El tiempo que todo lo cura, no obra igual con las verdades religiosas.

Todas las religiones han sufrido un periodo más o menos largo de asentamiento, de purificación, de purgas doctrinales, de clarificación de ideas. Es normal y hasta sano. Pero todo debiera tener un límite en el tiempo.

Hay dos, la cristiana y la musulmana, que todavía parecen no tener claros algunos aspectos de lo que tienen que creer o cómo interpretar determinados matices de "El Libro". Tan poco claro lo tienen que hay interpretaciones que vienen a decir lo contrario de lo que el profeta primero dijo o que han tardado siglos en asentarse. Ejemplos hay para dar y tomar.

La religión cristiana, en los primeros siglos, se entregó a todo un festival de interpretaciones, las más de ellas y en su propia denominación herejías, precisamente cuando podría parecer que la idea del fundador estaba más clara, por proximidad histórica.

¡Cuántas vidas pendieron de hilos tan finos que con facilidad se cortaban por una conjunción o un adverbio de más o de menos!

No es racionalmente normal tardar más de mil doscientos años en saber que "ahí" está presente realmente (una creencia de las más irracionales que darse puedan); o más de mil ochocientos años en saber con certeza, y proclamarlo públicamente como verdad indubitable, que "su virgen" estuvo libre de un pecado desde el principio... y además de un pecado igual de irracional que el aserto anterior.

Dígase lo mismo de prácticamente todas las afirmaciones esenciales derivadas de Dios Padre Trinidad, Encarnado, Muerto y Resucitado.

Hay agujeros en toda creencia que, pretendiendo tapar, general agujeros mayores por donde escapa la posible creencia de buena fe.
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