"El Tercer Rey: Cardenal Cisneros", de Lamet Pólvora e incienso

(A. Aradillas).- El epitafio que resume la vida del Cardenal Cisneros, redactado por el humanista Juan de Vergara, redactado en latín, refiere con lealtad y reconocimiento, lo siguiente: "Yazgo ahora en este exiguo sarcófago: uní la púrpura al sayal, el casco al capelo; fraile, caudillo, ministro, cardenal; junté, sin merecerlo, la corona a la cogulla; cuando España me obedeció como a rey" (Obit Roae, XVII novem. MDXVII)

Con ocasión del Quinto Centenario de acontecimiento de tanta relevancia en la historia de España y de la Iglesia, el escritor, compañero y hermano en el sacerdocio y en la mesa redonda de RD., Pedro Miguel Lamet, engrosa su interesante y nutrido listado bibliográfico con el nuevo título de "El Tercer Rey: Cardenal Cisneros", con el acertado subtítulo de "Un genio político en la España de los Reyes Católicos". Lo edita "La Esfera" y sus 326 páginas se leen de un tirón, con tiempo justo para agradecerle al autor sus denodados esfuerzos en haberse documentado sobre el tema central, y sus extrarradios, con eximio cuidado y precisión propios de una entretenida y apasionante novela.

Los tiempos apenas si cambian. Ni en política, ni en religión y menos en la Iglesia. Los tiempos son siempre -casi siempre- los mismos. Cambian las personas y, si acaso, algunas circunstancias y estas, en función de aquellas. El cardenal Cisneros se llamaba Francisco. Era franciscano y un día, al preguntarle la reina Isabel la Católica "¿ qué diría Fray Francisco si os llamara a nuestro lado como mi confesor y consejero?", tal y como refieren las crónicas, "con lacónica brevedad, sin adornos y yendo al grano", este contestó "solo soy un pobre fraile cuyos pies nunca hollaron alfombras, desconociendo por completo el complicado mundo de la corte. Antes bien, he decidido precisamente huir de cuanto todo eso representa. Estoy hecho a este hábito, alteza, a mi celda y pobreza, al silencio que me reporta paz y consuelo, por lo que no quisiera abandonar esta clase de vida por nada del mundo"

Los tiempos, en lenguaje teresiano, eran entonces ciertamente "recios" también para la Iglesia. Por citar un ejemplo, de los cardenales arzobispos de Toledo -Carrillo y Mendoza, sus antecesores-, hay constancia documentada y firme, de haber tenido "amantes, hijos e hijas naturales, que por nepotismo subieron como la espuma durante sus pontificados. La sede de Santiago de Compostela estuvo ocupada sucesivamente por tres miembros de una familia que se llamaron Alfonso de Fonseca".

La tarea-ministerio de la reforma de la Iglesia llamaba desesperadamente a las puertas de las sensibilidades cristianas y más, si estas tuvieran alguna relación religiosa con el "loco pañero" Francisco de Asís. Algo similar a como en la actualidad acontece con el papa Francisco, "personaje fascinante y controvertido" como el fraile madrileño nacido en Torrelaguna.

A la actual historia de la Iglesia española le faltan cardenales y obispos que se llamen Cisneros. Les faltan "genios" en la diversidad de opciones semánticas como "firmaza de ánimo, energía y temperamento", y como "disposición o habilidad para realizar algo". No resultaría procedente calibrar si los "pecados" necesitados de arrepentimiento y reforma por sobra de nepotismos de la carne de los tiempos cisnerianos, fueran más o menos graves que los que en la actualidad tuvieran que confesarse nuestros obispos. Pero el hecho es que, de modo e intensidad, son similares a los obstáculos que también episcopalmente les salen al paso a las orientaciones y explícitos deseos pastorales del papa Francisco.

Por formación, teología, pastoral, nombramiento, concepción y conjugación del término y conducta de "jerarquía- "koinonía", son muchos los obispos "constantinianos y cesaropapistas", y no "cisnerianos y franciscanos", que todavía componen el episcopologio "católico, apostólico, romano" español.

Como ves, amigo Pedro Miguel, la tarea-ministerio de tu historia más o menos novelada, es apasionante en la Iglesia.

Por favor, no desaproveches la oportunidad de alguna de las entrevistas que te hacen, a propósito de la publicación de tu libro, para explicarnos el porqué le has proporcionado un lugar de tanto privilegio bibliográfico a las palabras de Cisneros, que refieren que "el humo de la pólvora en la guerra me huele tan bien como el incienso en la iglesia...", así cómo, y por qué, bautizaron a los cañones con los que se conquistó la ciudad norteafricana de Orán, con el sacrosanto nombre de los "sanfranciscos", que "armaban más ruido que las nueces".

De utilidad para el arzobispo actual de Toledo será tu aportación de que prevaleciera el criterio de la Reina Isabel sobre el de su esposo Fernando, empeñado este en dividir la inmensa diócesis toledana, "dado que tal participación habría de debilitar la dignidad del Primado". Me explico que, así las cosas y con eso de la "dignidad" y de las dignidades "terrenales", al problema de Guadalupe le faltan lustros para su correcta solución extremeña. "Dignidad" y "episcopalidad" , y más si esta es, o fue, primada, hoy por hoy, son indefectibles, a no ser que personalmente lo tome en serio el papa Francisco. Todo llegará. Pero hacer depender la "dignidad", de la posesión de algo, es irreligioso.

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