Su pasado es muerte...

Hoy predican la vida, se manifiestan por la vida, convierten la Pza. de Colón en un alegato por la vida (del "nasciturus", algo menos por el "nascitus")... pero todo su pasado ha girado en torno a conceptos de muerte: negación de sí mismo, morir a las cosas del mundo, etc. etc.

A decir verdad tanto vida como muerte son dos términos si no equívocos, sí algo indefinidos. Lo mismo pueden servir como metáforas, como símbolos e incluso como paradojas. Cuando en la Pza. de Colón predican el derecho a la vida del "nasciturus", están hablando de vida física, real, vida humana. En esto, todos concordamos.

En cambio, cuando hablan de la vida de la gracia, de la vida espiritual y hasta de la vida eterna, todo es simbólico y, sobre todo, no todos piensan ni sienten lo mismo, ni siquiera quienes son afectos a ideas ultraterrenas.

Sí, su pasado es un pasado de muerte, real y simbólica, incluso la propiciada por ellos mismos o la que aparece en todos los rezos, improperios y deprecaciones.


La vida real es estar en el mundo y construir el mundo. La suya no, la vida real suya es no ser del mundo, ni siquiera de uno mismo. Vivo sin vivir en mí... que muero porque no muero. ¡Qué sublime paradoja!

Si lo pensamos fríamente, ridículo resulta que la vida tenga sentido precisamente cuando “no se vive”, cuando no se goza de ella, cuando se está a la espera de la muerte como “el paso” que nos lleve a la “verdadera vida”.

Es un pensamiento que encandila, que hace retorcerse a la mente de felicidad extática, un cuasi éxtasis: la verdadera vida es la muerte. La cuestión es cómo morir.

En consonancia con tan elevados, profundos y extensos pensamientos, plasmados en sabrosos tratados, hechos literatura e incluso filosofía, están los ritos. Las celebraciones de un pasado no tan pasado --muchos lo hemos vivido-- eran de tal pregnancia y solemnidad, que el fiel creyente creía vivir el esplendor de la gloria.

Era la manera de redimir el paso de los días, anodinos, vulgares, llenos de penuria y pobreza... a fin de cuentas, algo mundano. El Año Litúrgico no sólo ponía orden en las estaciones: la vivencia ritual de los misterios elevaba al individuo al rango noble, nada menos que hijos de Dios.

Desde luego que no, la vulgaridad que nos rodea en modo alguno se puede equiparar a las celebraciones sacras donde “Cristo se muestra al alma que lo anhela en toda su plenitud". Y de la hermosura del rito, surge el sentimiento imposible de explicar.

Pues no, mil veces no. Por muy hermosos y consoladores y vivificadores que pudieran parecer esos “arrobos divinos”, siempre habrá cosas en esta vida, por intrascendentes que sean, que pueden llenar más que los actos encaminados a conseguir quimeras que, por la muerte, llevan a la vida.

Supuesta vida. Vida metafórica, porque la otra vida, la humana, la nuestra, la única que tenemos y fruimos, ésa es la que hay que buscar y vivir.
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