Adios, señor obispo, adios.

Era un obispo avanzado y liberacionista que pasó a ser obispo emérito de su diócesis. Pero obispo. Parece que ha renunciado al estado clerical, en lo que se pueda renunciar, en ambición de la presidencia de la República del Paraguay. Están claras sus prioridades. Para no pocos ya lo estaban pero ahora no le cabrá duda a nadie.
Como católico siento su decisión. El supremo orden sacerdotal no le interesaba mucho. Prefiere la política al sacramento. Allá él. Y es bueno que gente así se vaya. En la Iglesia no les necesitamos para nada.
Tendrá una efímera popularidad, como los Cardenal y Scoto en Nicaruagua o Aristide en Haití. Y si llega a la presidencia de aquella bastante impresentable república será uno más entre los ya muchos impresentables presidentes del Paraguay. Con o sin primera dama, nombre cursi donde los haya, cosa que también me tiene sin cuidado.
Pero llegará un día en el que llegará a las puertas del cielo. Y a San Pedro alguien le dirá que llega un colega. Saldrá a recibirle esperando encontrarse a alguien con mitra y báculo y se encontrará a un hortera de frac y con una banda sobre el pecho.
San Pedro, con los ojos a cuadros, le dirá: ¿Pero no es usted obispo? Y Lugo le responde: No, soy el Presidente del Paraguay. Y el Apóstol de las Llaves le dirá : ¿De dónde dice?
Y eso si llega a presidente.
Que no me tome algún paraguayo mis palabras como un desprecio a su hermosa y heroica nación. La respeto muchísimo. A Lugo, nada. Me alegro que se haya ido. El error fue nombrarle sucesor de los Apóstoles. Pero esos errores ocurren a veces.
No le deseo que le vaya bonito. Simplemente, adios.