Don Helder Cámara, Camino de los Altares

Este martes, 27 de mayo, en la Iglesia de São José dos Manguinhos, en Recife, capital del estado brasileño de Pernambuco, el arzobispo de Olinda y Recife, Don Fernando Saburido, anunció que entregará una carta a la Congregación para la Causa de los Santos solicitando el inicio del proceso de canonización de Don Hélder Cámara, arzobispo de esta misma archidiócesis entre 1964 y 1985, fallecido el 27 de agosto de 1999.

Este encuentro, recogido en la edición digital del Jornal do Brasil del mismo día, ha sido calificado por muchos de los presentes como un momento histórico, pues juntamente con este alegre anuncio fue entregado a Don Fernando por parte de la Comisión de la Verdad del Estado de Pernambuco, el informe definitivo sobre el asesinato de uno de los colaboradores más estrechos de Don Helder, el sacerdote Antonio Henrique Pereira Neto, encargado de acompañar la pastoral juvenil, cuya vida fue decepada con sólo 28 años, después de ser vilmente torturado por los militares, precisamente el 27 de mayo de 1969. Ambas noticias fueron recibidas con un largo aplauso por la multitud que abarrotaba el templo.

Nacido en Fortaleza, capital del estado de Ceará, el 7 de febrero de 1909, mostró desde niño su deseo de ser sacerdote, de hecho sería ordenado en 1931, con sólo 22 años. Después de ejercer el ministerio en su diócesis de origen durante cinco años, en 1936 irá para Rio de Janeiro, donde en 1952 será ordenado obispo, asumiendo la función de auxiliar en la archidiócesis carioca.

Una de las características que definieron la vida ministerial de Don Helder, y que le dio fama internacional, fue su lucha por la justicia social, uniendo su misión espiritual al apoyo a los menos favorecidos. No es extraña, por eso, la reacción que tuvo recién llegado a Rio, al espantarse con la situación de pobreza de las favelas limítrofes a los barrios más selectos de la por entonces capital brasileña.

Fue el primer secretario general de la Conferencia Nacional de los Obispos Brasileños (CNBB por sus siglas en portugués) y uno de los cofundadores de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM).

Su compromiso con la Justicia Social le convertiría en uno de los religiosos más perseguidos por la Dictadura Militar, que asoló el país durante más de 20 años. Los militares le llamaban el “obispo rojo”. Es famosa una frase en la que decía: "Si doy pan a un pobre dicen que soy un santo. Si pregunto por qué el pobre no tiene pan, me llaman comunista." Durante este tiempo fue prohibido que su nombre apareciese en los medios de comunicación nacionales. No así en los internacionales, que reconocían en él a uno de los personajes latinoamericanos más influyentes del momento.

Precisamente, el asesinato de Antonio Henrique Pereira Neto, del que se cumplen 45 años, fue visto por muchos como un modo de amedrentar a Don Helder, quien a pesar de todo se mantuvo firme en sus convicciones y defensa de los pobres.

Don Helder se esforzó para hacer realidad las propuestas conciliares del Vaticano II, que apostaban por una Iglesia Pueblo de Dios, democrática, comprometida con la dimensión socio-política de todo cristiano, que en América Latina fue bandera de la Teología de la Liberación, las Comunidades Eclesiales de Base y las Pastorales Sociales.

Tras su renuncia episcopal continuó viviendo en una pequeña casa en la Iglesia das Fronteiras, desde donde contemplaba con sufrimiento como aquello que había marcado su ministerio episcopal iba desapareciendo poco a poco. El nombramiento de Don José Cardoso Sobrinho, fruto de la política eclesiástica de la época, motivó la desaparición del Seminario del Regional Nordeste II de la CNBB, en el que se formaban los futuros sacerdotes de 19 diócesis, así como el Instituto de Teología de Recife y la Comisión de Justicia y Paz archidiocesana. Decenas de los sacerdotes que acompañaban las comunidades de las periferias, y en consecuencia más próximos al espíritu de Don Helder, se vieron obligados a buscar otras diócesis donde desempeñar su ministerio.

Así pasó sus últimos catorce años de vida, hasta que con noventa años murió en su casa. Su multitudinario entierro fue un reconocimiento a más para este pequeño gran hombre, en quien muchos siempre vieron la presencia de alguien comprometido con la causa del Reino. Este paso dado por Don Fernando Saburido, es el primero para poder hacer oficial lo que ya es popular: la santidad de Don Helder.
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