario.

Son personas instruidas pero de manera unidireccional; "educadas" que pierden su "educación", que estragan su imaginación, que ya no piensan los argumentos del otro, sino que contestan con tópicos, tópicos por cierto que no aflorarían si no hubiera alguien que los pusiera en cuarentena.

Esos tópicos, repetidos una y otra vez, parecen convencerles porque no son capaces de comprender ni entrar en el meollo del problema que se les presenta.

Si el mundo se rige por personas que piensan, ¿puede uno de esos crédulos erigirse en guía de los demás? Ni siquiera llegan a ahondar en los argumentos del contrario: se limitan a descalificarlo con citas del pasado y una pretendida erudición que hoy está confiada a Internet.

Si el mundo se ha hecho gracias a la imaginación ¿puede uno de esos crédulos servir de estandarte para los que van detrás?

He aquí los tuertos seguidos de ciegos. Cada vez es menor la tropa de ciegos, porque el mundo les va abriendo los ojos.
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