Sin Mitras
Antes de iniciar esta nueva reflexión sobre las mitras, y sin la más leve y remota posibilidad de regodeo o deleite, ni de que anide alguno de estos signos de “encumbramiento” episcopal sugeridos por ellas, sobre la testa de quien esto suscribe, es imprescindible actualizar algunos datos históricos.
Llámase “mitra” a cierto tocado del Papa, de los obispos y abades. También a la dignidad de arzobispos y obispos y a las rentas de sus diócesis. En tiempos imperiales romanos, así se llamaban las cintas anchas que llevaban sacerdotes y vestales. Pero la historia viene de muy lejos. “Mitra”, que fue el nombre de un dios de la India, hermano de Varuna, caritativo y bienhechor, también fue la divinidad mayor de los persas, cuyo nombre apareció en tiempos de Darío, en el siglo XIV antes de Cristo. El dios Mitra pesaba las almas de los muertos a la orilla del “Más Allá”. Esta religión mistérica se extendió por el Asia Menor y por los puertos del Rin y del Danubio. Al principio del cristianismo fue uno de sus más notables rivales. Su práctica religiosa principal fue el “taurobolio”, o toro purificador, y sus misterios se celebraban en cuevas o criptas. Su culto exigía pasar por estos siete grados: cuervo, grifo, soldado, león, persa, heliodromo, o correo del sol, y padre. En sus celebraciones se usaban máscaras. El “padre de los padres” era su jefe supremo. El ayuno y la flagelación acompañaban a sus devotos, quienes participaban en sus banquetes y en los sacrificios de los animales.
. Atuendos y ceremonias fueron acogidos por los más nobles caballeros romanos y algunos pasaron a los miembros de la jerarquía eclesiástica, que no pocos de ellos cubrieron sus cabezas con una especie de gorro, de cuya cara posterior penden dos cintas anchas, que por más señas se llaman “ínfulas”, y que curiosamente en castellano, y sin maliciosa intención, significan también “presunción” y “vanidad”. Las cofradías “mítricas” solo admitían varones, y no mujeres. Su día sagrado era el domingo, y no el sábado, y el nacimiento de su dios se conmemoraba el 25 de diciembre. En heráldica la mitra aparece en lo timbres de los obispos y abades “mitrados”. En algunas civilizaciones y pueblos, la mitra es considerada también como signo fálico.
Y ante esta perspectiva, unas preguntas a contestar prudentemente por los liturgistas y los usuarios de las mitras: ¿Cuál es hoy su significación y el mensaje real que entrañan, y con el cual sea posible iniciar y mantener la educación de la fe y ofrendarle a Dios – al cristiano-, el culto debido?¿No molestan en exceso, ni les duele la cabeza, a sus portadores, y a los acólitos, encargados de colocarlas y “descolocarlas” de las respectivas cabezas, cuando lo demanda el ritual? ¿En qué proporción distraen a los fieles estas ceremonias, precisamente en los momentos más solemnes de la santa misa? ¿Cuántos recuerdos paganos, o de la nobleza romana, hacen presentes las mitras a quienes están informados acerca de sus orígenes, uso y significado? ¿No parece que las mitras contribuyan también a exiliar las ceremonias propias del “taurobolio”, en unos tiempos en los que las corridas de toros tienen mala prensa, a punto de descalificación cultural?
¿Pueden discurrir con eficacia, naturalidad y acierto quienes simbólicamente tienen puestas las mitras también fuera de los actos solemnes de culto, es decir, en las actividades pastorales y de gobierno de sus respectivas diócesis o abadías? ¿Qué piensan de verdad los fieles con el trasiego de mitras que les organizan al Papa y a los obispos en las ceremonias de mayor solemnidad? ¿Alguien se imaginaría a Cristo Jesús participando en juego semejante? ¿Cuanto cuesta una mitra? ¿Quienes las hacen? ¿Cómo se las prueban los señores obispos, el Papa y los abades? ¿Por qué son precisamente doradas? ¿Probaron antes si duele o no la cabeza, y si los problemas eclesiásticos lo son menos, o más, con mitras, que sin ellas? ¿”Anatematizarían” a los osados que relacionaran “mitras” con símbolos “non sanctos”?
Las preguntas las multiplicarían la curiosidad – no la malsana, sino la ilustrada- y el conocimiento que es obligado poseer acerca de cuanto se relaciona con la religión y el culto, y más en el contexto espectacular de ritos y ceremonias, la mayoría de las cuales se celebran en presencia de autoridades nacionales, autonómicas, provinciales y locales, con fotos y reseñas en los medios de comunicación social. También las mitras, al igual que tantos otros objetos que se dicen sagrados han de pasar los exámenes de actualización y oportunidad que demandan los tiempos y la sensibilidad, tanto de parte de creyentes, como de no creyentes, vayan o no a la santa misa.
Llámase “mitra” a cierto tocado del Papa, de los obispos y abades. También a la dignidad de arzobispos y obispos y a las rentas de sus diócesis. En tiempos imperiales romanos, así se llamaban las cintas anchas que llevaban sacerdotes y vestales. Pero la historia viene de muy lejos. “Mitra”, que fue el nombre de un dios de la India, hermano de Varuna, caritativo y bienhechor, también fue la divinidad mayor de los persas, cuyo nombre apareció en tiempos de Darío, en el siglo XIV antes de Cristo. El dios Mitra pesaba las almas de los muertos a la orilla del “Más Allá”. Esta religión mistérica se extendió por el Asia Menor y por los puertos del Rin y del Danubio. Al principio del cristianismo fue uno de sus más notables rivales. Su práctica religiosa principal fue el “taurobolio”, o toro purificador, y sus misterios se celebraban en cuevas o criptas. Su culto exigía pasar por estos siete grados: cuervo, grifo, soldado, león, persa, heliodromo, o correo del sol, y padre. En sus celebraciones se usaban máscaras. El “padre de los padres” era su jefe supremo. El ayuno y la flagelación acompañaban a sus devotos, quienes participaban en sus banquetes y en los sacrificios de los animales.
. Atuendos y ceremonias fueron acogidos por los más nobles caballeros romanos y algunos pasaron a los miembros de la jerarquía eclesiástica, que no pocos de ellos cubrieron sus cabezas con una especie de gorro, de cuya cara posterior penden dos cintas anchas, que por más señas se llaman “ínfulas”, y que curiosamente en castellano, y sin maliciosa intención, significan también “presunción” y “vanidad”. Las cofradías “mítricas” solo admitían varones, y no mujeres. Su día sagrado era el domingo, y no el sábado, y el nacimiento de su dios se conmemoraba el 25 de diciembre. En heráldica la mitra aparece en lo timbres de los obispos y abades “mitrados”. En algunas civilizaciones y pueblos, la mitra es considerada también como signo fálico.
Y ante esta perspectiva, unas preguntas a contestar prudentemente por los liturgistas y los usuarios de las mitras: ¿Cuál es hoy su significación y el mensaje real que entrañan, y con el cual sea posible iniciar y mantener la educación de la fe y ofrendarle a Dios – al cristiano-, el culto debido?¿No molestan en exceso, ni les duele la cabeza, a sus portadores, y a los acólitos, encargados de colocarlas y “descolocarlas” de las respectivas cabezas, cuando lo demanda el ritual? ¿En qué proporción distraen a los fieles estas ceremonias, precisamente en los momentos más solemnes de la santa misa? ¿Cuántos recuerdos paganos, o de la nobleza romana, hacen presentes las mitras a quienes están informados acerca de sus orígenes, uso y significado? ¿No parece que las mitras contribuyan también a exiliar las ceremonias propias del “taurobolio”, en unos tiempos en los que las corridas de toros tienen mala prensa, a punto de descalificación cultural?
¿Pueden discurrir con eficacia, naturalidad y acierto quienes simbólicamente tienen puestas las mitras también fuera de los actos solemnes de culto, es decir, en las actividades pastorales y de gobierno de sus respectivas diócesis o abadías? ¿Qué piensan de verdad los fieles con el trasiego de mitras que les organizan al Papa y a los obispos en las ceremonias de mayor solemnidad? ¿Alguien se imaginaría a Cristo Jesús participando en juego semejante? ¿Cuanto cuesta una mitra? ¿Quienes las hacen? ¿Cómo se las prueban los señores obispos, el Papa y los abades? ¿Por qué son precisamente doradas? ¿Probaron antes si duele o no la cabeza, y si los problemas eclesiásticos lo son menos, o más, con mitras, que sin ellas? ¿”Anatematizarían” a los osados que relacionaran “mitras” con símbolos “non sanctos”?
Las preguntas las multiplicarían la curiosidad – no la malsana, sino la ilustrada- y el conocimiento que es obligado poseer acerca de cuanto se relaciona con la religión y el culto, y más en el contexto espectacular de ritos y ceremonias, la mayoría de las cuales se celebran en presencia de autoridades nacionales, autonómicas, provinciales y locales, con fotos y reseñas en los medios de comunicación social. También las mitras, al igual que tantos otros objetos que se dicen sagrados han de pasar los exámenes de actualización y oportunidad que demandan los tiempos y la sensibilidad, tanto de parte de creyentes, como de no creyentes, vayan o no a la santa misa.