Las vocaciones... llegaron las vacaciones.

Lean previamente el artículo que hoy aparece en otra página de Religión Digital. 

Digamos previamente, para no incidir después en ello, que la escasez de vocaciones de la que tanto se oye hablar en los últimos años tiene mucho que ver con el propio individuo que ejerce como sacerdote y con la vivencia de lo que él cree y por lo que se apasiona. No sería ocioso indagar sobre lo que realmente cree, siente y vive un sacerdote…

El quejumbroso cacareo eclesial ante la escasez de vocaciones sacerdotales lo achacan, entre otras muchas razones, “a la secularización de la sociedad y a las agresiones constantes a lo religioso”, lo que influye necesariamente en las nuevas generaciones.

¿Podemos reflexionar también aquí sin ánimo alguno de suscitar polémicas virulentas? Podemos, tenemos el permiso adelantado, con la previa advertencia precautoria de que las razones de tal penuria son varias y variadas. Y no las niego.

Abundan por doquier las afirmaciones sobre el “estado sacerdotal”. Porque no cabe duda de que la clerecía es un “status” que algunos prejuzgan como diferente, separado, segregado del resto de los mortales. La llamada a la vida sacerdotal o religiosa se entiende como una “invitación expresa de Dios” cuya voz se hace oír en lo más profundo de la conciencia y supone una elección privilegiada.

El sacerdocio no es una profesión, es una vocación”, afirman sin reparos. Vocare, traducido como “llamar”. Esto no deja de ser una petición de principio que pretende sublimar y diferenciar la vocación/profesión de sacerdote del resto de profesiones que se dedican “al hombre”.

Médico (es profesión y requiere una buena dosis de vocación); músico profesional (que tiene tanto de vocación como de profesión), investigador (que no es vocación, es profesión), escritor (que es tanto vocación, como profesión, como cualificación) … y más etcéteras (que no son vocaciones sino profesiones). ¿Por qué será que el término vocación se ha reservado durante tantos siglos exclusivamente a la vida sacerdotal o religiosa?

Este es otro de los tópicos que se oyen y leen con demasiada frecuencia: “La vocación sacerdotal es el don más grande de Dios a una criatura, a un hombre, puesto que consiste en la identificación con Cristo sacerdote que salva y santifica a la humanidad.” ¡Hay que ver qué terminología! Llamada de Dios, elegidos, consagrados, segregados del mundo, identificados con Cristo, salvadores y santificadores, camino de perfección… Hay demasiado concepto huero en tales expresiones.

Por mi parte, voy a ensayar una teoría que podría servir para explicar esta crisis de vocaciones al estado eclesiástico, sin tener que demonizar lógicamente al “laicismo y anticlericalismo”.

Si la vocación es una "llamada de Dios”, ¿qué pasa, que Dios está de vacaciones? ¿Por qué no “llama más”? Lógicamente deberíamos echar la culpa a Dios. Da la impresión de que tiene poco poder de convocatoria, a pesar de ser todopoderoso. Pero dejémonos de ironías.

Porque lo cierto es que Dios no llama directamente, sino a través de... O sea que Dios, como cualificado empresario del culto, tiene sus “comerciales” que le simplifican y facilitan la labor de reclutamiento. Y, además, son ellos mismos quienes realizan el casting y dilucidan infaliblemente quién es realmente llamado por Dios y quién no. Por tanto, la respuesta a tal llamamiento dependerá de la diversidad de propuestas. En otras palabras, que todo depende de la forma con que se presente esta convocatoria.

PRIMERA PROPUESTA:

--Joven, tú eres cristiano y fervoroso creyente. Pero puedes ser algo más. Cristo te llama para ser "su elegido", entre los más dignos de entre todos los cristianos. Serás “hombre de Dios", instrumento en las manos de Dios. Vas a ser "consagrado" sacerdote, profeta y rey como Cristo, Sumo Sacerdote, Profeta y Rey. Vas a entrar en la "dignidad de pastores" para regir con sagrado báculo a la grey de ovejas clonadas. Te llamarán padre y (mon)señor; te harán reverencias y ocuparás los primeros puestos en cualquier celebración, sacra o no. Cuando tus manos sean ungidas con el óleo sagrado, signo del Espíritu Santo, serán destinadas a servir al Señor como sus manos en el mundo de hoy. Y las palabras arcanas que pronunciarás serán capaces de transustanciar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, el gran sacramento de nuestra fe. Cristo te entrega las llaves del "reino”, tu reino (porque vas a vivir como dios). Tú, como elegido y pastor de almas, impondrás las leyes en tu "feudo". Atarás y desatarás. Quien te alabe y te pelotee será bendito. Quien te critique y censure será arrojado a las tinieblas exteriores... Y serás sacerdote “in aeternum”. ¿Qué respondes a mi propuesta?

-¡¡Jo, qué chollo!! ¡Allá voy!

SEGUNDA PROPUESTA:

--Joven, Cristo te llama para "servir a la comunidad", no tanto para servir a Dios ni a los ritos, sino al mundo. El que quiera ser el más importante que sea el "esclavo de todos". No te dejes llamar padre ni (mon)señor. Y en los acontecimientos solemnes ocupa siempre los últimos puestos. No busques ser alabado. Tampoco lo vas a conseguir dado como está la sociedad. Más bien estarás en boca de todos como objeto de murmuración. No desees prebendas ni privilegios. Eres llamado a ser pastor, a ir tras la oveja perdida... No impongas más cargas sobre las espaldas de las personas; al contrario, echa una mano para aliviar las que ya soportan. Acoge a todos, aunque no piensen como tú. No especules tanto en salvaguardar los derechos divinos, como en promover los derechos humanos, porque ante Dios todas las personas son iguales y no establece distinción ni por la raza, ni por el sexo ni por la ideología... Más que "hacer teología" vive el evangelio... Más que hombre de Dios (que lo serás), sé hombre de hombres. ¿Cuál es tu respuesta?

- ¿Qué pasa, que voy a ser un pringao toda mi vida? Y encima sin jamarme un rosco… ¡Me lo pensaré!

A partir de la respuesta a estas convocatorias, se podría establecer una artificiosa diferencia, que puede ser sustancial según cómo se viva, entre “sacerdote” y “cura”.

El sacerdote, ya lo deja entrever la palabra, es el funcionario de la religión. Vive del templo, del altar, de los ritos, mitos y timos. Preside protocolos ceremoniales cada vez más vacíos de contenido. Espera, en su feudo parroquial, a que los fieles acudan como sumisos corderitos. Ama a la Iglesia, pero discrimina a ciertos miembros del Pueblo de Dios...Y no hablemos ya de los “sumos sacerdotes"...

El cura es el que “cuida”, quien sale al encuentro, quien atiende, quien acoge. No mira tanto al cielo como a la tierra. Como buen samaritano no aduce argumentos religiosos ni divinos para acoger sin discriminación a cuantos acuden a él. No celebra ritos, sino encuentros de fraternidad. Lo mismo dan hostias que rosquillas, aunque luego reciba hostias como rosquillas…

¿No podría ser éste uno de los corolarios o deducciones del florecimiento o la penuria de vocaciones?

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