Ayer dio usted por concluido el rifirrafe que hemos tenido. Hoy, día en que la Iglesia celebra la Jornada
Pro Orantibus, por los que rezan en tantos claustros de España, no lo voy a reabrir yo.
Parece que la he ofendido. Pues vaya desde aquí mi petición de perdón. Le ruego por el Dios que adoramos me lo acepte y me lo conceda. Usted no tiene que hacer lo mismo porque no me ha ofendido en nada. El deudor soy yo.