Nuncios y Laicos

Además de “ciencia o conocimiento de los intereses y relaciones de unas naciones con otras”, el diccionario acepta y define el término “diplomacia” como “habilidad, sagacidad y disimulo”. “Nuncio” es el “representante diplomático del Papa, que ejerce también como legado” y “Estados Pontificios” identifica al país-nación en el que el Romano Pontífice reina, legisla y gobierna con plenitud de poderes humanos y divinos.

Con este palabrario-diccionario, que no “evangeliario”, resulta tan fácil como obligado y razonable subrayar, entre otras, las reflexiones siguientes:

. Multitud de razones se abren ya pasos concluyentes y determinantes, aún entre los mismos católicos, que rechazan la institución de los Estados Pontificios como ajena a la idea y a la realidad religiosa de la Iglesia. A teólogos, pastoralistas y “vaticanistas” les resulta extraño, e indescifrable, que argumentos que en su día pudieran haber contribuido a explicar en cierto sentido la creación de los “Estados Pontificios”, a estas alturas de la eclesiología, de las ciencias políticas y de la cultura en general, no se hayan cuestionado sustantivamente. Acerca del silencio tan reverencial y piadoso que observan teólogos y canonistas en estas cuestiones, es comprensible concluir que está rigurosamente impuesto y arropado con toda clase de baluartes, apercibimientos y conminaciones coactivas.

. Nunciaturas e Iglesia son ideas raramente maridables en la eclesiología y en la política en general de los Estados y en el Derecho por el que se rigen. Las Conferencias Episcopales Nacionales debieron haber ya exonerado a las Nunciaturas de la parte principal de su gestión y de su justificación como representaciones oficiales en las Iglesias locales, con los privilegios inherentes a los decanos del Cuerpo Diplomático y a sus distinciones y ornamentos.

. Así las cosas, y hoy por hoy, ejercerían su función diplomática con mayor normalidad y sentido de Estado y de Iglesia, los laicos, que los monseñores de oficio, con categoría episcopal, y previsiblemente cardenalicia para los de los países – iglesias más representativos. El tan denostado esquema de la Curia Romana se desdobla y multiplica en las Nunciaturas con consecuencias y secuelas idénticas, aunque a nivel nacional.

. Nuncios laicos habrían de vivir la problemática de la Iglesia en sus instancias y relaciones “oficiales” más comprometida y evangélicamente que los clérigos que optaron por la correspondiente carrera y actividad, con los emolumentos humanos y divinos propios de las profesiones civiles. El “carrerismo” es una de las lacras más lamentables en la Iglesia católica y “principesca” en la actualidad, al que el Papa Francisco hace objeto y destino de graves reproches e improperios.

. El Código de Derecho Canónico, aún en sus últimas revisiones, nació periclitado y exánime, con animadversiones patentes y severas para cuanto sea y se denomine “laico” en la Iglesia. La “clericalidad”, en su diversidad de grados y oficios, es y será siempre, “lo santo” y “lo perfecto” en la institución eclesiástica, a costa de los laicos. Estos, a la sumo, se considerarán y serán tratados como aspirantes y moradores espurios en el Pueblo de Dios, agravado todo ello en el caso en el que se trate de “laicas”, con recortes impropios del espíritu de la Iglesia y de la valoración que en la sociedad civil, la mujer, por mujer, consiguió, o está ya a punto de conseguir, con tan reconocido esplendor y belleza.

. El trato, estima y consideración que a los laicos en general le confiere la jerarquía eclesiástica, es denigrante a la luz de la teología. La ocupación y oficio que les encomienda no pasan de ser “misericordiosos” por lo que ellos y ellas habrán de estar “eternamente agradecidos por liberalidades tan sagradas e inmerecidas, por no ser sacerdotes”.

. El diagnóstico no es otro que este: “los laicos no están todavía maduros para el diálogo: además, nos impondrían bien pronto su dictadura, por lo que no debemos repetir los errores de los protestantes. Evangelizar y santificar al resto del Pueblo de Dios, ni es ni será jamás tarea de los laicos. Es ministerio sagrado”. ¿Hay quién dé más, con rotundidad tan “religiosa”, jactanciosa y desleal para con el evangelio?
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