Los pobres

Si de individuos creyentes se trata, se constata que, respecto a los pobres, se suelen dar dos reacciones dependiendo de la cercanía. Hay creyentes que suelen negar el céntimo al pobre que está en la puerta de la iglesia y sin embargo entregan sumas considerables a congregaciones que asisten a otros pobres que, necesariamente, también deben sostenerse con esos fondos.

Hasta las matemáticas elementales se tornan abstrusas cuando las roza la creencia. Dicen: "Este pobre puede recurrir a los servicios sociales. ¿No existen organizaciones municipales o estatales que atienden a los indigentes?". ¿Los unos sí y los otros no? El pobre cercano y conocido es miserable, vago y borracho. El pobre desconocido y lejano es hijo de Dios, redimido por Cristo y miembro de la Iglesia.

Siempre se ha hablado del pez y de la caña de pescar. ¿Ha habido alguna vez un empresario que al salir de la iglesia le haya preguntado al "por-diosero" de la puerta por sus habilidades para contratarlo? Es más fácil darle 10 euros para comer ese día. Y eso cuando mucho.

Pero muchas veces la pobreza es, en primer lugar, pobreza mental, un fatum que impregna la mente y que le hace pensar que su situación es normal y hasta causada por él mismo. El pobre necesita también ayuda para afrontar el esfuerzo por salir de su situación de postración y reflexionar sobre las causas y los posibles los remedios. También para rechazar el fatalismo crédulo, aquel de "los pobres los tendréis siempre entre vosotros". Quizá sea el primer paso para hacer posible que mejoren sus condiciones de vida. La pobreza comienza por la mente, bien porque impide pensar y actuar, bien porque acepta lo dado como inevitable.

¿Y eso de la Iglesia de los pobres? A lo largo de la historia parece que, en el fondo, la Iglesia nunca ha querido ser la Iglesia de los pobres. Administraban la "sopa boba" pero nada hicieron los gerifaltes de antaño para cambiar las estructuras sociales que generaban tal pobreza. Y fuerza suficiente tuvieron para ello.

Su aspiración se tornó algo más sincera cuando, ya en siglos actuales, dejó de ser rica en poder, sabiduría, filosofía, erudición, edificios y tierras, y pretendió erigirse en intermediadora entre los ricos y los pobres; vivir entre los ricos para enseñar a los pobres; buscar las riquezas para repartirlas a los pobres según el código de comercio… porque también a los árbitros hay que pagarles.

¿Y cómo realizar esa aspiración del papa actual? Pensemos en su propia "dignidad". Los altos dignatarios del "Estado Vaticano" --también quienes rigen los "Institutos religiosos"-- tras acceder al cargo, al punto caen en la cuenta de que deben estar a la altura de las circunstancias, han de tratar con los ricos y poderosos de este mundo, necesitan rodearse de un bienestar cultural en consonancia con su puesto, han de disponer de dinero suficiente para corresponder, sienten la necesidad de viajar continuamente para atender las necesidades de sus hijos dispersos por el mundo, ven que es menester para estos casos vestir con dignidad...

Y, los otros, los que incluso prestan su vida a la misma causa que el jefe vaticano, viven ciertamente como pobres, participan de la vida de los pobres, ayudan a salir de la pobreza... ¿Cómo pueden ver todo eso? O no saben nada o tienen obnubilada la inteligencia para juzgar y creen que así, en esa vida de esplendor, consiguen más. Éstos viven la pobreza; los otros, desde el papa hasta los apoltronados en una oficina sacra o entre las paredes del convento, saben cómo adoptar la apariencia de los pobres de Yahvé.

Frases hueras parecían sólo patrimonio de los políticos.
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