He tenido ocasión de visitar la ciudad inca de Machupicchu. Una maravilla. Un paisaje grandioso y unas piedras milenarias ordenadas por la inteligencia humana. En esta ciudad no podían vivir muchas más de 500 personas. Estaban perfectamente organizadas y, al menos algunas, tenían una alta especialización técnica. Era una ciudad que dependía de sí misma, se autoabastecía. Disponía de terrazas agrícolas, conducciones de agua, canteras para construir templos y casas de paredes inclinadas y piedras perfectamente ensambladas unas a otras, en plan “macho-hembra”, logrando así un efecto antisísmico. Sus conocimientos de astronomía se delatan en el reloj solar para precisar las estaciones y los meses. Los ingenieros incas nos han dejado una maqueta de su ciudad, tallada en piedra. En esta ciudad había una auténtica vida comunitaria. Todos eran necesarios. Cada uno dependía de todos y todos de cada uno.
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