Televisión Religiosa

Yo sé, y así lo reconozco, que programas religiosos televisivos, inspirados felizmente por la Iglesia con todas sus bendiciones y “Nihil Obstat” canónicas, pueden ser, y son, de provecho, para una parte importante del pueblo de Dios, como en los casos de las misas, procesiones, canonizaciones y otros acontecimientos solemnes, litúrgicos o para-litúrgicos. Para muchas personas, mayores o enfermas, la “participación” en las misas en esas condiciones, significa una gracia de Dios y una consolación y alivio para sobrellevar sus limitaciones. Pero sé también que, por espectáculos, y por oficiales, para otras personas estos programas son representaciones y “funciones” que apenas si les ayudan en su formación, y mantenimiento, de su fe cristiana. La catequesis que puedan entrañar estas programaciones “religiosas” es muy menguada y, en ocasiones, hasta contraproducente.

. El esquema oficial que se impone en las susodichas transmisiones televisivas, todas y con rigor, han de ajustarse a una teología, liturgia y ortodoxia, casi dogmática e indiscutible. En estas, y solo en estas celebraciones, todo es “palabra de Dios”. Por mucha profesionalidad que honre a los realizadores, directores y presentadores/as, a los actos “religiosos”, con sus recursos normalmente escasos, les faltará la vibración que proporciona la verdadera piedad y la común unión, en las frustradas vísperas del ecumenismo.

. Todo espectáculo, y más el llamado y considerado como”religioso”, no hace Iglesia. La terminología académica y popular relativa a la palabra “espectáculo”, imposibilita para la plegaria y el rezo, así como para la educación y progreso en la fe.

. La televisión, en la casi la totalidad de sus programas, y tal y como se nos sirve oficialmente en la práctica, está incapacitada para ser medio e instrumento auténtica y pluralmente religioso. Su programación ha de someterse no solo a modelos e inspiraciones jerárquicas, sino que es fruto y consecuencia de pactos “concordatarios” establecidos entre la Iglesia – Conferencia Episcopal-, y el Estado. Uno y otra han de velar, y velan, por la ortodoxia eclesiástica y civil, con fidelidad y “prudencia” que, por supuesto, no siempre es evangélica.

. La Iglesia deja de ser y de actuar como Iglesia, en tantos casos en los que su mensaje televisivo está cercenado por los delegados – censores- de una y otra parte. La Iglesia- evangelio que se nos imparte en los medios oficiales de comunicación, como en el caso de la televisión, más que ”palabra de Dios”, al menos algunas de sus sílabas son “párrafos diplomáticos” del gobierno que entonces esté en el poder. Es posible que esta apreciación personal les resulte a algunos improcedente y hasta escandalosa, pero así son las cosas humanas y aún las “divinales o divinas”

. De las emisoras televisivas privadas, llamadas religiosas, es decir,”católicas y apostólicas”, financiadas por instituciones eclesiásticas, aseguran algunos que su función y objetivos, precisamente por su ortodoxia tan desaforada, llegan a ser heterodoxas. La selección de los temas tratados en sus coloquios, las personas elegidas, el tono clerical, los atuendos, el marco para su realización, los colorines de los que hacen uso los miembros de la jerarquía y tantos recursos ,que tornarían ciertamente “catequética” la intencionalidad de los programadores, frustran cualquier posibilidad honesta de proclamación del evangelio.

. Por favor, que no sean elegidos como presentadores sacerdotes “elegantes y guapos”, dedicados por vocación y oficio a dar la impresión al resto de la clerecía, de que exactamente por eso, ellos solos son los modernos, sin ahorrarse alzacuellos y sotanas Llamar la atención al público en general, como si se tratara de un espectáculo televisivo, en este caso “piadoso”, frivoliza, empacha, escandaliza y desedifica a unos y a otros, creyentes o no.

. La presencia episcopal con sus cruces, colorines, anillos, solideos y otros adminículos o aditamentos, ni son ni hacen Iglesia. Son, o pueden ser, su parodia. Las “ruedas de prensa”, en la actualidad, no tienen nada que ver con la “prensa” ni con la “rueda”. Carecen de interés informativo, y se corre el riesgo de que cualquier pregunta no “canónica”, o capciosa, sea interpretada como ofensiva para la Iglesia con condena tácita o explícita del preguntador y del medio al que sirve. Declaraciones y silencios se administran con idéntico rigor y pleitesía que en las ruedas de prensa “políticas”.
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