Reforma y Contra-reforma

Y es que sin reforma no hay vida. Reforma y vida son términos que por definición se matrimonian a perpetuidad con vínculos indisolubles. En el caso de la Iglesia, estos vínculos tienen nombre, proyección y sustantividad sacramentales. Iglesia, vida y reforma se constituyen trinitariamente como entidad salvadora para todos y para toda la vida.

. En todos los planos, presencias, y también apariencias, si todas las instituciones demandan reforma, también para la Iglesia, con el fin de cumplir verazmente sus cometidos y fines, y en conformidad estricta con la voluntad liberadora de Cristo Jesús, la reforma es, y será siempre, inaplazable y profunda.

. La constatación de que la Iglesia en la actualidad precisa ser reformada, al igual que formarse, es ostensible. La experiencia de muchos es comprobación desdichada y, en ocasiones, hasta escandalosa, de que Iglesia y vida no reflejan con nitidez y valor el proyecto evangélico al que se entregó Cristo Jesús.

. Acaparado el término “reforma” por los considerados y tratados entonces como “enemigos de la Iglesia”, oficialmente excluidos de su comunión y estigmatizados con penas “eternas”, la “contra-reforma” corrigió algunos, no demasiados, desmanes que el paso del tiempo, los intereses y la falta de convencimientos, los hicieron perdurar , pese a que encíclicas y cánones pudieran dar otra impresión.

. “Mutatis mutandis”, la contra- reforma de la reforma tiene, y se manifiesta, en la actualidad, -aunque con fórmulas disimuladas-, tanta o mayor gravedad que la contra- reforma primera, dado que a esta es preciso añadirle el correspondiente plus de hipocresía. Y conste que de esta alusión no se excluyen determinados grados jerárquicos.

. La reforma de la contra- reforma, aquí y ahora urgida, se represa en no pocas ideas clericaloides y al margen de la vida del mismo pueblo de Dios, con fórmulas y palabras ininteligibles para los mismos fieles cristianos, aterrorizados por el miedo al infierno, del que hicieron “merecedores” sus pecados “mortales”.

. La reforma de la contra-reforma llevará hoy consigo la revisión del concepto del pecado mortal, la salvación eterna, el cielo y el infierno, la mujer sacerdote, la misma Iglesia, el divorcio, el celibato de los sacerdotes, la homosexualidad, la liturgia, el nombramiento de los obispos, el reconocimiento de la mayoría de edad y participación de los laicos, la falta de democracia en sus estamentos, la jerarquía y la autoridad, los miedos, la alegría , la gracia, el testimonio de vida, la ortopraxis sobre la ortodoxia, la educación de la fe, la falta de respeto y de pluralidad, las vocaciones sacerdotales, el ecumenismo, el declive de las “prácticas” piadosas por parte de jóvenes y aún de las mujeres, la lectura-relectura de la Sagrada Escritura…

. Los capítulos son muchos más y estos y otros, los subscriben los mismos miembros de la jerarquía, para los que las estadísticas no mienten y tienen mucho de santo evangelio.



. Si la reforma tuvo tantos seguidores en el siglo XVI, y siguientes, comprobada su necesidad,- pese a no pocos resbalones y flaquezas-, los tiempos eclesiales actuales son similares, tanto en los círculos ya señalados, como en otros también de capital importancia, como los de la evangelización y teología, en los que algunos de sus
inspiradores son “a priori” tachados de herejes, y represaliados, con procedimientos poco menos que inquisitoriales, por no coincidir al pie de la letra sus enseñanzas con las enquistadas llamadas “tradicionales” y al uso.

. Reforma y contra- reforman reclaman ya muchos cristianos, ahítos de radicales “profetas de calamidades”, que levantan tempestades de temores, y algunos hasta de estupideces, con anuencia de sus respectivos pastores, con descalificaciones para quienes “no rezan”, den o no testimonios de resurrección y de vida, con su entrega y sacrificio a la comunidad.
Volver arriba