Menos mal que el Papa le hizo caso a Moratinos.

La Iglesia estaba perdida. El Papa había metido la pata y se había precipitado en el descrédito universal. Nues tro ministro de Asuntos Exteriores, tan católico él, tan de misas él, que sólo las abandona si el cura critica al PSOE, decidió salvar a la esposa de Jesucristo.

Y llamó al Vaticano. ¿Está el Papa? Soy el ministro de Exteriores de Rodríguez Zapatero. Y le debieron mandar al Senegal. Pero él estaba decidido a salvar la Iglesia y a Benedicto XVI, un pobre patán de Baviera a quien el cargo le venía grandísimo. E insistió: ¿Podría ponerse entonces ese nuevo, un tal Cartone, Tortone o como se llame? Soy el ministro de Exteriores de España, la que ha mandado su Ejército al Líbano y lidera la Alianza de Civilizaciones. En esta ocasión la telefonista era una monjita uruguaya a la que le sonaba aquello de la Madre Patria y llamó al secretario de un minutanti de un capo ufficio del sotto-segretario per i Rapporti con gli Stati.

El minutanti, sin perder por un momento la tranquilidad imperante en la Curia pensó en decirle a la monja que lo mandara a hacer puñetas. Pero luego pensó que no era eso lo que le habían enseñado en la Academia Pontificia y preguntó:

-Hermana, ¿dijo como se llamaba ese señor?
-Me parece que Desatinos, contestó la religiosa en un italiano con acentos del Río de la Plata.

Al minutanti aquello de Desatinos le sonó. En una ocasión había oído a un Consigliere di Nunziatura de 2ª classe que así llamaban al minstro de Exteriores de España y comunicó la llamada al capo del protocollo. Que, por si acaso, trasladó el asunto al Sustituto per gli Affari Generali.

Monseñor Sandri, tras soltar primero un ¿para qué llamará este boludo?, se puso al teléfono.

-Caro ministro, le dijo con ese acento argentino que tanto tiempo en Roma no había conseguido borrar. ¿A qué se debe el honor de su llamada?

-¿Quién es usted?, preguntó desabrido nuestro ministro, amostazado por la larga espera.

-Soy el arzobispo de Cittanova, encargado de los asuntos Generales. El cardenal Bertone, a quien le encantaría hablar con usted, en estos momentos está despachando con el Santo Padre y no puede ponerse, pero yo le atenderá en lo que pueda con muchísimo gusto. Mentía descaradamente pues acababa de dejar al cardenal en su despecho.

-Habrá leído usted, arzobispo, ¿me dijo que era arzobispo?, las lamentables declaraciones del Papa sobre el mundo musulmán. Mundo en el que usted sabrá soy un gran experto dada mi gran amistad con Arafat, que me consideraba un hermano. He tenido el enorme placer de besarle varias veces en la boca.

Sandri no disimuló un gesto de asco, y dijo en voz imperceptible: pelotudo de mierda...

-Por supuesto, mi caro amigo, en el Vaticano se aprecia muchísimo la labor que viene haciendo con el mundo árabe.

A Moratinos se le dibujó una sonrisa satisfecha. Por lo menos ahí reconocen mi categoría, pensó.

-Pues, como le digo, al Gobierno de España le preocupa mucho esa metedura..., bueno, quiero decir ese gran error del Papa en su discurso de Ratisbona y pensamos que, por su bien, y por el de la Iglesia, debe pedir perdón inmediatamente y atender los sentimientos del mundo musulmán tan heridos por las lamentables palabras del Papa.

-Querido ministro: descuide usted que el Santo Padre tendrá inmediatamente noticia de los nobles propósitos que expresa y que hará lo imposible por atenderlos.

La conversación terminó con amables palabras de despedida. Lo que monseñor Sandri dijó al colgar el teléfono es irreproducible. Y en un tono tan alto que el secretario, que estaba en el antedespacho, entró alarmado por si ocurría algo.

-Niente, niente, dijo ya calmado el arzobispo.

Moratinos, muy satisfecho de la gestión, preguntó al subsecretario.

-¿Quién era ese con el que hablé? Te darías cuenta de lo enérgico que estuve.

El subsecretario le informó del alto cargo vaticano de su interlocutor con lo que el ministro rebosaba contento

-Entérate de si tiene ya la Gran Cruz de Isabel la Católica.

Después vinieron las declaraciones: El Papa ha pedido disculpas. Ya no hay que darle más importancia al asunto. Y pensó, aunque no llegó a decirlo: si no hubiera sido por mí el Papa no habría salido de esta. Aunque una inquietud nubló su rostro. ¿Y si Zapatero se me cabrea por haber salvado al Papa de ese berenjenal en el que se había metido?

Evidentemente es una reconstrucción, animus iocandi, de lo que ocurrió. Unas cosas son ciertas. Otras podrían haber ocurrido.
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