Políticas Intra- Eclesiásticas
Con convicción y certeza, y avalados con tantos argumentos y datos históricos, huelga destacar que a la política eclesiástica le profesan veneración y latría la mayoría de los sacerdotes y sujetos clericales que configuran la nómina de la jerarquía. Sus aspiraciones primordiales –“cardinales”- son la tendentes a lucrar los más altos puestos en los escalafones curiales. Con el fin inocente de espantar livianas preocupaciones de algunos colegas, apesadumbrados por la posibilidad que les generaría dudar de lo que aquí expongo, quiero proclamar a las claras que la política- política existe también en las áreas eclesiásticas. Aún más, se puede y se debe destacar que, si en las terrenales con tanta frecuencia la política es merecedora de denuestos tales como “indecente, vil, indecorosa y obscena”, la eclesiástica, como política, resulta ser también acreedora a dicterios similares. Préstesele atención, por ejemplo, a los ardides- maniobras que se registran en los supremos estamentos con ocasión de sustituir a los Papas a su muerte.
Que se repute y se manifieste que tal política se justifica solo “en el nombre de Dios”, “para su mayor -exclusiva- “honra y gloria”, y al margen de cualquier incitación o estímulo humano, ronda los límites de la hipocresía o de la impostura. Si toda política, por política, es cuestionable y fementida, la que se ejerza y presente revestida con ornamentos curiales, tendrá que ser –es- objeto de confesión y arrepentimiento. Los “secretos” que se desvelan, transcurridos los cónclaves, lo proclaman sin ningún desmentido.
. Quienes desconfíen de estas aseveraciones y, por razón de su cargo “curial”, se sientan obligados, o proclives, a negarlas, en similar proporción, y para tranquilizar su conciencia, habrán de recitar el “Ave María Purísima” que anticipa el acto de la confesión sacramental, sin rehuir el “propósito de enmienda” y el “dolor de corazón” preceptuados. Títulos y prebendas de Cardenales, obispos, arzobispos, monseñores, nominaciones pontificias y aún Papas, canonizaciones, beatificaciones y patronazgos, se preparan y fraguan en los conventículos correspondientes, sin que de ninguno de ellos tenga que ausentarse la sombra del Espíritu Santo.
. Dentro de la propia Iglesia son ya muchos los que, en conciencia y como cristianos, se sienten impelidos a reclamar la reforma profunda, o la desaparición, de la Curia Romana. Las funciones, y ejercicio de la misma, por muy eclesiásticas que se intitulen, y por “santas” que sean, o pretendan ser, sus efectos, ni son redentores y menos, evangélicos. La funcionariedad no tiene sentido ni cabida en la Iglesia. A los funcionarios- funcionarios se les reservan actividades muy dignas, meritorias y honorables, pero no precisamente con la connotación “religiosa”, y menos cuando se les premia, agasaja y festeja con signos y tratamientos pontificales.
. A la “autoridad eclesiástica”, en todos y cada uno de sus grados y escalas, es justo e imprescindible recordarle, que cristianos- cristianos, y católicos- católicos, de verdad y por convicción, son todavía muchos, por la gracia y la misericordia de Dios. Aunque no lo proclamemos con palabras y gestos solo rituales, y en conformidad con fórmulas y modos de los que el “Amén” resulte ser su repuesta única y concluyente, pueden y son ser al menos tan cristianos o más que los miembros del Opus Dei, focolares, legionarios –guerrilleros- de Cristo Rey , “kikos” neocatecumenales, miembros de “Comunión y Liberación” y asimilados. El acaparamiento de “católicos, apostólicos y romanos” por parte de los adscritos o profesos a estos movimientos piadosos, ni es justo, ni canónico, ni religioso. Menos justa, religiosa y cristiana es la exclusión teórica, o práctica, por parte de la jerarquía eclesiástica, de quienes no son “opuísticos”, “legionarios “ o “kikos”. Con el Espíritu Santo, la gracia de Dios, la salvación eterna, la felicidad, la buena conciencia y la libertad, es irreverente y sacrílego zaragutear.
. ¿Cuándo se impondrán la razón, la fe, el sentido común, la doctrina cristiana, los santos evangelios, la inteligencia, la sindéresis, la teología… y en sagrada común unión sacramental, se lleve a la práctica la cesión del título y operatividad de “monarca absoluto de los Estados Pontificios”, adscrito al Romano Pontífice? ¿Quién se imagina a Cristo Jesús así investido, ostentando tal denominación, a la vez que ejerciendo todas, o alguna, de las prerrogativas, también terrenales, que tal soberanía lleva consigo? ¿Resultarían “a”, o “anti”, cristianos el deseo y la expresión de que esta condición- situación regia y principesca se extinga lo antes posible? ¿Qué dimensión evangélica tiene hoy el fundamento que se sigue esgrimiendo de que, como “Soberano Pontífice",
y jerarquía suprema de los Estados Pontificios, el Papa tiene así asegurada la libertad que precisa para regir la Iglesia de Cristo?
Que se repute y se manifieste que tal política se justifica solo “en el nombre de Dios”, “para su mayor -exclusiva- “honra y gloria”, y al margen de cualquier incitación o estímulo humano, ronda los límites de la hipocresía o de la impostura. Si toda política, por política, es cuestionable y fementida, la que se ejerza y presente revestida con ornamentos curiales, tendrá que ser –es- objeto de confesión y arrepentimiento. Los “secretos” que se desvelan, transcurridos los cónclaves, lo proclaman sin ningún desmentido.
. Quienes desconfíen de estas aseveraciones y, por razón de su cargo “curial”, se sientan obligados, o proclives, a negarlas, en similar proporción, y para tranquilizar su conciencia, habrán de recitar el “Ave María Purísima” que anticipa el acto de la confesión sacramental, sin rehuir el “propósito de enmienda” y el “dolor de corazón” preceptuados. Títulos y prebendas de Cardenales, obispos, arzobispos, monseñores, nominaciones pontificias y aún Papas, canonizaciones, beatificaciones y patronazgos, se preparan y fraguan en los conventículos correspondientes, sin que de ninguno de ellos tenga que ausentarse la sombra del Espíritu Santo.
. Dentro de la propia Iglesia son ya muchos los que, en conciencia y como cristianos, se sienten impelidos a reclamar la reforma profunda, o la desaparición, de la Curia Romana. Las funciones, y ejercicio de la misma, por muy eclesiásticas que se intitulen, y por “santas” que sean, o pretendan ser, sus efectos, ni son redentores y menos, evangélicos. La funcionariedad no tiene sentido ni cabida en la Iglesia. A los funcionarios- funcionarios se les reservan actividades muy dignas, meritorias y honorables, pero no precisamente con la connotación “religiosa”, y menos cuando se les premia, agasaja y festeja con signos y tratamientos pontificales.
. A la “autoridad eclesiástica”, en todos y cada uno de sus grados y escalas, es justo e imprescindible recordarle, que cristianos- cristianos, y católicos- católicos, de verdad y por convicción, son todavía muchos, por la gracia y la misericordia de Dios. Aunque no lo proclamemos con palabras y gestos solo rituales, y en conformidad con fórmulas y modos de los que el “Amén” resulte ser su repuesta única y concluyente, pueden y son ser al menos tan cristianos o más que los miembros del Opus Dei, focolares, legionarios –guerrilleros- de Cristo Rey , “kikos” neocatecumenales, miembros de “Comunión y Liberación” y asimilados. El acaparamiento de “católicos, apostólicos y romanos” por parte de los adscritos o profesos a estos movimientos piadosos, ni es justo, ni canónico, ni religioso. Menos justa, religiosa y cristiana es la exclusión teórica, o práctica, por parte de la jerarquía eclesiástica, de quienes no son “opuísticos”, “legionarios “ o “kikos”. Con el Espíritu Santo, la gracia de Dios, la salvación eterna, la felicidad, la buena conciencia y la libertad, es irreverente y sacrílego zaragutear.
. ¿Cuándo se impondrán la razón, la fe, el sentido común, la doctrina cristiana, los santos evangelios, la inteligencia, la sindéresis, la teología… y en sagrada común unión sacramental, se lleve a la práctica la cesión del título y operatividad de “monarca absoluto de los Estados Pontificios”, adscrito al Romano Pontífice? ¿Quién se imagina a Cristo Jesús así investido, ostentando tal denominación, a la vez que ejerciendo todas, o alguna, de las prerrogativas, también terrenales, que tal soberanía lleva consigo? ¿Resultarían “a”, o “anti”, cristianos el deseo y la expresión de que esta condición- situación regia y principesca se extinga lo antes posible? ¿Qué dimensión evangélica tiene hoy el fundamento que se sigue esgrimiendo de que, como “Soberano Pontífice",
y jerarquía suprema de los Estados Pontificios, el Papa tiene así asegurada la libertad que precisa para regir la Iglesia de Cristo?