¿Era aquello religión? Hace sólo 70 años.

Todavía tengo mis dudas de si lo que está feneciendo de la religión es su elemento sociológico o la religión misma. Se acepta, al menos como fenómeno universal,  que el sentimiento religioso sea algo cuasi inherente a la naturaleza humana, pero no se puede afirmar que sea consustancial a la misma, como puedan ser los instintos o la capacidad racional.

Esa inherencia que algunos pueden considerar “natural” como es el hecho de creer es tan elucubrativa como el modo y el porqué del “descreer”. Cuando la persona se va sintiendo más segura de sí misma, más independiente de los ciclos naturales, más autónoma porque dispone del sustento necesario, más festiva porque puede gozar del ocio… la religión va quedando arrinconada tanto en el espacio mental como en el tiempo destinado a ella.

Primero pierde la  compulsión o imperativo mental para las celebraciones religiosas y luego va espaciando el tiempo de asistencia a las celebraciones rituales: la asistencia de semana en semana se pospone a lapsos de tiempo más largos y finalmente acude en ocasiones contadas y por imperativo familiar o social (funerales, bodas, I Comunión…).

Un ejemplo: hace un siglo sería impensable que un fervoroso católico dejara de asistir a “los oficios” porque le había surgido la oportunidad de pasar tales fechas   –Navidad, Semana Santa--  en la estación de esquí  o playa tal o cual. Por supuesto, buscaría como fuera un lugar para su celebración. Gran facilidad tenía para ello en cualquier concejo, pues por mínimo que fuera el hábitat playero o montaraz, allí había un párroco oficiante. El más fervoroso,  declinaría o acortaría la escapatoria festiva. Hoy el turista ni siquiera se plantea posponer el viaje a Egipto, Turquía o  Tailandia a sabiendas de que no puede en esos lugares cumplir el preceptivo “acudir a misa todos los domingos y fiestas de guardar”.  

Todavía tengo mis dudas de si el conglomerado de prácticas, hábitos, costumbres, celebraciones y rituales sociales relacionados con la religión eran soporte de la religión por  imposición clerical o por convencimiento.

Ha sido tal la cantidad de hojarasca crédula que el vendaval democrático ha esparcido por los caminos de la vida, que con ella se ha ido gran parte de la carnaza con que la misma se sustentaba.

Los que ya superamos dos tercios de siglo de existencia, incluso menos, bien saben de todo esto. Bueno es recordar. Hago una somera relación de hechos que pueden hacer sonreír incluso a un ferviente feligrés actual.  Por lo general los aspectos de la vida más controlados eran los relacionados con la moral, especialmente la moral sexual.

  1.  Impensable en aquellos tiempos playas nudistas. Tampoco el uso de bañadores que dejaran al descubierto orondas protuberancias. Era la policía municipal la encargada de velar por la decencia en las playas. Pero ¿de dónde procedía la compulsión a ello? Evidentemente de la autoridad moral, de la clerecía local, regional o estatal. ¿Asustan hoy a alguien? Si bien parte de la sociedad todavía no lo acepta con buenos ojos, lo más que provocan es curiosidad.
  2. Las mismas relaciones sexuales entre jóvenes, y no jóvenes, tiempo ha que dieron de lado los criterios que emanaban del confesonario. Y de acusarse de ello, algo impensable.  No existe ni el más leve atisbo de conciencia de pecado, aunque sí el temor a otros aspectos ligados a tal relación: embarazos no deseados, contraer enfermedades…
  3. Por los años sesenta o setenta del siglo pasado, el debate sobre métodos anticonceptivos se vivió con especial virulencia por parte de las autoridades eclesiásticas. Hoy nadie habla de ello. Ni siquiera los mismos fieles. ¿Eran válidas las consideraciones morales de la Iglesia? El tiempo ha puesto a cada uno en su lugar y el silencio impera por doquier. Ha quedado el preservativo como reliquia de aquella controversia.
  4. La masturbación ha sido algo condenado desde siempre. A la altura de nuestros días produce hilaridad leer los males de toda índole asociados a tal práctica “profiláctica”: ceguera, idiocia, tristeza vital… ¿Cómo  la juzga hoy la misma Iglesia? Me da la sensación de que ni siquiera se paran a pensar en ello. Un “allá cada cual con su conciencia” es a lo más que llegan.
  5. ¿Y el aborto? Hasta “ayer” ha sido penado social, política y jurídicamente. Todavía la Iglesia lo condena y ven en él la plaga de nuestro siglo. ¿Se ha resquebrajado la sociedad cuando ha sido regulado?
  6. Entre los papeles encontrados el verano pasado en casa de “los abuelos” descubrí uno curiosísimo: un vecino había denunciado a mi abuelo porque había enganchado la mula “supuestamente” para trabajar en domingo. La multa correspondiente era cuantiosa: 25 pts. No sé en qué paró la cosa, pero el hecho es significativo. Ocasiones hubo en que el cura del pueblo denunció ante la Guardia Civil a algún vecino que laboraba en día de precepto.
  7. Un domingo de verano, allá por los años 50, los muchachos del pueblo decidieron ir al bar a ver, en la recién estrenada televisión, su primer partido de fútbol televisado, en vez de acudir a la iglesia al preceptivo rosario: el airado cura, vestido con roquete, bajó de la iglesia al bar y se los trajo a todos al templo, a alguno de la oreja. Luego los castigó encerrándolos durante unas horas en el recinto del mismo. Hoy lo cuentan riéndose de la anécdota, pero en su momento sufrieron las consecuencias de tamaña desconsideración.
  8. Como reliquia del pasado que remonta hasta el “bendito” San Pablo, era “hermoso” ver cómo las mujeres cubrían su cabeza con un velo para acceder a la iglesia: el muestrario era de lo más variopinto, dado que hasta las niñas pequeñas debían cumplir con tal precepto. El porqué es un misterio. Es la misma historia de los monos que, sin saber la razón, atacaban al que osaba intentar coger el plátano.
  9. ¿Y la distribución de los fieles en la iglesia? Todavía en el pueblo los niños ocupan el primer banco –ya no hay niños--, las mujeres se colocaban en el centro y los hombres detrás (dado que el 80% son mujeres, hoy se esparcen por toda la iglesia). En esos años de mediados de siglo y en determinadas ocasiones festivas, el Consistorio ocupaba los puestos delanteros, los nobles o ricos un lugar distinguido, con reclinatorios especiales a la vista de la plebe.
  10. En esos tiempos, “lógicamente” no existían los homosexuales. Eran “personas raras”,los pobrecillos”. Impensable que pudieran cometer delitos nefandos  como los que hoy presuponen que cometen pero que nunca se citan.  ¿Tenían derechos? ¡Si no existían!  La proliferación homosexual dentro del círculo sacro –seminarios, conventos—tampoco existía: a lo más que aludían era a las “amistades particulares”. El precepto seminarista para los paseos era: Nunquam duo, semper tres, nec  semper iidem (Nunca 2, siempre 3 y no siempre los mismos).
  11. Se controlaban hasta los detalles más nimios, como la vestimenta femenina. Su regulación también venía impuesta “desde arriba”. En esos años de mediados de siglo, el precepto era “por debajo de la rodilla”. La parte superior cubierta hasta el cuello.  Algo ha ganado el estamento femenino con el cambio. Sirva como síntoma de liberación.
  12. ¿Quién no recuerda la forma de calificar las películas? El proverbial “3R” era revelación  de que la película, prohibida, “merecía la pena”.  Pero es que la censura lo invadía todo: teatro, cine, televisión, radio, edición de libros… El  imperativo político, la Dictadura, procedía de otra fuente: era el regreso del otro imperativo, el control secular de la sociedad por parte de la Iglesia. Y no son historias “muy pasadas”, todavía hay un amplio espectro social que echa en falta tal tutela.
  13. Para acceder a numerosos puestos de trabajo era preceptivo el informe favorable de las autoridades. Si bien y por lo general eran las autoridades civiles las encargadas de recabarlo y extenderlo, si el cura no extendía su “nihil obstat”, nada había que hacer. Recordemos los famosos “certificados de buena conducta”. ¿A quién preguntaban en el pueblo respectivo? Al cura y al alcalde. Es recuerdo personal cuando, en la mili, cuando me destinaron a un departamento militar especial, el Desibe. 
  14. La práctica de los sacramentos se llevaba a rajatabla y se vivía en sociedad. Hoy día, de los sacramentos no ligados a celebraciones sociales –actos familiares, festejos, folklore-- no queda nada. Todo ha quedado encerrado entre las paredes del templo. Un detalle nimio: desde la noche anterior no se podía comer nada si se iba a comulgar al día siguiente. Y había otro indicador curioso: gran parte de la feligresía no iba a comulgar porque “tenía algún pecado escondido”. La práctica al menos anual de la confesión, se llevaba a efecto acudiendo confesores de otras latitudes; previamente y al toque de campanas, había reuniones y charlas cuaresmales para prepararse a ella; el pueblo acudía al templo para cursar el preceptivo examen de conciencia y ser guiado en el “dolor de corazón”… Y respecto a las I Comuniones, ¿qué son hoy día para familias y niños?
  15. ¿Y qué decir del matrimonio en su triple consideración de acto, estado y convivencia? Como acto ya son más los que se celebran ante las autoriades civiles; como estado, si bien todavía pervive en ciertas molleras aquel bíblico precepto de “la mujer estará sometida al marido”, la nivelación de “status” ha cambiado radicalmente la concepción del matrimonio;  también como estado, dicen, conlleva la gracia sacramental para poder sobrellevar las etapas de crisis… y todos saben de sobra cómo ayuda tal sacramento en dichos momentos. Como convivencia reglada por la normativa y consejos clericales…  es algo periclitado. El matrimonio tradicional está, sencillamente, agotado, sin que por ello la sociedad haya adquirido conciencia de la novedad. Las crisis de convivencia no pasan por los consejos clericales, como mucho se acogen a recetas de consulta psicológica o conclusión judicial, la separación. Queda mucho camino todavía para que la misma no sea traumática.

Todo ello ha sido barrido en esta nueva sociedad. En la comparación, decididamente no fue mejor el tiempo pasado. ¿Con ello se ha esfumado gran parte de la religión? Sí. Lo quieran reconocer o no, estos aditamentos adheridos a la religión servían de lazo, de dogal más bien,  para tener cautiva a la sociedad. Al soltarse, han arrastrado consigo otros elementos no tan folklóricos.

¿Era esto la religión? Podrán argüir que no y que con ello la Iglesia se ha rejuvenecido o se ha purificado. Se engañan: lo era. La iglesia era socialmente “eso”. Y hoy la Iglesia lo que está es más envejecida, biológica y espiritualmente.  Y se engañan viendo la situación con los anteojos de grupos carismáticos, grupos de espiritualidad, grupos de oración, grupos bíblicos, festejos ante el líder que “viene a visitarte”…

Todo eso también existía antes. Quizá estos grupúsculos escogidos sean el bíblico “resto de Israel”, el que se va a hacer cargo de cerrar el aeropuerto. La masa ha huido “en masa”. Hay otra masa que o se va quedando anquilosada y no se entera de lo que dicen en los ritos o ya no puede acudir a la iglesia por artrosis vital.

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