Orgullosos de ser católicos.
Apuntarse a algo es difícil. Lo cómodo es no hacer nada. Aunque se comparta la cuestión. Aue vayan otros, que se apunten otros. Los que el pasado 28 de diciembre acudieron a la plaza de Colón valen mucho. Qué duda cabe que otras muchas personas pensaban lo mismo y deseaban el éxito de la misa. Pero, ¡con el frío que hacía! Como para levantarse tempranito un domingo y echar tres horas como poco. O coger el coche y hacer pocos o muchos kilómetros.
Pues hay gente que se apunta. Y esa es la mejor. Lo que pasa es que muchas veces nuestros obispos y nuestros curas no saben que hacer con ella. O, lo que sería peor, como no quieren hacer nada pues les sobran.
Casi mil personas, hasta el momento, han querido confesar a Cristo. Y Él no olvida esas cosas. Hasta ha dicho que no las olvidaría. Si lo nuestro funcionara, si no hubiera tanto mercenario vago e inútil, alguien debería ponerse en contacto con todos los que dieron sus nombres y los pondría en contacto entre sí. Y de esa sencilla pero meritoria confesión de catolicismo intentaría sacar una militancia permanente y enriquecedora. Para la Iglesia y para los que han dejado constancia de que son Iglesia.
Toda esa buena gente debería conocerse entre ella, sentirse reconocida y apoyada. Claro está que un joven de Santa Marta de Ortigueira es muy difícil encontrarle con otro de Bollullos de la Mitación. Pero el de Cuerva se puede encontrar con el de Pulgar. Y el médico de Valencia de Don Juan con el secretario del Ayuntamiento de Vegas del Condado. No son estos días para vivir solos. Y los pastores del pueblo de Dios tienen que echarle imaginación.
Confieso que cuando hace un par de días me hice eco de esta iniciativa de una parroquia de Toledo estaba convencido de que era el sueño de una noche de verano de tres ilusos con muy buena voluntad. Y lo primero que pensé fue no hacerles ni caso. Pero enseguida caí en la cuenta que no se merecían el silencio. Aunque no sirviera para nada el hablar de ellos.
Pues ya son casi mil. Dios, qué buenos vasallos si encontraran buen señor. Hay muchos católicos que quieren mostrarse como tales. Con orgullo. Santo orgullo. Necesitan que se les anime, se les dé tarea, les presenten los unos a los otros, compartan gozosamente la fe en Jesucristo y la pertenencia a la Iglesia.
Pues, a trabajar. Los mimbres ahí están. Ahora viene lo difícil. Hacer con ellos el cesto. Entrelazar los mimbres del amor a Cristo. ¿Va a ser una ocasión perdida más?