Martires de la ETA

Con frecuencia se registran en el “Santoral-Año Cristiano” oficial de la Iglesia,
beatificaciones y canonizaciones colectivas o en grupos, a los que aunaron circunstancias diversas, sobre todo martiriales.

Durante un largo, apretado y sangrante puñado de años, la organización terrorista ETA fue responsable de la muerte de numerosos ciudadanos españoles. Comprobados largamente los hechos, son ya muchos los cristianos convencidos de que la Iglesia debió ya iniciar, y aún concluir, los procedimientos canónicos debidos para “elevar al honor de los altares” a quienes dieron sus vidas en defensa de ideas e ideales fundamentados en principios abiertamente cristianos.

. Se trata de pacíficas personas, fieles a su fe, y a sus respectivas profesiones, ajenos la mayoría de ellos a otra actividad, y menos a la política. Y aunque así lo hicieran, si los procedimientos democráticos fueron los inspiradores de tal actividad y tarea, jamás pudieran nunca justificar la irracional determinación los etarras y adláteres con procedimientos de violencias y muertes.

. La duda de que si la democracia, o el simple y virtuoso hecho de ser y de comportarse como ciudadanos responsables, políticos o no, fueran acreedores a la declaración y reconocimiento de ejemplaridad por parte de la Iglesia, se nos antoja a muchos totalmente ociosa, ofensiva y, en determinados casos, hasta interesada. El dato de que tales atentados colateralmente comportaran también la muerte de familiares y amigos, o de otros, “que incidentalmente pasaban por allí”, fueran afectados por las bombas o por las pistolas, refuerza aún más la irracionalidad y la blasfemia de los delitos, reprobados siempre por Dios, autor y administrador de la vida y sus tiempos, en la tolerancia y respeto.

. La comprobación de que en crueles ocasiones –hasta clericales- el sacrosanto nombre de Dios pudo haber sido causa e inspiración, lejanas o no tanto, de hechos tan viles y degradadores del plan de Dios sobre su obra creada, que no son otros que los hombres, cristianos o no, acrecienta de modo ignominioso y perverso las decisiones etarras y de sus amigos. Encubrir, legitimar y enmascarar argumentos y ·”razones” con banderas patrias, y otras zarandajas y futilidades, resulta además impropio de personas adultas, modernas y civilizadas, sin ahorrarme el distintivo de salvajes.

. Familiares y amigos, ciudadanos de todas las procedencias y lugares, lloran, lamentan y condenan hechos tan terribles, con el añadido de que del pueblo vasco fue la “religiosidad” uno de sus distintivos. Precisamente esta condición sociológico-religiosa debiera haber motivado aún más a su jerarquía eclesiástica a anatematizar ideas y comportamientos de muchos, que se dijeron y todavía siguen diciéndose, “miembros activos del pueblo de Dios”.

. Los olvidos, y las “peticiones de perdón”, que dan la impresión a veces de estar puramente programadas sin más, ni son humanos ni cristianos. Estigmatizan, injurian y deshonran. La contemplación de los malheridos por la ETA, y el recuerdo de los muertos, son abominables pruebas de incivilidad y de apostasía. Cualquier otra descalificación sería hipócrita e interesada.

. Privarle a lo comunidad cristiana, y a la civil, del reconocimiento –también “oficial”-
del testimonio que subrayaron con su muerte, sería ciertamente aberrante e impropio de la verdad de la Iglesia. Los muertos por la ETA son santos en el más limpio sentido litúrgico y eclesial del término, sin interpretaciones aviesas de ninguna clase. Asignación, meta y destino de estas personas –hombres, mujeres y niños- no podrían ser oficialmente otros que las páginas y los ritos del martirologio. Para algunos sigue siendo un misterio, que inexplicablemente, permanezcan en blanco las páginas del martirologio que podrían haber sido destinos religiosos.
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