Confesor go o reconciliación serena

La reconciliación, el perdón, la misericordia no coinciden, no son una “confesión exprés”, “un confesor go”. El perdón es un encuentro más sereno y tranquilo que la urgencia del móvil.

En la vida hay actitudes, recorridos, vivencias que solamente se dan en la serenidad y en calma. El amor, el perdón, la poesía, una vieja herida familiar, la rehabilitación personal física o psíquica, la amistad, no se dan ni se sanan en un “aquí te pillo y aquí te mato”; más bien requieren tiempo cronológico y personal, calma, serenidad, reflexión, paz interior.

No es bueno, ni sano que la experiencia del pecado y de la gracia sean neuróticas, “aquí, ahora, cuanto más rápido mejor”, que si te pillan en pecado vas al infierno…

Decía Francisco en una carta a finales de noviembre de este año (noviembre, 2016) que todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre.

01. Para un momento de calma personal
Bueno es ponerme, poner toda mi vida ante el Señor. Esta es mi situación, mi vida cotidiana, mis fracasos y zonas sombrías, mis tristezas y angustias: esta es mi psicología, mis talentos y mis limitaciones.

Que Dios nos conozca y nos sondee no significa que “ya te he pillado”, sino que quiere decir que todo lo vivimos con Dios, incluso y sobre todo os sótanos de nuestra vida. Aunque pasemos por valles oscuros, tu vara y tu cayado nos sostienen, (salmo 22).

Vivir sabiendo que Dios nos conoce, nos acompaña en la vida y nos quiere como somos, es gracia.
ocido por Dios es sentirse querido por Él. Es la experiencia de la gracia más profunda, la paz y el amor más íntimos. La angustia, culpabilidad no son cristianas, sino más bien son expresión de que todavía no terminamos de abandonarnos a Dios.

Que Dios esté con nosotros, nos hace sentir una profunda paz y una gran alegría porque quien mejor me conoce es Dios, mejor que yo mismo, que casi ni me entiendo. Dios sabe quién y cómo soy. No hay que dar ni darle más explicaciones. En familia nos conocemos todos. Él, Dios, tiene la última palabra sobre mí y esa palabra es de gracia. La parábola del hijo pródigo tiene una expresión emotiva: al Padre se le conmovieron las entrañas.
Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón. (Francisco en la carta citada anteriormente).

02. La vida viene, de la debilidad, del barro y del espíritu de Dios.
Ya en el Génesis, el barro, que será humano, llega a ser viviente cuando Dios le infunde aliento (Espíritu) vital y así el hombre comenzó a vivir. (Gn 2,7)
María también recibió, acogió en su vida al Espíritu de Dios y vino la vida: Yo soy la vida (pan de vida, agua de vida, resurrección vida).
Los hijos son expresión de sus padres. De ahí que Jesús no sea expresión de José (David –humanidad), sino que Jesús es expresión -hijo- de Dios Padre.
Todos estamos hechos de barro noble. Con el Espíritu de Dios, el tono vital de JesuCristo creamos vida: familia, valores, cultura, poesía.
¿Me quedo meramente en el barro o construyo vida?

03. No temas José en acoger la debilidad y la vida en tu casa.
No tengamos miedo a acoger a asumir:
a. El misterio de la vida
en nuestra propia persona. La misma vida es un misterio. Tenemos más preguntas que respuestas. No sabemos por dónde ni cómo nacerá la vida, pero no nos cansemos de otear el horizonte hasta que amanezca la luz.

b. No tengamos miedo a la debilidad humana, a nuestra debilidad humana ni a la de los demás. Somos frágiles, poca cosa, el pecado es profundo. Dios es misericordioso (Ex34, 6), su misericordia dura por siempre (Sal 136), de generación en generación abraza a cada persona que se confía a él y la transforma, dándole su misma vida.

No tengamos miedo a acoger el barro y debilidad de los demás: problemas familiares, refugiados, emigrantes,


Quedaron solos ellos dos: La mujer adúltera se quedó sola con Jesús, la miserable y la misericordia (Jn 8,1-11). Es lo mejor que nos puede pasar. No tengamos miedo, ni angustia, ni escrúpulos, ni sintamos culpabilidad. Mi barro y miseria están en manos de un buen alfarero y del redentor.
Volver arriba