Elecciones e Iglesia
Ni he visto, ni leído, ni contemplado en los medios generales de comunicación social que la jerarquía, o miembros cualificados de la Iglesia española, hayan efectuado alguna consideración a propósito de las últimas elecciones políticas desde la lógica y obligada perspectiva del contenido y de la dirección de sus resultados, en el ámbito de lo eclesial. Las siguientes sugerencias pueden tal vez ayudar a tomar conciencia de cuanto han significado, y seguirán significando, estos y otros procesos electorales:
. Pese a las deficiencias inherentes también a cualquier práctica y sistema democráticos en orden al gobierno-servicio al pueblo, del que entraña la participación de ese mismo pueblo encarnado en su propio voto, es exigible referir que es el más adecuado, justo, antiguo y moderno a la vez y con proyección mayor de futuro. Consecuencia lógica de tal aseveración, y con pocas o nulas restricciones, es la de que a la Iglesia -Nuestra Santa Madre la Iglesia-, le faltan por recorrer numerosos caminos definidos por ordenamientos y espíritu cien por cien democráticos, con su correspondiente canonización intramuros, al menos idéntica a la que ella misma efectúa en sus extramuros políticos o sociales.
. La Iglesia precisa con urgencia, extensiva e intensivamente, un fecundo y copioso bautismo en el río Jordán de la democracia, no pudiendo seguir siendo interpretada como “voluntad divina” y reflejo fiel del evangelio y de su Fundador, la omnímoda jerarquización de la estructura eclesiástica en su elección y pervivencia.
. La última opción, tan resuelta y acusadamente mayoritaria del electorado español, con abandono y rechazo de unas siglas, y abrazo y compromiso con otras, por supuesto que ha de suponerle a la Iglesia, y más a sus responsables últimos, una lección práctica de cuales son las necesidades y deseos que definen al pueblo, una parte importante del cual es también Pueblo de Dios. Al margen, o en contra, del listado de carencias e intenciones expresado con tan clara contundencia en las urnas, no sería mínimamente sensato programar hoy cualquier actividad pastoral con sentido de Iglesia.
. Desgraciadamente, y previo estudio de actitudes pasadas y presentes, no está de más, sino todo lo contrario, clamar una y otra vez por la necesidad que padece la Iglesia en su jerarquía por estar y vivir en consonancia con los tiempos presentes y no con otros irreversiblemente pretéritos, o con los que se supone, a veces gratuitamente, que han de definir y prevalecer en la Otra Vida. Para la Iglesia en España, hoy por hoy no hay más vida que la que reflejan las papeletas depositadas en las urnas de las demarcaciones electorales y para la que ella- la Iglesia- es –tiene que ser-, feliz y asequible repuesta de salvación en Cristo Jesús.
. Un examen humilde y realista de conciencia por parte de la jerarquía eclesiástica, de lo que se cree que es vida, historia, problemas, aspiraciones, inquietudes, deseos, esperanzas y desesperanzas que hoy enmarcan el devenir del pueblo en España, habrá de llevarles a todos y a cada uno de sus miembros a la sacrosanta convicción de que la distancia existente entre lo que unos piensan y lo que otros viven, padecen o disfrutan, es abismal, con riesgos de incapacidad para ejercer y servir de mediadores o pontífices.
. Una lección, tangencial para algunos, que han de aprender los miembros de la jerarquía eclesiástica respecto a las elecciones celebradas, es la de la fuerza que entrañan las palabras. Aún comprendiendo, y aceptando, la frecuente insinceridad de las mismas, el ruido mitinesco, la profanidad de la liturgia empleada en el uso y abuso de la proclamación de la palabra, que automáticamente dejará de escribirse con letra mayúscula, si no es comprometida y veraz, sigue siendo válido el principio de que ellas pueden llegar a mover montañas, tal y como aconteció en las elecciones.
. Ante tal panorama se hace asimismo preciso el análisis de cómo es empleada la “Palabra de Dios”, por ejemplo, en las homilías de las misas, para lo que ayudaría también preguntarles a los mismos fieles. Estos no suelen ahorrase juicios tales como que “los curas dicen siempre lo mismo”, que “no se preparan”, que “sermonean”, que “son muy pesados” y que “no están en el mundo”. Si para determinar la eficacia que tiene la palabra, en el caso de la predicación sagrada y en cualquiera de sus fórmulas, hay que contar con que esta se pronuncia y administra “en el nombre de Dios”, huelga reseñar que su eficacia habrá de ser necesariamente superior a la de cualquier otra de talante y carácter mitinesco. Más de 20.000 misas son el marco dominical en el que se imparte esta Palabra.
. Al Pueblo de Dios en general, y a su jerarquía en particular, le incumbe la sagrada tarea de reflexionar acerca de lo que han supuesto, y supondrán, las elecciones pasadas. Decidir la celebración de algunos días de “ejercicios pastorales “para el clero, cuyo tema-eje central sean las elecciones -procedimientos y resultados-, podrían ser de provecho para unos y otros y para la comunidad como tal.
. Pese a las deficiencias inherentes también a cualquier práctica y sistema democráticos en orden al gobierno-servicio al pueblo, del que entraña la participación de ese mismo pueblo encarnado en su propio voto, es exigible referir que es el más adecuado, justo, antiguo y moderno a la vez y con proyección mayor de futuro. Consecuencia lógica de tal aseveración, y con pocas o nulas restricciones, es la de que a la Iglesia -Nuestra Santa Madre la Iglesia-, le faltan por recorrer numerosos caminos definidos por ordenamientos y espíritu cien por cien democráticos, con su correspondiente canonización intramuros, al menos idéntica a la que ella misma efectúa en sus extramuros políticos o sociales.
. La Iglesia precisa con urgencia, extensiva e intensivamente, un fecundo y copioso bautismo en el río Jordán de la democracia, no pudiendo seguir siendo interpretada como “voluntad divina” y reflejo fiel del evangelio y de su Fundador, la omnímoda jerarquización de la estructura eclesiástica en su elección y pervivencia.
. La última opción, tan resuelta y acusadamente mayoritaria del electorado español, con abandono y rechazo de unas siglas, y abrazo y compromiso con otras, por supuesto que ha de suponerle a la Iglesia, y más a sus responsables últimos, una lección práctica de cuales son las necesidades y deseos que definen al pueblo, una parte importante del cual es también Pueblo de Dios. Al margen, o en contra, del listado de carencias e intenciones expresado con tan clara contundencia en las urnas, no sería mínimamente sensato programar hoy cualquier actividad pastoral con sentido de Iglesia.
. Desgraciadamente, y previo estudio de actitudes pasadas y presentes, no está de más, sino todo lo contrario, clamar una y otra vez por la necesidad que padece la Iglesia en su jerarquía por estar y vivir en consonancia con los tiempos presentes y no con otros irreversiblemente pretéritos, o con los que se supone, a veces gratuitamente, que han de definir y prevalecer en la Otra Vida. Para la Iglesia en España, hoy por hoy no hay más vida que la que reflejan las papeletas depositadas en las urnas de las demarcaciones electorales y para la que ella- la Iglesia- es –tiene que ser-, feliz y asequible repuesta de salvación en Cristo Jesús.
. Un examen humilde y realista de conciencia por parte de la jerarquía eclesiástica, de lo que se cree que es vida, historia, problemas, aspiraciones, inquietudes, deseos, esperanzas y desesperanzas que hoy enmarcan el devenir del pueblo en España, habrá de llevarles a todos y a cada uno de sus miembros a la sacrosanta convicción de que la distancia existente entre lo que unos piensan y lo que otros viven, padecen o disfrutan, es abismal, con riesgos de incapacidad para ejercer y servir de mediadores o pontífices.
. Una lección, tangencial para algunos, que han de aprender los miembros de la jerarquía eclesiástica respecto a las elecciones celebradas, es la de la fuerza que entrañan las palabras. Aún comprendiendo, y aceptando, la frecuente insinceridad de las mismas, el ruido mitinesco, la profanidad de la liturgia empleada en el uso y abuso de la proclamación de la palabra, que automáticamente dejará de escribirse con letra mayúscula, si no es comprometida y veraz, sigue siendo válido el principio de que ellas pueden llegar a mover montañas, tal y como aconteció en las elecciones.
. Ante tal panorama se hace asimismo preciso el análisis de cómo es empleada la “Palabra de Dios”, por ejemplo, en las homilías de las misas, para lo que ayudaría también preguntarles a los mismos fieles. Estos no suelen ahorrase juicios tales como que “los curas dicen siempre lo mismo”, que “no se preparan”, que “sermonean”, que “son muy pesados” y que “no están en el mundo”. Si para determinar la eficacia que tiene la palabra, en el caso de la predicación sagrada y en cualquiera de sus fórmulas, hay que contar con que esta se pronuncia y administra “en el nombre de Dios”, huelga reseñar que su eficacia habrá de ser necesariamente superior a la de cualquier otra de talante y carácter mitinesco. Más de 20.000 misas son el marco dominical en el que se imparte esta Palabra.
. Al Pueblo de Dios en general, y a su jerarquía en particular, le incumbe la sagrada tarea de reflexionar acerca de lo que han supuesto, y supondrán, las elecciones pasadas. Decidir la celebración de algunos días de “ejercicios pastorales “para el clero, cuyo tema-eje central sean las elecciones -procedimientos y resultados-, podrían ser de provecho para unos y otros y para la comunidad como tal.