Ha muerto el arzobispo emérito de Granada

El Sábado Santo falleció el arzobispo emérito de Granada Don José Méndez Asensio. Era un andaluz nacido en Vélez Rubio (Almería) el 21 de marzo de 1921, por lo que acababa de cumplir 85 años.

Era un buen sacerdote sin especiales cualidades ni estudios. Lo más que llegó a obtener fue una licenciatura en Teología por la Facultad Teológica de Granada. En la diócesis pronto le encomendaron cargos docentes y de dirección espiritual, en los seminarios menor y mayor, hasta que fue nombrado rector de este último.

No tenía especiales significaciones políticas antigubernamentales por lo que sorprendió su nombramiento en 1968 como obispo de Tarazona. Fue brevísimo su paso por aquella humilde diócesis. De la que hubiera sido, sin duda, un excelente pastor.

En 1971 le nombran arzobispo de Pamplona, promoción que fue un auténtico calvario para Don José. La archidiócesis era un avispero. El nuncio Dadaglio había forzado la renuncia de Don Enrique Delgado Gómez, pastor preconciliar (1946-1968) que no era grato a las nuevas líneas que impulsaba el Vaticano y que su representante en Madrid, de infausta memoria, acentuaba. Y el ascenso fue un regalo envenenado. La diócesis navarra no estaba sólo dividida entre progresistas y tradicionales, como las restantes de España. Agudizado allí el problema por las características del alma navarra. Además había un grave problema separatista, con sangre derramada, que una parte del clero se encargaba de azuzar. Pues un obispo de escasos arrestos, no demasiadas luces, y muchísima bondad, que esa no se la discutió nunca nadie, no era la persona indicada para hacerse con la situación. Y no se hizo.

Hasta tal punto que iba llorando por los conventos de monjas, prácticamente los únicos lugares donde no le creaban problemas que, por otra parte, no sabía como resolver. Y cuando digo llorando no estoy recurriendo a una metáfora. Porque lágrimas verdaderas resbalaban por sus mejillas ante una situación que le angustiaba y no sabía como atajar.

En 1978 se compadecieron de él, pensando incluso que su salud corría grave peligro, y le trasladaron al arzobispado mucho más tranquilo de Granada. Comenzaban los años del pontificado de Juan Pablo II, con quien siempre se sintió muy identificado pues su línea era tradicional, y allí terminó sus días activos en 1996 en que le fue aceptada la renuncia por edad.

Granada sólo tenía un problema: la Facultad Teológica de los jesuitas. Tan avanzada que hubo incluso profesores que tuvieron que ser apartados de la docencia. Tampoco estaba Don José para esos trotes. Callaba, sufría y no hacía nada.

De sus días granadinos hay que señalar un hecho extraño. Habían hecho obispo de León a un clérigo muy progresista y, en opinión de algunos, hasta herético. Y aquel desmadre de los años postconciliares le llevó a la secretaría de la Conferencia episcopal. Don Fernado Sebastián, hijo putativo del cardenal Tarancón. Don Fernando pensó que no podía ocuparse de su diócesis y de la secretaría y pidió un obispo auxiliar. Y en Roma le dijeron que nanay del Paraguay. Que si no podía ocuparse de la diócesis la renunciara. Así lo hizo, pero al concluir su mandato de secretario no se sabía que hacer con tal obispo que no tenía obispado. Y pensaron en el arzobispo con menos arrestos de cuantos había para nombrarle un coadjutor. Y se lo nombraron. Pero como el arzobispo de Granada no necesitaba un coadjutor para nada, y ahí se mantuvo firme dejando constancia de que el arzobispo era él, pues monseñor Sebastián se encontró de coadjutos de la nada. Se le buscó entonces la administración apostólica de Málaga y, depués, el arzobispado de Pamplona. Donde sucedió a monseñor Méndez tras el desastre de Cirarda.

Se ha ido un obispo que no va a figurar en los anales de sus tres diócesis como persona destacada. Porque no lo fue. Pero también es cierto que se ha ido un obispo bueno. El error fue encomendarle tareas imposibles para él. Dios Nuestro Señor, que es rico en misericordia, le habrá dado ya un abrazo amoroso. Porque siempe quiso servirle de la mejor manera. Aunque muchas veces no supiera. No es que no quisiera.
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