"Los Negros" y el Espiritu Santo

No sería razonable siquiera, dudar de que Papas, emperadores, reyes, presidentes de gobiernos y de entidades redactaran los discursos que en ocasiones, momentos y lugares han de pronunciar como si ellos los hubieran ideado y escrito. No es ni físicamente posible que el protagonista, falto de tiempo, escaso de condiciones literarias y aún de conocimiento pormenorizado de los temas, estén en disposición de afrontarlos con legitimidad, haciéndolos propios. Se limitan a leerlos antes de hacerlos públicos y, a veces, ni siquiera eso. Los leen, sin más, “y sea lo que Dios quiera” .Tal operación resulta fácilmente perceptible al menos para quienes tienen alguna experiencia como “escribidores”, y a quienes conozcan las flexiones de la voz y la administración de los silencios, que han de responder a la valoración académica de los puntos y coma, de los puntos y seguido, de los guiones, los punto y aparte, los subrayados y los “entrecomillados”.

Como tal operación está tan generalizada, prácticamente universal, y se registra y puede demostrarse en la totalidad de las actividades oratorias, con inclusión de los ámbitos eclesiásticos, merece y reclama algunas reflexiones, de las que destaco las siguientes:

. Al grupo –equipo encargado y subvencionado para labor tan delicada y responsable, en los escenarios más representativos y posiblemente multitudinarios, se les llama y conoce como “gabinetes de prensa”, o “equipos de pensadores”. Para los de las escenografías más humildosas, se les reserva la categoría profesional de
“escribidores” o de “negros”, con el significado académico de “la persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en tareas literarias”. Huelga referir que tal oficio y denominación no entrañan minusvaloración de ninguna clase, sino todo lo contrario, y, en último término, habría que aplicársela a quienes han de lucir, aprovecharse y vestirse con galas ajenas, en este caso con las de los susodichos “negros”.

. En la Iglesia y sus alrededores, el tema se convierte con facilidad en problema, con flecos hasta teológicos, o casi teológicos, sobre todo cuando se le hace estar presente e intervenir al mismísimo Espíritu Santo, en conformidad con la doctrina y la sacrosanta terminología al uso, indiscutible e innegable para algunos eclesiólogos, o aspirantes a serlo.

. La mayoría de los cristianos se formulan interrogantes encabezados por este:
¿En quien, o quienes, se hace presente y actúa el Espíritu Santo, en los redactores de los temas expuestos, o en quienes los leen como suyos propios? ¿Es tan amplia, eficaz y dinámica su fuerza y asistencia, como para que el redactor ya no sea partícipe y sienta también de modo especial la inspiración de lo Alto?

. Aunque el discurso, la carta pastoral o apostólica, la homilía, aún los mismos libros lleven la firma y el resguardo de la autoridad correspondiente,-Papas, obispos, arzobispos…- ¿no es lo más natural que la profesionalidad, el estilo y, al menos, alguna que otra idea o matización de la misma, se refleje y se haga patente en la redacción? ¿Es que no es reconocible entre los expertos, la manera, el estilo, la estructura de redactar las alocuciones “eclesiásticas” en su diversidad de versiones?

. Partiendo del axioma sacramentario de que el Espíritu Santo reclama atenciones y tratamientos nada menos que “trinitarios”, es de obligado cumplimiento afrontar estos hechos con argumentos seriamente teológicos y evangélicos, con exclusión de otros que estuvieron, o están, todavía vigentes y operativos.

. Con la firma “santa”, y el refrendo de la invocación a la inspiración al Espíritu Santo, en no pocas ocasiones se dicen, se escriben o predican tonterías, disparates y aún barbaridades, en demarcaciones que se consideran y presentan como “religiosas”.
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