Cuando tanto se está hablando hoy de la gripe porcina me parece que estamos asistiendo también a una pandemia episcopal aunque nadie la mencione. Porque no es normal tanta concentración de hospitalizaciones en nuestros prelados.
A fines del año pasado hubo una notable alarma sobre la salud del arzobispo de Zaragoza intervenido urgentemente del corazón. El arzobispo de Santiago fue ingresado dos veces, y por bastante tiempo, aquejado de una rara enfermedad. Dos obispos, Zamora y Barbastro-Monzón, se nos desmayan mientras celebran misa, cosa que me reconocerán no es habitual. Ni por el modo ordinario ni por el extraordinario. El obispo de Tuy-Vigo aún se está reponiendo de un ictus cerebral y manifiesta que no está en condiciones de seguir ejerciendo el episcopado. Ya tenemos dos obispos con un solo riñón. Y para completar el cuadro, ayer o anteayer ingresan al cardenal Cañizares por una tromboflebitis. Todo eso que se sepa. Que tal vez haya algún caso más del que yo no tenga conocimiento.
Pues entre las vacantes, los caducados y los averiados tenemos a un tercio de nuestro episcopado digamos que en cuarentena. Esperemos que se libren de la gripe porcina si esta se llega a extender por España. Por supuesto que no se la deseo a ninguno pero si Dios dispusiera que alguno se viera afectado por ella creo que muchísimos preferirían que fuera Uriarte. Que, repito, no es deseársela.
¿O creen que iba a haber consternación general si mañana los periódicos anunciaran que Uriarte tiene la gripe del cerdo?