La religión todo lo aspira.


En algún momento hemos dicho que todo en la religión está contaminado, cuando más bien es al revés, todo lo contamina la religión.

La religión envuelve, abarca, “comprehende” las acciones, las omisiones, los pensamientos, las emociones, los actos y los “no actos”, todo.

Se preocupa de lo pequeño con el propósito de elevarlo a grande, a sublime y lo que hace es ramonear en todo lo que ella considera pequeño hasta dejar el pasto hecho un erial.

La religión es una piel, y pretende ser la carne entera. Nada escapa a su contaminación cancerosa. Suplanta al individuo, se lo traga, lo engulle, lo fagocita. No pueden convivir vida humana y religión porque la vida se torna religión... si la vida se deja.

Es el tornado del existir. El crédulo sólo aprecia la grandiosidad que encierra el viento huracanado del Espíritu que lo atrae y lo embaba, hasta que se encuentra sumergido en el torbellino y ya no puede salir.

La religión es la aspiradora de la vida. Cuando uno se ha dejado engullir por ella, se encuentra luego con la miseria de todo lo que encierra lo religioso, polvo, nada, briznas, sequedad, basura. Eso es lo que encuentra el creyente.

Pero tornan a embutirse de nuevos ritos, por ver si encuentran algo…
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