Mas Mujer y Mas Iglesia

Mostrar una vez más el desacuerdo con la proclamación pontificia, radical y rotunda, de la incapacidad “por los siglos de los siglos, Amén”, de la mujer para acceder al ministerio sacerdotal, no significa desconsideración alguna hacia el Papa. Ni tampoco es un pecado. Ni un acto de irreligiosidad o soberbia. Ni, por supuesto, la negación de la Iglesia con su condición jerárquica. Tampoco habría de ser considerada como una reacción tan excepcional, que lo que se pretenda no sea otra cosa que la de pensar de modo diametralmente opuesto a como se piensa y se cree en la Iglesia, entre los mismos teólogos, sacerdotes y laicos. No todos coinciden con la proclama del Papa. Un poco – o un mucho- de la santa y libre disponibilidad con la que no cuentan sus votos canónicos, o emolumentos, les facilitaría el camino para expresarse de otra manera que la del silencio o de la plena aquiescencia.

Pero de todas maneras es absolutamente seguro, firme, innegable, garantizado y casi infalible, que al siguiente Papa le reserva la historia de las peticiones de perdón y de las rectificaciones - tan frecuente en los fastos eclesiásticos-, tener que lamentar, rastrear y excogitar explicaciones hoy impensables, para demandarle a la sociedad universal la absolución e indulto de haber excluido a la mujer del ejercicio ministerial en la Iglesia. En unos tiempos de tan constatada y feliz liberación de algunas de las dramáticas discriminaciones de la mujer, cuyos aires alientan el Espíritu, la justicia y el convencimiento global de la igualdad a todos los niveles entre hombre y mujer, tendrá que suponerle al Papa, y a toda la Iglesia representada por él, un solemnísimo “trago” en cualquiera de las acepciones que aportan los diccionarios y el lenguaje coloquial de los “fieles”, cristianos, o no tan cristianos.

¿Qué hacemos, o qué tenemos que hacer, en conciencia, después de las terminantes y concluyentes palabras del Papa respecto a la relación Iglesia-mujer, quienes no estemos de acuerdo con esta doctrina, aunque de su aplicación personalmente “no nos venga ninguna gracia”, o desgracia? ¿Qué harán de aquí en adelante los teólogos y biblistas, convencidos con argumentos muy serios, de que no es lícito invocar ni el ejemplo
de Cristo, ni ningún texto neotestamentario para negarle a la mujer este derecho? ¿Cuál será la reacción de Iglesias cristianas, tan cristianas como la católica, para disculpar, o explicar, la declaración pontificia? ¿Dificultará aún más las hoy difíciles –impensables- relaciones a favor del ecumenismo? ¿Cómo reaccionarán asociaciones y grupos femeninos católicos, algunos hasta con componentes teólogas, con sus grados y reconocimientos universitarios, logrados en las correspondientes facultades, iguales o superiores, a los conseguidos "de siempre”, por los teólogos varones?

Aún en el caso imposible de que los textos sagrados y la praxis eclesiástica no dieran otras opciones distintas a las formuladas por el Papa, con su integral negativa al sacerdocio femenino en la Iglesia de Cristo, con excomunión, o declaración oficial de no pertenencia a la comunidad eclesial de quienes no estén de acuerdo, antes de hacer efectiva medida tan universal, el espíritu cristiano habría de demandar otras soluciones salvadoras. Son muchos los teólogos convencidos de que, en este y en casos similares, lo procedente será cambiar la norma y hasta la ley, más o menos vigente hasta ahora. La Iglesia es, y seguirá siendo, por encima de contingencias, Iglesia de Cristo Jesús, con mujeres sacerdotes o sin ellas. Vincular el hecho de la pertenencia a la Iglesia, al asentimiento y aprobación de la doctrina pontificia en relación con la mujer y el sacerdocio, no es serio y, en expresión coloquial, es una fruslería, impropia de los tiempos presentes y de quienes viven la realidad de la vida. Esta se hace realidad veraz en expresiones, trabajos, actitudes, leyes, costumbres, profesiones, investigaciones, estudios, monografías, tesis… que ostentan denominaciones y comportamientos sacratísimamente femeninos. Apartar doctrinalmente a la Iglesia de tan noble y justo compromiso, me parece impropio y en contradicción con la doctrina cristiana en su versión actualizada y precisa.

La reflexión, la investigación teológica y escriturística –si no llega a prohibirse-
de textos y razones que puedan alegarse, la gracia de Dios y la sensibilidad para con los signos de los tiempos, son clave y resorte de los que hacer uso legítimo para dar cuantos pasos sean necesarios para impedir que la Iglesia “pierda el tren de la historia”, y menos en cuanto se relaciona con la mujer, que merece y reclama el presente y el futuro de la humanidad.

NOTA:
Las estadísticas en relación con las mujeres maltratadas por sus respectivas parejas son así de monstruosas e implacables: durante el año 2009, las denuncias registradas oficialmente en España fueron 5.370, habiendo constancia de que el aumento en el 2011 fue del 10 por ciento. El número de fallecidas a consecuencia de los malos tratos no desciende, sino que aumenta. Se trata de una espantosa lacra social, cuyo fundamento responde a convencimientos atávicos machistas basados en culturas cívico-religiosas, de que la mujer, por mujer, es –tiene que ser- , de por sí, inferior al hombre que, como tal, será y ejercerá siempre y en todo, de su dueño y señor.

No son pocos los sociólogos, y algunos teólogos, convencidos de que la reciente negación absoluta del Papa cercenando de por vida y “en el nombre de Dios” toda posibilidad de sacerdocio femenino, habrá también de ser interpretada como un argumento más de que el varón -los varones- afinquen y apoyen la seguridad de que no les faltará razón que justifique o disculpe su antifeminismo, dado que el mismo Papa reconoce incompetencias e incapacidades para desarrollar trabajos y ministerios, como el sacerdotal, que “en toda la vida del mundo y de las religiones” fueron de exclusiva competencia de los hombres.
Volver arriba