Fumata Negra o Blanca

“Conclave” procede las palabras latinas “cum” y”clavis”, con explícita referencia a la “llave”, que sella y lacra cualquier posibilidad de que los secretos dejen de serlo, además de echarle vigorosamente la cerradura de la puerta de entrada a toda noticia y persona que pudiera desvirtuar la actividad de los enclaustrados. En nuestro caso concreto, los reunidos son los Cardenales de la Iglesia que nada más y nada menos están deliberando acerca del nombramiento de un nuevo Papa. Cuenta la historia que hubo tiempos en los que, en el peor de los casos, la elección de un Papa llegó a durar hasta tres años, por lo que el “cum clave” acelerará como Dios manda esta tarea.

. La Iglesia, por “nuestra”, por “santa” y por “madre”, precisa y demanda en la actualidad, profunda y extensa reforma. El mismo Ratzinger así lo ha reconocido con cita clemente, pero incontrovertible ya, a la programada, tenaz y cerril actitud por parte de la Curia Romana, de no facilitarla, sino de paralizarla, con lo que la renuncia del Papa se ha hecho mucho más explicable.

. De la gravedad de la necesidad de reforma no duda nadie. Cristianos y no cristianos contemplan hoy la Iglesia, desfasada y apagada en no pocos órdenes y etapas de la vida, acrecentándose aún más, y aceleradamente, su deterioro, pese a promesas bíblicas de perennidad en el tiempo y en el espacio. Consentirlo y practicarlo “en el nombre de Dios”, sobrepasa toda ponderación y medida. Si a alguien pudiera parecerle excesivo, y hasta escandaloso, este diagnóstico, que relea las palabras de Ratzinger y misericordiosamente contemple su cara.

. Sí, la necesidad de reforma es perentoria e intensa. Será inteligente, a la luz de Espíritu Santo, contando además con su fuerza. La reforma de la Iglesia en la actualidad puede enmarcarse muy bien, y con todo derecho, en similares contextos a los que se vivieran en los tiempos de Lutero. Hoy hacen falta obispos, frailes, sacerdotes y seglares/as que se empeñen y decidan testimoniar su fe y sus comportamientos, sin condenar no pocos de los que encarnara el mismísimo Martín Lutero, por más señas, fraile de la Orden de San Agustín, ni tan santo como adoctrinan algunos, ni tan proscripto y hereje como determinan otros.

. Con fumata negra o blanca, en unos tiempos en los que las nuevas estructuras e inventos pueden desvelar la noticia en el mismo momento, o antes, en los que se produzca, da la impresión de que, al menos simbólicamente, la reforma de la Iglesia está muy lejana, al margen de la realidad de la vida y en el mejor de los mundos, sirviéndose todavía de los anatemas, y no de los sistemas de bloqueo de la información hoy al uso, con discreta y operatividad mayor.

. Con las ceremonias, los ritos, los “papamóviles”, las tiaras, mitras, títulos superlativos que rebasan los de “eminentísimos” y “reverendísimos” y otros para arriba, es imposible relacionarse con el pueblo-pueblo, pueblo de Dios y con las demás Iglesias, acaparando para sí y los suyos, -es decir, nosotros-,la salvación, sin concesiones efectivas para el ecumenismo.

. Con el gesto y determinación de su renuncia, el Papa -exPapa- , al menos ha entreabierto las puertas de la reforma a la Iglesia. Es de suponer que de aquí en adelante los Papas- todos los Papas – no lo serán vitaliciamente y se jubilarán a una edad determinada, o antes. Ser ex Papa por la gracia de Dios y de los hombres, será una honra y un privilegio intensamente eclesiásticos.

. Aunque algunos tilden de anecdótico e insustancial el cambio del nombre de pila por el de los reyes y emperadores, con los atuendos insignes de los números romanos, a otros el cambio nos seguirá pareciendo impropio de los Papas a no ser que, por encima de todo, aún de Jesucristo, más que Papas, sean y actúen como “Pontífices Romanos”. El nombre nuevo, con los insignes revestimientos imperiales, les aleja del pueblo y hasta de sus familiares y amigos.

. Por amor de Dios, asimilemos y reconquistemos la idea de que el Espíritu Santo no puede hacerlo todo, ni casi todo, sino que necesariamente ha de valerse de la colaboración de los electores, con nítidos procedimientos democráticos, que no excluyan a mujeres, obispos, sacerdotes y laicos. El colegio cardenalicio es de fundación muy posterior a los de la fundación de la Iglesia, y muy dudosamente evangélico.
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