A Uriarte se le sigue viendo el plumero.

El plumero de siempre. El de sus simpatías a ETA. Naturalmente con su pizca de hipocresía. Esa que le permite decir que él reprobó siempre el asesinato. Faltaría más. Igual que hacía su predecesor y clon Setién.

La paz en las Vascongadas la queremos todos. El primero nuestro Santo Padre Benedicto XVI. Y rezamos por ella. En mi archidiócesis de Madrid, por disposición del cardenal Rouco, se pide en las misas que cese la plaga del terrorismo.

Cuestión bien distinta es si a esa paz se va a llegar del modo que quiere Rodríguez Zapatero. Hay quien piensa que sí. Entre ellos los etarras. Y hay quien piensa que eso es una claudicación ante los terroristas que no abre las puertas a la paz sino a un futuro cargado de negros presagios. Yo no me voy a pronunciar sobre ello. Quien se ha pronunciado es el obispo Uriarte.

En nombre de no sabemos que autoridad, ciertamente no la episcopal, ha "emplazado", que ya es atribuirse potestades, a que "los poderes del Estado, los gobernantes autonómicos, la Iglesia, los partidos políticos, periodistas, movimientos sociales y a grupos que han practicado y apoyado la violencia a que den consistencia creciente al proceso de paz".

Tomo el texto de Religión Digital. Si no es exacto, qué reclame el obispo. Ya verán como no reclama.

Pues, todos mezclados. Como si fueran iguales. La autoridad con los asesinos. Que no son asesinos. Sino que "han practicado la violencia". Como un padre que da una bofetada a un hijo, un policía que reprime una alteración del orden público, una mujer a la que quieren violar y se resiste, un asaltado que se revuelve contra la agresión...

Pues a mí me parece una injusticia, una hipocresía y una violencia. Que una vez más le retrata.
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