La Mujer es "Cosa del Hombre"
Vivir a base de rutinas, formulismos y costumbres, no es vivir. Es “pasar”, en unos casos, y, en los más, vegetar. Quienes así lo practican, no viven como seres humanos. Malviven, o dicen que viven. El principio y el convencimiento aplicados a la educación integral resultan funestos. Cuando su programa y función se proyectan sobre la familia y su entorno, y a los hábitos los definen sobre todo las hipocresías y los fariseísmos, la idea y ejercicio de la familia desaparecen del panorama de los valores humanos ya desde su misma raíz, convertidos, por ejemplo, en objetos-sujetos comerciales.
En la actualidad, y en todos los frentes, con inclusión de los clericales, la denuncia de que las familias perdieron preclaras convicciones y usos de tiempos pasados, me parece literatura barata, y hasta de alguna manera, interesada para quienes así lo proclaman y echan de menos, lo que probablemente se acrecentará de aquí en adelante. Por supuesto que esta realidad y presentimiento jamás podrán ser edificadoras de la verdadera familia. Mi reflexión se centra en el lugar y situación en los que vivía y se educaba la mujer, y más cuando se la consideraba como “católica, apostólica y romana”.
. “Familia” y “fámulo” –“conjunto de criados”- son coincidentes ya por su procedencia y semántica. En la praxis y adiestramiento “ideales” de la “célula familiar”, la conjunción fámulo- familia habría de brillar con todo esplendor y nobleza, destacando con generosidad, y sin discusión alguna, la figura del padre. Familia- fámulo- hombre resaltaba la unidad –“hipóstasis”- y arquetipo soberano por naturaleza.
. No obstante, en la familia- familia, y más en la llamada y considerada “cristiana”, la mujer –madre e hija, habrían de estar, por su género y especie, sempiternamente, al servicio de su marido, padre o hermanos, por supuesto, varones. En el esquema de su formación integral, y a la luz de la fe, esta conclusión y convencimiento eran inalienables por su inserción en la misma naturaleza humana. Huelga decir que idéntico guión habría de seguirse a la perfección en las relaciones sociales, de las que la familia y la educación recibidas en ella eran su espejo.
. Cuando se nos adoctrina con argumentos basados en recuerdos pasados, y ni siquiera se hace la más leve alusión para su denuncia a la situación de verdadera, inculta y ofensiva discriminación que padecía la mujer, se echan por tierra toda clase de añoranzas y evocaciones que salvaban y servían solo a los hombres, a costa de la mujer por mujer. Una palabra condenatoria de tales situaciones, con petición de perdón para “el devoto sexo femenino”, se hace imprescindible a la luz de la fe, y por exigencia de la misma justicia.
. El paradigma familiar de la mujer al servicio del hombre, con abandono absoluto y “cristiano” de sus valores, aunque esto perjudicara a la sociedad, se les imbuía a las chicas de tal manera que se les quería convencer de que , al menos en España, a ellas tan solo les sería dado aspirar a ser reina, o si no, a costurera. Hasta tiempos no muy pasados, con anuencia y bendición de las leyes civiles y eclesiásticas, a la mujer se le privaba de múltiples derechos, con explícita declaración de que de ellos solo podrían ser depositarios y usuarios los hombres. Es bastante más que una anécdota el hecho de que más de una mujer pudo cursar alguna carrera universitaria, viéndose obligada a asistir a las clases vestida de hombre.
. Todavía quedan restos de situaciones similares, aunque las leyes pretendan eliminar cualquier atisbo de discriminación. Esta se contabiliza en sueldos, en posibilidades de “colocación” y trabajos, en aspiraciones y concursos, a no ser que sean de belleza. En determinados círculos, y con consentimiento de las mismas mujeres, los casos siguen siendo escandalosos y denigrantes.
. De esta descalificación no se priva la Iglesia- institución, de la que es obligado reconocer que, hoy por hoy, es la abanderada en cuanto se refiere al mantenimiento de la discriminación femenina. Para ello pretende servirse de argumentos, que ni en la mente ni en el testimonio de Cristo Jesús tuvieron consistencia alguna. La identificación de la mujer con el pecado, es –sigue siendo-, en una parte importante de los hombres de la Iglesia, poco menos que dogma de fe, en consonancia con algunas interpretaciones de la Biblia.
En la actualidad, y en todos los frentes, con inclusión de los clericales, la denuncia de que las familias perdieron preclaras convicciones y usos de tiempos pasados, me parece literatura barata, y hasta de alguna manera, interesada para quienes así lo proclaman y echan de menos, lo que probablemente se acrecentará de aquí en adelante. Por supuesto que esta realidad y presentimiento jamás podrán ser edificadoras de la verdadera familia. Mi reflexión se centra en el lugar y situación en los que vivía y se educaba la mujer, y más cuando se la consideraba como “católica, apostólica y romana”.
. “Familia” y “fámulo” –“conjunto de criados”- son coincidentes ya por su procedencia y semántica. En la praxis y adiestramiento “ideales” de la “célula familiar”, la conjunción fámulo- familia habría de brillar con todo esplendor y nobleza, destacando con generosidad, y sin discusión alguna, la figura del padre. Familia- fámulo- hombre resaltaba la unidad –“hipóstasis”- y arquetipo soberano por naturaleza.
. No obstante, en la familia- familia, y más en la llamada y considerada “cristiana”, la mujer –madre e hija, habrían de estar, por su género y especie, sempiternamente, al servicio de su marido, padre o hermanos, por supuesto, varones. En el esquema de su formación integral, y a la luz de la fe, esta conclusión y convencimiento eran inalienables por su inserción en la misma naturaleza humana. Huelga decir que idéntico guión habría de seguirse a la perfección en las relaciones sociales, de las que la familia y la educación recibidas en ella eran su espejo.
. Cuando se nos adoctrina con argumentos basados en recuerdos pasados, y ni siquiera se hace la más leve alusión para su denuncia a la situación de verdadera, inculta y ofensiva discriminación que padecía la mujer, se echan por tierra toda clase de añoranzas y evocaciones que salvaban y servían solo a los hombres, a costa de la mujer por mujer. Una palabra condenatoria de tales situaciones, con petición de perdón para “el devoto sexo femenino”, se hace imprescindible a la luz de la fe, y por exigencia de la misma justicia.
. El paradigma familiar de la mujer al servicio del hombre, con abandono absoluto y “cristiano” de sus valores, aunque esto perjudicara a la sociedad, se les imbuía a las chicas de tal manera que se les quería convencer de que , al menos en España, a ellas tan solo les sería dado aspirar a ser reina, o si no, a costurera. Hasta tiempos no muy pasados, con anuencia y bendición de las leyes civiles y eclesiásticas, a la mujer se le privaba de múltiples derechos, con explícita declaración de que de ellos solo podrían ser depositarios y usuarios los hombres. Es bastante más que una anécdota el hecho de que más de una mujer pudo cursar alguna carrera universitaria, viéndose obligada a asistir a las clases vestida de hombre.
. Todavía quedan restos de situaciones similares, aunque las leyes pretendan eliminar cualquier atisbo de discriminación. Esta se contabiliza en sueldos, en posibilidades de “colocación” y trabajos, en aspiraciones y concursos, a no ser que sean de belleza. En determinados círculos, y con consentimiento de las mismas mujeres, los casos siguen siendo escandalosos y denigrantes.
. De esta descalificación no se priva la Iglesia- institución, de la que es obligado reconocer que, hoy por hoy, es la abanderada en cuanto se refiere al mantenimiento de la discriminación femenina. Para ello pretende servirse de argumentos, que ni en la mente ni en el testimonio de Cristo Jesús tuvieron consistencia alguna. La identificación de la mujer con el pecado, es –sigue siendo-, en una parte importante de los hombres de la Iglesia, poco menos que dogma de fe, en consonancia con algunas interpretaciones de la Biblia.