El poder del dinero / y 4

La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas (K.Marx) No proviene la virtud de las riquezas, sino las riquezas de la virtud (Sócrates)
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Aristóteles en su Política distingue dos tipos de “economía” en relación al uso o abuso de la riqueza. La primera es la doméstica (oikonomiké= gestión de la casa) y a la segunda le llama crematística (chrematistiké). La economía doméstica es el arte de hacer un buen uso de la riqueza, dentro de ciertos límites (hóros)y orientada por naturaleza (katà phýsin) al buen vivir (eu dsên) de la comunidad familiar. Sin embargo la crematística es el arte de acrecentar de forma ilimitada (ápeiros) la riqueza por medio de la moneda (nómisma).

Esta crematística, a la que hoy llamaríamos “capitalista”, que nace de la acumulación desmesurada de riquezas (pléthos chremáton) y de la usura sustraída a todo control, es condenada por Aristóteles por ser hiperbólica (la hyperbolé es en la ética aristotélica un vicio por exceso, con respecto al mesótes o término medio, mesurado o equilibrado).

No sólo corrompe a las demás actividades profesionales, sino que corrompe el ideal de vida buena con el buen uso de los bienes.

El joven Marx, en los Manuscritos de economía y filosofía, obra central de su primera etapa filosófica y humanista, hace una crítica del dinero como forma de alienación. El término alienación (del latín alienus= ajeno) o enajenación es la traducción de tres vocablos usados por Marx, Entfremdung, Entäusserung y Veräusserung.

El concepto de alienación lo tomó Marx de Hegel y de Feuerbach y lo situó en el centro de su humanismo antropocéntrico. Significa que las creaciones humanas, sean materiales o espirituales, se convierten en fuerzas ajenas (fremde und beherrschende Mächte) e independientes que dominan o esclavizan al ser humano.

Es decir, es el dominio del sujeto humano por los objetos de su creación, lo que implica deshumanización o pérdida de humanidad. El fenómeno de la idolatría ilustra de forma plástica y por analogía lo que es la alienación: los humanos construyen ídolos, de piedra o de madera, y luego se postran servilmente ante ellos.

Como dice el filósofo judío Martin Buber, “el ser humano ha alumbrado demonios, que ya no es capaz de dominar”. Así, el dinero considerado como “bien supremo”, capaz de comprarlo todo, es una fuerza “divina”, según Marx, capaz de invertir y transmutar todas las cualidades y relaciones humanas.

El Marx maduro, científico y economista, sustituye el término alienación por los conceptos de reificación y de fetichismo. La reificación (Versachlichung) significa que en la sociedad capitalista las relaciones entre seres humanos revisten la falsa apariencia de relaciones entre cosas. El fetichismo, en analogía con el fenómeno religioso, se refiere al dominio de las cosas sobre el ser humano.

Así, la mercancía, el dinero o el capital son fetiches semejantes a los religiosos, independientes y dotados de vida propia, que dominan y esclavizan a los humanos. El fetiche dinero (Dios visible lo llama Shakespeare) transforma “el siervo en señor y el señor en siervo”.

Erich Fromm, en la línea del humanismo socialista (véase ¿Tener o ser?), aplica el concepto de alienación a la crítica del consumismo, que describe como un modo de “devorar” el mundo de forma compulsiva, lo que crea angustia e insatisfacción continua.

Esta idea es análoga a la crítica que le hacía Sócrates al hedonismo radical de Calicles como meta ilusoria de la felicidad. Según Fromm, la fórmula del consumista moderno es: yo soy= lo que tengo y lo que consumo. Es decir, el tener tiene prioridad sobre el ser y el ser humano se identifica con el tener. Esta inversión reificada de valores (“somos lo que tenemos”) corrompe incluso las mismas relaciones amorosas (véase El arte de amar).

La crítica al poder corruptor y deshumanizador del dinero se encuentra no sólo en la filosofía, sino en el Nuevo Testamento y en la literatura. En el Nuevo Testamento encontramos por un lado el “comunismo de consumo” de la comunidad primitiva (reparto de los bienes según necesidades), en espera de la inminente Parusía, y por otro el “evangelio” de Jesús.

En Lucas aparece la parábola que condena al rico Epulón que sufre tormento frente al consuelo del pobre Lázaro. En otro lugar, Jesús aconseja al joven rico vender sus bienes y repartirlos entre los pobres. También en Lucas Jesús proclama: “bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios” (Mateo lo cambiará por “pobres de espíritu”) y antes entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el Reino de Dios. Y “ay de vosotros los ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo”. Tanto Lucas como Mateo establecen un dilema entre Dios y las riquezas, pues, no se puede servir a dos señores, a Dios y al Dinero.

Conviene señalar que el desprecio absoluto de los bienes, incluso la venta, sólo se entiende desde la denominada ética interina por A. Schweitzer (cfr. Puente Ojea: Ideología e Historia…), para el tiempo anterior a la llegada inminente del Reino. Cuando llegue éste, el dinero será innecesario.

En el Magníficat señala Lucas parte del programa del futuro Salvador: “a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió sin nada”. Pero esta moral escatológica es imposible de cumplir en una sociedad duradera. Es inaplicable, por tanto, al mundo actual, como ya señaló Schweitzer.

En la Edad Media, el espíritu de la pobreza evangélica será retomado por Francisco de Asís frente a la inmensa riqueza de la iglesia de Roma y al apego al dinero de los eclesiásticos, fustigados por el Arcipreste de Hita (Lo que puede el dinero):

Yo he visto a muchos curas en sus predicaciones,
despreciar el dinero y a las sus tentaciones,
pero al fin por dinero otorgan los perdones,
absuelven los ayunos y ofrecen oraciones


O también, el poder del dinero:
Hace señor al siervo y al siervo hace señor
Toda cosa del siglo se hace por su amor
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