La semana del folklore de lo sacro.

La que hoy termina, semana denominada santa, ha sido paa mí un tanto especial y singular. Y no por los acontecimientos que sumen en la tristeza más honda a los feligreses del rito sacro (bien es verdad que tanto la alegría como la tristeza no son tales sino algo simbólico, metafórico o alegórico).

La lluvia y el "mal" tiempo --"bueno" para los agricultores de secano-- nos ha obligado a permanecer más horas de las que uno quisiera recluidos en casa. Como sucedáneo de otros entretenimientos, siempre queda la televisión, el medio que ha secuestrado media vida de los más jóvenes y casi dos tercios de los mayores. Y no para bien.

Y hete aquí que la mayor parte de ellas han incidido en programacioens repletas de temas bíblicos o en retransmisión de procesiones o en películas de ambiente prehistórico. ¿Una vuelta a cincuenta años atrás? Parece que sí, aunque también se puede entender como un modo fácil de los rectores televisivos por sacar adelante programas necesariamente diarios sin alborotar demasiado las neuronas.

"La Biblia". ¿Qué decir de tal miniserie, anunciada como algo especial? En pocas palabras, un "más de lo mismo" con mejores medios y mayor vulgaridad. Dado que la incultura popular raya en la ignorancia más supina, la vulgarización de relatos literales sólo puede conducir a una de estas dos derivas: por un lado la deducción de que el dios del pueblo de Israel, un dios a la medida de gentes crueles, es un dios perverso, justiciero, cruel, vengativo y sediento de sangre; otra consecuencia, el alejamiento de la lectura directa de la Biblia, bien porque " ya han visto todo lo que dice", bien porque los cuentos que relata no merecen la pena.

Alguien decía con cierta sorna pero con el fundamento de que hoy lo visual ha sustituido al reposo de la lectura, que leer es de pobres, por no tener dinero suficiente para comprarse un reproductor de CDs ni tampoco discos para el mismo.

A eso conduce la ignorancia manifiesta de todo aquello que tiene que ver con lo sagrado, fruto de una educación somera e incluso rastrera de la cultura de las religiones.

Hablando con éste o con el otro, uno percibe cómo el desconocimiento de la Biblia es casi total, libro por otra parte digno de leerse al margen de historias, historietas y cuentos moralizantes y al margen de consideraciones piadosas y salvíficas.

Y tal desconocimiento conlleva ignorar el contenido y la simbología de la mayor parte del arte imaginero español. Es así porque los siglos de dominación católica así lo han propiciado: la mayor parte del arte español es arte sacro. Se puede ver con otros ojos, como que aquella "magdalena" pudiera ser la sobrina del escultor o aquel "cristo" sea el rostro del expósito en el rollo, pero el origen está en algún relato de la Biblia. Y tal relato debiera ser estudiado y conocido.

La facilidad de acercarse hoy a tal sitio o tal otro para admirar el arte encerrado en los templos --en mi caso el recorrido de todas iglesias más o menos importantes del románico palentino en compañía del malogrado profesor Santiago Amón-- contrasta con el desconocimiento de lo que en ellas se ve: da lo mismo un sacrificio de Isaac que el relato de la escala de Jacob. Todo se convierte en "bellas o siniestras imágenes" objeto de cualquier cámara de fotos de bolsillo, hoy del móvil, a despecho del sempiterno "prohibido hacer fotos".

El turismo, hoy, se ha convertido en la ignorancia trocada en deseo a la espera del sucedáneo gastronómico. Y cualquier cosa que nos presenten es objeto del ansia de saber sin receptáculo alguno mental donde alojar eso que se ve. Al final sólo queda un "yo estuve allí" o "yo he visto eso".
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