Los obispos eméritos (I)
Sólo hay un obispado que tiene tres eméritos: Barcelona. Aunque dos de ellos fueran solamente obispos auxiliares. Gozan de esa condición el cardenal Carles y los obispos Daumal y Tena. Yo, respecto al cardenal jubilado, tengo mis más y mis menos. Pero reconozco que fue un arzobispo digno y que, además, tenía que regir una diócesis dificilísima. Daumal y Tena están mucho mejor de jubilados que en activo. Siempre me parecieron malos. Mediocramente malos. El cardenal está a punto de cumplir ochenta años . Tena está muy próximo a los setenta y ocho y Daumal es el segundo obispo más viejo de España, tiene noventa y cuatro años cumplidos. Barcelona estaba mucho mejor, sin estar bien, con Carles que con Sistach, y muy bien con los auxiliares fuera. Aunque aun tenga a Carrera, de setenta y cinco años cumplidos, a menos de un mes de los setenta y seis, que es mucho peor que los dos anteriores. De los tres eméritos, el cardenal es valenciano y los otros dos catalanes.
Con dos obispos eméritos hay varias diócesis. Burgos, con dos arzobispos: Don Teodoro Cardenal Fernández, que en octubre cumplirá noventa años y Don Santiago Martínez Acebes que en julio cumplirá ochenta. Discretos ambos y extraordinario ninguno. Yo, sin dudarlo, me quedo con Don Teodoro. Pero tampoco fue Don Santiago un mal arzobispo. Cardenal es castellano viejo, nacido en Pesquera de Duero (Valladolid) y Martínez Acebes, leonés. Nacido en San Cristóbal de la Polantera.
También León tiene dos obispos eméritos. Y dos calamidades para la diócesis. Don Juan Ángel Belda Dardiñá, un vasco de Bilbao, era un obispo progresista, de los más significados, pero la enfermedad le apartó enseguida del obispado pues en León, a donde llegó de obispo de Jaca (1978-1983), apenas estuvo de 1983 a 1987. Hoy creo que, aun en el mundo, está fuera del mundo. Don Antonio Vilaplana Molina, nacido en Alcoy, acaba de cumplir ochenta años. Y me atrevería a decir que ochenta inútiles años. Si su antecesor tenía una cierta categoría, dentro del progresismo, Don Antonio no tenía nada. Nada de nada.
En Madrid tenemos también dos eméritos aunque de muy desigual condición. El cardenal Suquía, un vasco a quien la diócesis le debe los comienzos de la restauración tras el calamitoso pontificado de Tarancón, que en octubre cumplirá los noventa años, y el auxiliar Alberto Iniesta Jiménez, un albaceteño que en enero cumplió ochenta y tres años y del que más vale no acordarse. Si hubiera un premio al obispo más necio de España ningún otro prelado se lo disputaría. Ya para el segundo premio habría más candidatos.
Dos obispos eméritos tiene también Mondoñedo-Ferrol. Don Miguel Ángel Araujo Iglesias, un gallego de ochenta y seis años, también fuera de combate por la enfermedad, yo diría que el único obispo galleguista que padeció mi Iglesia natal y que por extraños motivos renunció, sin edad para ello, a su diócesis. Y el valenciano Gea, próximo a cumplir setenta y siete años, que no ha dejado buen recuerdo en el obispado.
También dos obispos eméritos tiene Orihuela-Alicante. El valenciano Don Pablo Barrachina, nacido en Jérica (Castellón), que en octubre cumplirá noventa y cuatro años, excelente obispo, y el turolense Victorio Oliver, recientemente jubilado, que a fines de año cumplirá los setenta y siete. Obispo espeso donde los haya.
Igualmente tiene Tenerife dos obispos eméritos. Don Damián Iguacén Borau, un aragonés de noventa años, buenísima persona en opinión de todo el mundo y pastor ejemplar que aún sigue dando muestra de encomiable celo apostólico pese a sus años, y Don Felipe Fernández García, un leonés de setenta años a quien la enfermedad le obligó a renunciar anticipadamente a la diócesis. Tengo de él muy mal concepto. Tuvieron que echarle de Ávila y, aunque en Tenerife se moderó, al ver que los vientos le eran contrarios y tras la bofetada recibida, me alegró mucho su desaparición, que no su parkinson.
En Vitoria encontramos asimismo dos obispos eméritos. Don Francisco Peralta, a quien Dadaglio hizo la vida imposible hasta llevarle a la renuncia, y que ha sido el último obispo digno de aquella diócesis antaño ultracatólica. Don Francisco es el decano de los obispos españoles, muy próximo a cumplir los noventa y cinco años. Vaya desde aquí mi testimonio de afecto y agradecimiento por una conducta episcopal ejemplar. Si alguien que le conoce, en su actual retiro de Zaragoza, lee estas líneas, le ruego le haga llegar un testimonio de admiración. Y el vasco Larrauri, de ochenta y ocho años, uno de los grandes responsables del hundimiento del catolicismo en las Vascongadas.
Salvo error u omisión míos es la archidiócesis castrense la última que cuenta con dos prelados eméritos. El valenciano Emilio Benavent Escuín , de noventa y dos años, y de quien nadie se acuerda, hombre muy próximo a Herrera, de quien fue obispo auxiliar y después su sucesor, arzobispo coadjutor de Granada para ser después residencial en aquella archidiócesis y por último vicario general castrense. En todas partes dejó muestra de sus escaso valer. Y José Manuel Estepa Llauréns, andaluz, de ochenta años. Fue auxiliar de Tarancón en Madrid de 1972 a 1983 y después muchos años, arzobispo castrense. Cargo, este último, que desempeñó muy bien. Como auxiliar del cardenal de Madrid ya habría que decir otra cosa aunque fuera el menos malo de sus colegas.
Tal vez mañana, o pasado, concluya con los eméritos. Y, por supuesto, que mis opiniones no las tome nadie como la verdad de Dios. Cada cual puede tener las suyas. Pero yo también podré tener las mías.