El símbolo en el rito.

Es una opinión que mantuve pocos años después de celebrado el Concilio Vaticano II cuando la Iglesia, en su pretendido "aggiornamento" comenzó a desmontar ritos a su entender desfasados y hacer más cercana la liturgia a los fieles: cayó el latín, cayó el canto gregoriano, se hizo cercano el altar...

La Iglesia Católica, en su afán por "encarnarse" de nuevo en el mundo, desterró el simbolismo de la práctica del rito. El misterio siempre tiene formas arcanas de llegar al pueblo. Si pretende "revelarse", cae en la inanición.

No debiéramos ser quienes obviamos la parafernalia de la credulidad los que recordáramos que rito, palabras y símbolo deben ir unidos de forma consustancial para que la religión se mantenga, porque el rito es símbolo y encarnación del misterio.

Prescindir del misterio es dejar escapar el humo que en él se contiene. Porque todas las religiones son cáscara, caja de resonadores, cofre de esencias tan puras que se han quedado en pura esencia: no contienen nada, pero presuponen el Todo.

Y eso es lo que cautiva al hombre, la esperanza de encontrar el Todo en una búsqueda perpetua por cajas que los demás sabemos vacías. Envoltorio y objeto, en la religión, son la misma cosa. El símbolo es el rito y el rito es el símbolo.

Quien, convencido de todo esto, pretenda desmontar una religión, no lo podrá hacer con ataques frontales de "razones" sino desagregando esos elementos: un rito no se entiende sin el símbolo sustentador, donde la argamasa son las palabras, aunque las palabras también sean, a veces, elemento disgregador.

Cuando el rito se percibe vacío, ve todos sus gestos, palabras y parafernalia general como un inmenso ridículo. Es lo que vimos el domingo pasado en la misa abulense y lo que se aprecia en las grandes ceremonias donde se hacen presentes entre el pueblo los magnos dignatarios de la Iglesia, representantes de Dios, de Jesucristo, en la tierra.

Resulta ridículo y jocoso llevar un libro en procesión y rodearlo con humo; resulta ridículo ver cómo alzan un trozo de harina en forma de oblea y se prosternan ante él; ridículo y grotesco ponerse y quitarse un gorro con dos puntas según el momento del rito. Y así cualquier elemento del complejo mundo de los ritos.
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