Jesucristo, ¿Anticlerical?

Para los bien hablantes del idioma castellano, y en conformidad con el término “clericalismo” del Diccionario de la R.A.E., estas son sus acepciones: “1. Influencia del clero en los asuntos políticos. 2. Intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos a los demás miembros del pueblo de Dios. 3. Marcada afección y sumisión al clero y a sus directrices”.

Para los historiadores, el anticlericalismo es además un sistema socio-político, y si se quiere, filosófico, nacido sobre todo en Francia a mediados del siglo XIX, que al principio, y en su inocencia, proclamó “la oposición a las intrigas y abusos del clero en el perverso empleo de su influencia en la vida pública y privada”, pero que en la práctica, y en tiempos inmediatamente siguientes y en la generalidad de los países, incluyó toda actividad programática contra la Iglesia, con particular mención para las prerrogativas dimanantes de su propia identidad como institución fundada por Cristo, sobre la base de las enseñanzas de los evangelios, administración de los sacramentos y con su estructura jerárquica correspondiente, al servicio del pueblo y sin fines terrenales.

En este marco, con las debidas licencias y documentación, es posible que resulten de utilidad algunas reflexiones acerca de los aspectos cardinales de la vida de Cristo Jesús, cabeza, eje, principio y fundamento de la Iglesia instituida por Él y que es, y tiene que seguir siendo, re-fundada hasta la consumación de los tiempos.

. Jesucristo no perteneció al orden clerical, por decirlo de alguna manera y en conformidad con la terminología de su época y de ahora. Y no sólo no perteneció, sino que se opuso a los miembros de la organización religiosa que ellos decían representar y representaban, y de la que tantos honores y suculencias vivían junto con los de su casta.

. Jesucristo dedicó capítulos importantes de su vida, de su predicación y de su testimonio exactamente a fustigar y condenar comportamientos juzgados como “religiosos” por parte de la clericalidad de entonces, desde la cúspide de los “Sumos Sacerdotes” a los últimos o penúltimos servidores del templo de Jerusalén, a cuya institución, administración y uso propinó las más duras descalificaciones, que a su tiempo serían causa de su condena a muerte en la cruz.

. La parábola del “Buen samaritano”, una de las más bellas, pastorales y adoctrinadoras lecciones que contiene la literatura universal, es toda ella un alegato de anticlericalidad insuperable, insufrible y al alcance y comprensión de todas las conciencias. Sus protagonistas perversos y entitativamente a-religiosos y anti-humanos son, por orden de aparición, el Doctor-Maestro de la Ley y el levita, de la tribu de Leví y, como tal, dedicado de por vida al servicio del templo. El samaritano, el oficialmente malo de tan aleccionadora película-parábola, es presentado por Cristo-Jesús como el personaje bueno, digno de ser imitado por quienes habrían de constituir su Iglesia-Reino de Dios. El samaritano en los tiempos de Jesús, por el hecho de serlo, era considerado por la clericalla de entonces como “infiel, sectario del cisma de Samaría, por el cual diez tribus de Israel rechazaron ciertas prácticas y doctrinas de los judíos”, por lo que a Él mismo en determinadas ocasiones, le propinaron este epíteto e insulto gravemente descalificador y ofensivo, similar al de “endemoniado”.

. En la firma de la condena a muerte de cruz de Cristo Jesús, de sus motivos y circunstancias, tuvieron decisiva influencia los clérigos en sus instancias más altas. Los Sumos Sacerdotes fueron sus artífices. No solamente no lo salvaron, sino que fueron ellos quienes instigaron al pueblo y a sus autoridades a decidir su condena a muerte. En esta ocasión hay que mencionar sagradamente a Claudia Prócula, mujer del gobernador romano Poncio Pilato, quien, tal y como refiere San Mateo en su Evangelio, envió un mensaje con voluntad salvadora a su esposo advirtiéndole “no te metas con ese justo, porque esta noche he tenido pesadillas horribles por su causa”.

. Presentes las definiciones académicas del Diccionario en relación con el clericalismo, profesarse anti-clerical puede tal vez resultar malsonante y hasta “ofensivo para los oídos piadosos”, pero irrefutablemente veraz y hasta indulgenciable. Aplicar tal epígrafe a Cristo Jesús podría llegar a tener mucho de breve y fervorosa jaculatoria.

. Y aquí y ahora es de obligado cumplimiento formularse, entre otras, unas preguntas. En el caso en el que Cristo Jesús decidiera volver a tomar forma y comportamientos humanos en el poliédrico organigrama estamental y funcionarial de la única y verdadera Iglesia de Cristo, ¿qué lugar ocuparía, o le harían ocupar? ¿Cuál sería su puesto, sitial y cometido en las solemnidades litúrgicas? ¿Cuál su misión, por ejemplo, como miembro del Cuerpo Diplomático, y más como Nuncio de S.S.?
Son muchos, cristianos o no, quienes quedamos pendientes de estas respuestas por parte de “quien o quienes corresponda”.

Foto: © bela_kiefer
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