El virus biológico que afecta a la Iglesia.


El de ayer era un asunto que daba mucho de sí. Reuniendo fuerzas mentales, que por aquí me restan pocas, he decidido ponerme a ello y elucubrar sobre los veintidós puntos anotados. Serán menos, porque también el cansancio roe las ganas de leer.

1. La Iglesia católica está afectada del “virus biológico”, ése que no perdona a los individuos pero respeta la especie [mas, si los individuos de la especie desaparecen...]. Muere lo viejo para renacer lo nuevo. Y lo viejo es lo que todavía sigue vendiendo la Iglesia. La Iglesia, vieja de vejez, primero se niega a reconocer el mal que la corroe y en consecuencia se empeña en aparentar ser joven por puro voluntarismo o instinto de supervivencia. Algo similar a "Qué alegría cuando me dijeron-vamos a la casa del Señor", en voces apagadas, cansinas, amuermadas: ¡si esa es la alegría y la juventud que pregonan... ¡

Su enfermedad biológica es patente y manifiesta: la mayor parte de los que componen el estamento clerical es de una edad provecta; los fieles más asiduos a los actos de culto lo son también; el renuevo cae con cuentagotas y no hay regeneración biológica. Por cada diez clérigos que dejan el puesto porque así lo ordena la naturaleza, quizá surge uno en sus seminarios. Las iglesias cada vez están más vacías en días de culto obligado “bajo pecado mortal” y la “media de edad” de los fieles asistentes está más cerca de la “edad media” que del “renacimiento”.

Añádanse las consecuencias que la falta de vitalidad trae consigo: el viejo es, por imperativo vital, conformista y conservador. Los sustituyen con elementos provenientes de allende los mares que no "no cuajan", porque las ideas fijas de los oyentes provectos están casi anquilosadas (decía la abuela: "No me traigas a esta iglesia que este cura no me gusta", por un joven sacerdotes descaradamente ecuatoriano).

2. En el índice más bajo de popularidad. Cada cierto tiempo medios privados o públicos publican encuestas sobre los distintos organismos y sociedades que conforman el Estado: la Monarquía, la Justicia, el Ejército, la Iglesia, etc. Y sistemáticamente la peor valorada es la Iglesia.

No es algo que pudiera afectar al entramado organizativo de la Iglesia, pero es todo un síntoma. Dirán que la Iglesia no se mueve por "índices" ni por "encuestas"... pero de hecho todos los años edita al Iglesia su Anuario... ¿No le interesa lo otro?

3. Proliferación de símbolos que agobian. La Iglesia ha ido acumulando a lo largo de los siglos ritos, plegarias, acciones estereotipadas y símbolos referidos a la vida, a los sentimientos, a las pulsiones humanas. Dichos símbolos sirven porque manifiestan lo escondido y lo que afecta al hombre. Ahora bien, de tal modo ha poblado los espacios y los tiempos que ha traspasado el límite de la saturación. Por efecto contrario, ya no dicen nada. Han perdido su virtualidad.

Evidentemente el rito repetido va muy bien para un público anciano, es apto para individuos envejecidos, más que nada porque la memoria tiene sus reglas: no hay nada tan gratificante para la abuela "saber" que todavía "sabe" el credo, el gloria, el yo pecador, la salve, el tantumergo, el adorotedevote... Nada hay similar en su vida real. Pero, ¿piensa lo que dice? No. Le sirve para poder decirlo.

4. Inadecuación de la doctrina salvadora, asociada a elementos ininteligibles. Si por salvación se entiende liberación, es cierto que el hombre se tiene que liberar de muchas cosas, especialmente del control férreo de sus instintos y pulsiones que coartan su acción.

Ahora bien, la salvación que propugna la Iglesia resulta cada vez más incomprensible. No se adecua a lo que en la vida diaria afecta al hombre, ni en lo material ni en lo espiritual. En lo primero porque no puede; en lo segundo porque tiene errado el punto de partida.

Y si volvemos a lo dicho arriba --liberarse de yugos opresores--, pretender que el hombre busque y encuentre la salvación por medio de la reiteración de actos, ritos y plegarias, es punto menos que ridículo.

Pero curiosamente muchos que alardean de un cristianismo prístino, atenido a las ordenanzas, regido por las reglas impuestas por "nuestra santa Madre la Iglesia", pretenden hacer ver que ahí está la esencia, ahí está la salvación del mundo... ¡Ay los diplodocus y mastodontes de la fe!

5. Doctrina mitológica y agraria inaceptable. Todo la maraña simbólica del cristianismo parte de precedentes mitológicos que a su vez nacían de necesidades ligadas a la tierra y al cosmos. En los inicios y en el desarrollo de todo el corpus eclesial --doctrina, ceremonias, organización jerárquica-- el hombre tenía una dependencia cuasi absoluta del clima, del sol, de la luz, de la tierra...

Hoy día el hombre se ha liberado de la tierra. La luz, por ejemplo. Nos puede parecer algo banal, pero en tiempos no tan pasados, con el ocaso del sol concluía la actividad diaria en pueblos y ciudades; todo quedaba sumido en tinieblas... ¿Qué le dice hoy día a un urbanita el "rito de la luz" del Sábado Santo? Bien poco, porque precisamente su ocio, sus horas diarias más gratificantes comienzan con el ocaso del sol. Podríamos seguir la retahíla con el clima, el viento, el pastoreo, el agua...

La mayor parte de las figuras poéticas --alegorías-- que aparecen en los Evangelios y demás libros sagrados, hacen relación al agro, al campo, al pastoreo, a la vendimia... cuando ya la mayor parte de los occidentales son personas arraigadas en la urbe. Sí, a veces hasta emociona su lectura, pero la vivencia de tal símbolo no existe.

6. Remedios volátiles a problemas acuciantes: la Iglesia tiene, o más bien mantiene, el discurso, pero no tiene los medios ni los remedios. Discurso regeneracionista perfectamente asumible por cualquier persona de bien.

La Iglesia tiene un foro y un altavoz que llega a todo el mundo: Piazza Bernini, L'Osservatore Romano, editoriales, emisoras, parroquias, webs...

Pero... No hace falta tanto para tan poco. De los problemas del mundo estamos al tanto todos; tenemos los medios para comprenderlos; visualizamos los remedios, sin necesidad de voceros vistosamente cubiertos que pregonen miserias y consuelos. La primera consecuencia es el desdén general, el "zapping" como acto reflejo y la endogamia auditiva: sólo oyen los que escuchan y éstos son los menos.

Por otra parte, partiendo de diagnósticos equivocados sobre los males del mundo, las recetas no sirven para nada. Decir que la moral de Europa es la que es ¡porque se han olvidado de Dios! es brindar al sol; a ojos de una persona normal, resulta ridículo.

Y suelen ser denuncias generales y genéricas... Si alguna vez se atreven a acusar directamente con nombres y apellidos, que tampoco lo hacen, son conscientes de que el desprecio es la primera respuesta. Por eso, dicen, ¿para qué?. Como mucho, se atreven a ello donde adivinan que no van a recibir la condigna bofetada.

Hace unos años había hasta mártires "defensores o impugnadores", hoy son puramente mártires "ovejeros". Los Ellacuría y compañeros mártires, los Romero y demás son la excepción y la minoría. Sería cuestión de hurgar en las hemerotecas, pero me atrevo a decir que hasta que no pagaron con su vida y su hacienda la defensa de sus criterios "liberadores", para la Iglesia oficial aquéllos eran "ovejas descarriadas". Y veían hasta normal que hubiera Setienes y curas que negaran entierros católicos a las víctimas, porque quienes seguían con vida "mandaban". Cuando ETA gobernaba el País Vasco, el 80 % de los curas vascos más o menos defendían sus proyectos de nación y un 10% eran manifiestamente "herribatasunos". Esto he leído en Internet.

Ahí tenemos Cataluña: los cuatro obispos y los cuatro mil sacerdotes,todos cuantos guían el rebaño católico, se han pasado con armas y bagajes al "progreso" del "prusés". Y así le va a la Iglesia "católica".

7. Autismo y solipsismo. La soledad social y el invierno aquejan a una organización cada vez más desenraizada y separada del pueblo. No fue el Concilio el que desvistió sotanas, fue la mirada conmiserativa del pueblo al verlos pasar. Nada hay más demoledor que el sentido del ridículo. Y no porque la gente les viera ridículos sino porque ellos mismos se sentían ajenos al sentir del pueblo.

En consecuencia, la persona religiosa sólo se siente a gusto dentro del círculo de amistades y en el espacio acotado de la fe. "Haya paz dentro de tus muros", dice el salmo. Ésa es la práctica que la sociedad ha reservado a los creyentes: el encierro... Y como sólo ahí se siente a gusto y protegida, su mirada necesariamente se vuelve cada vez más hacia sí misma.

¿Y qué sucede "dentro"? Pues precisamente lo que no pueden realizar fuera: sorprende la cantidad de comentarios, invectivas, charlas, asuntos a dilucidar, reuniones, prácticas... que un profano percibe vacíos de vida.

De nuevo la vuelta al rito como tabla de salvación.
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