Editor de "365 días con San Agustín" y "365 días con Juan XXIII" (San Pablo) José María Fernández: "El hombre de hoy tiene muchas “verdades”, pero le falta la Verdad"
(Jesús Bastante).- José María Fernández es sacerdote de la sociedad de San Pablo, y viene a presentarnos dos libros de una colección publicada por la editorial San Pablo: "365 días con San Agustín de Hipona", y "365 días con Juan XXIII", dos grandes pensadores y padres de la Iglesia que, en opinión del sacerdote paulino, "siempre han tenido algo que decir, no sólo para su tiempo, sino también para el nuestro".
José María vivió en persona el anuncio del Concilio Vaticano II por parte del Papa, y recuerda que "cuando Juan XXIII habló del Concilio, lo presentó como un sueño que a él mismo le había dejado perplejo".
Opina que la evolución que el Vaticano II representó para la Iglesia fue "bastante traumática, pero supuso un acercamiento al pueblo, y un intento por entender al mundo"; lo que le lleva a afirmar que "a Juan XXIII se le ha olvidado demasiado pronto".
¿Tienen estos personajes citas de sobra, como para que haya una para cada día del año?
Sí. Precisamente hemos elegido a estos padres de la Iglesia, a estos santos, porque creemos que pueden ser una gran aportación. Tantas veces los papas nos han aconsejado que volvamos a las raíces, y eso significa volver a estos grandes pensadores, que siempre han tenido algo que decir, no sólo para su tiempo, sino también para el nuestro. Concretamente, tratándose de San Agustín, creo que a nadie le puede caber duda de que hoy en día es una personalidad, un santo padre que tiene mucho que decir tanto en la parte espiritual como humana.
¿Por qué puede ser tan actual su mensaje?
Porque Agustín es un gran buscador, que no se contentó con cualquier cosa. Él tocó prácticamente todos los movimientos teológicos y filosóficos de su tiempo, y sin embargo, quería más. No le satisfacía ninguna de aquellas cosas. Algo le decía en su interior que había algo más. Por eso creo que puede ser un ejemplo maravilloso para el hombre de hoy, que tiene tantas "verdades", pero al que le falta la Verdad.
¿Tenemos muchas respuestas, y nos faltan las preguntas?
Sí, precisamente otra de las características de esta colección es la de tratar de ofrecer un pensamiento diario a las personas que tienen una cierta inquietud religiosa y humana, de actitud ante la vida. Hoy tenemos prisa para todo, y la forma en que se puede salir al encuentro de esta necesidad es ofreciendo un pensamiento sólido y profundo, para tener durante el día algo que nos anime ciertas jornadas que a veces se nos presentan oscuras.
¿Son textos para eruditos, o cualquier persona puede leerlos?
Esto es importante, porque es la idea que nos guía en esto. Tratamos de buscar siempre aquellos puntos, ideas y párrafos, que no requieren una preparación demasiado elevada, ya no digamos teológica. De modo que la gente entienda lo que lee, y no tenga que preguntarse qué quiere decir tal término teológico que hoy en día no está al alcance de muchas personas.
¿Tienen las editoriales de hoy en día que trabajar por hacer un lenguaje mucho más accesible al hombre de la calle, de cara a la evangelización?
Sí, eso es lo que nosotros pretendemos. Cada vez que nos reunimos para la cuestión de las ediciones, siempre tenemos en cuenta eso, el vocabulario.
¿La Palabra tiene que hacerse carne de nuevo? ¿Debe ser inteligible para todas las personas?
Sí. Hoy en día las personas buscan algo que no sea demasiado elevado, sino que toque su realidad.
¿Cómo elegís los textos para cada día?
Bueno, el proceso, ordinariamente, cuando se trata de estos grandes padres de la Iglesia (que han hecho comentarios sobre los Evangelios o las Sagradas Escrituras), se trata de buscar aquellos pasajes que vayan un poco en consonancia con las lecturas del ciclo litúrgico correspondiente. Esto no siempre es posible, pero existe también la posibilidad de buscar un pensamiento que ayude, aunque no complementen los textos de la liturgia.
¿Qué otros personajes aparecen en la colección?
Tenemos varios. Juntamente con estos ha salido el de Carlos de Foucauld, y otros títulos como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz; y está en preparación el de San Juan de Ávila, que saldrá si Dios quiere a finales de este año. También tenemos en vista otros santos fundadores, que siempre pueden aportar pensamiento nuevo y fresco a los futuros lectores.
Este año es especial para toda la Iglesia, por la conmemoración de los 50 años del Concilio Vaticano II. ¿Sin la figura de Juan XXIII seguramente no podríamos hablar del Concilio, ni de la Iglesia Católica tal y como la conocemos hoy? ¿Cómo ha vivido usted, como sacerdote paulino, esa evolución de la Iglesia?
La evolución de la Iglesia ha sido bastante traumática, pero, después de un cierto distanciamiento de lo sucedido, pienso que también ha sido una gran luz, un acercamiento al pueblo, y sobre todo un intento por entender al mundo, con sus cosas buenas y sus cosas menos buenas. Que no haya habido ningún anatema, creo que ya es una disposición maternal de la Iglesia hacia sus miembros, hacia las personas que la componen, que son los cristianos anónimos. Creo que todo esto no ha sido valorado lo suficiente, y que nos hemos fijado más en las sombras que en las luces. Creo que si tratamos de ahondar en ese filón, podemos encontrar más cosas positivas que negativas.
¿Coincidimos entonces en que el Concilio aún está por desarrollar del todo?
Naturalmente. Yo tuve la suerte de estar en la Basílica de San Pablo cuando Juan XXIII anunció la apertura del Concilio.
¿Cómo recuerda aquel momento?
Si he de decir la verdad, no lo supe valorar en toda su profundidad. Creo que no me sucedió sólo a mí, que nadie lo esperaba. En la Iglesia aquello fue una bomba. Los clérigos se preguntaban unos a otros dónde se estaba metiendo el Papa. Era inaudito. Y precisamente cuando Juan XXIII habló del Concilio, lo presentó como un sueño que a él mismo le había dejado perplejo. Como si hubiera sido una decisión del Espíritu que ni él mismo terminaba de comprender. No podía comprender el alcance del Concilio, y no se imaginaba las dificultades del comienzo. Esto tenemos que tenerlo en cuenta, porque había una parte de la Iglesia que quería dejar las cosas tal y como estaban, porque era peligroso jugar con fuego, etc. En nuestra congregación, mismamente, tuvimos muchos problemas, no por parte de la Iglesia institución, sino por la Iglesia como ciertos individuos o ciertas personas que han antepuesto el poder al servicio.
¿Se entiende, desde la distancia de la actualidad, el movimiento de ajedrez de Juan XXIII?
Yo creo que a Juan XXIII se le ha olvidado demasiado pronto, porque para mi modo de ver el camino que él empezó a trazar y quiso trazar, era precisamente el del amor. Él era una persona que criticaba mucho a los que sólo veían desastres.
¿Los "profetas de desventuras"?
Eso es. Concretamente, cuando el yerno de Kruschev fue al Vaticano, muchos cardenales estaban en contra. Muchos decían "tanto tiempo lleva la Iglesia luchando contra el comunismo, y ahora resulta que el yerno de Kruschev...". Ahí fue cuando Juan XXIII le regaló un rosario a la mujer del yerno de Kruschev, y le dijo: "Recuerda, cada vez que lo veas, que hubo una madre que nos quiso". Entonces le preguntó como se llamaban sus hijos, y cuando ella respondió con los nombres, dijo: "Verdaderamente, el nombre de un hijo suena mucho mejor en boca de una madre".
Esos rasgos de humanidad de Juan XXIII creo que no han sido valorados. Nos hemos quedado con alguna anécdota simpática, pero hemos perdido el fondo.
¿La Iglesia y el mundo le debemos un reconocimiento mayor a Juan XXIII?
Sí, algo más. Un poco más.
De momento es beato, ¿cree que se desarrollará el proceso?
Sí, pero es no es la cuestión. No es cuestión de que le hagamos santo o no, sino de que verdaderamente sigamos su doctrina. Porque lo importante de Juan XXIII no era sólo que decía, sino su comportamiento. Decir y hacer, como Jesús, que dijo e hizo.
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